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el periodico de saltillo
Enero 2016
Edición No. 323


Mis sexenios (91)

José Guadalupe Robledo Guerrero.

Tercera y última etapa del sexenio enriquista

A finales del sexenio enriquista y antes de las elecciones para gobernador, mi amigo y compañero Alfredo Dávila Domínguez me envío -para su publicación- un escrito a manera de carta que titulaba La rabia en una hoja, en donde entre otras cosas señalaba: “...Las relaciones entre compañeros periodistas de muchos años se han visto afectadas, cuando no irreversiblemente rotas, como consecuencia de militar ellos mismos o sus medios en el bando de tal o cual aspirante al gobierno de Coahuila”.

“Es tan encarnizada la lucha que amistades fraternas forjadas en largas jornadas de trabajo periodístico han quedado pulverizadas en aras de los intereses de las facciones en pugna... Todo ello alentado por la clase política que así nos hace una presa más fácil para utilizarnos y perjudicarnos”.

“Yo espero que las agresiones a nuestros compañeros que se han presentado a últimas fechas, tengan la virtud de concientizarnos y lograr la solidaridad en nuestras filas. El asalto a mano armada en la casa de Juan Manuel Dávila Udave a pleno mediodía del viernes pasado, en el cual encañonaron a su hijo Ricardo, llevándose las joyas y un auto de la familia; la golpiza propinada a Roberto Adrián Morales, editor del semanario “El Demócrata”, en días pasados a unos pasos del Palacio de Gobierno; el infundio en contra del corresponsal de El siglo de Torreón, Leopoldo Ramos, al que luego de acusar de una supuesta violación y antes de ser llamado a declarar, ya lo habían boletinado a los medios de comunicación de todo el Estado; las presiones a las empresas de comunicación para acallar o despedir a los periodistas que ejercen la crítica y, por supuesto, la agresión a golpes la madrugada del sábado perpetrada por policías municipales de Saltillo en contra de tu hijo Alejandro, cuyo único delito fue hablar por celular mientras conducía, pueden presentarse para algunos como hechos aislados, pero que enmarcados en el ambiente de sobrecalentamiento político del que ya hablamos, adquieren una connotación diferente que debe ocuparnos y preocuparnos a los periodistas de la región”.

“... En este sentido, creo que ha llegado el momento de que cerremos filas y que defendamos nuestro derecho inalienable a decir lo que pensamos, pero también a defender a nuestras familias y nuestro patrimonio... unificarnos para exigir el respeto de todos, pero en particular de quienes detentan el poder político, a nuestro oficio, a nuestra profesión. Sería terrible y vergonzoso para un Estado como Coahuila, en los albores de este nuevo siglo, tener un periodismo y unos periodistas acotados, amedrentados y sojuzgados por el poder, sin valor ni calidad moral para denunciar los abusos de éste”.

Hasta aquí la visión de aquellos días de Alfredo Dávila, quien preocupado por la situación de los periodistas en los estertores del sexenio enriquista y que amenazaba continuar en el sexenio humbertista, planteaba la unidad de nuestro gremio para defendernos. Pero los abultados convenios publicitarios y las generosas dádivas que Humberto Moreira daba a los dueños y directivos de los medios de comunicación y a sus reporteros y editorialistas, hicieron que la convocatoria a la unidad y a la defensa de los derechos de los periodistas, se antojara -una vez más- una prédica en el desierto. Nadie escuchó...

Luego de que Humberto Moreira había sido electo como candidato del PRI al gobierno de Coahuila, otro periodista, Jorge Arturo Estrada García, también compartió su visión. En su artículo publicado en El Periódico..., cuyo título Con Moreira perdió Coahuila lo dice todo, y señala: “Humberto anuncia la llegada de una nueva clase política a Coahuila. Aunque ni llegan ni son nuevos, porque ya estaban incrustrados en alguna nómina, ni son propiamente políticos porque están lejos de dominar esta ciencia. Sin ideología ni preparación, traen de regreso una serie de mañas que se creían rebasadas: corporativismo, pago de favores, canonjías y revanchismo”.

“La campaña del PRI a gobernador está plagada de promesas de todo tipo: Mensajes demasiado simplistas. Conclusiones aventuradas. Escaso análisis. Demasiadas recetas. Promesas sin estructura. Se avizora desorden financiero que inevitablemente derivará en contratación de deuda pública en grandes cantidades. No hay visión. No hay propuesta de gobierno. No hay hilo conductor. No se habla de capital humano, de desarrollo sustentable, de eficiencia financiera, de estructura para el desarrollo, de gobernanza, ni siquiera de competitividad”.

“Humberto Moreira es más propenso al choque que a la reflexión... Enrique Martínez deberá exiliarse de su estado y buscar carrera nacional porque es un personaje incómodo. No hay formas, mucho menos fondo”.

Por mi parte, desde el inicio de la campaña, escribí que Humberto Moreira ya daba muestra de locura. Los increíbles halagos de los cortesanos, pagados con dinero del erario, habían dañado seriamente su cordura, antes de tomar posesión de la gubernatura.

Recuerdo que en cierta ocasión le pregunté a Flores Tapia: ¿Qué tiene la silla del gobernador que enloquece a todos los que la ocupan? Situando su mente en tiempos de su gubernatura, respondió: “Cómo quieres que no se vuelvan locos, si diariamente todos te dicen que eres grande, infalible, talentoso y sabio. Te ven hermoso, inteligente y carismático. Tu vida la califican de ejemplar, y descubren en ti cualidades que no sabías que tenías”.

Desde luego, Flores Tapia nada dijo de las debilidades del gobernante, las de su ego interno que necesita de la lambisconería de sus cortesanos. El egocentrismo de don Óscar era legendario, y fue el origen de sus errores, despotismos y abusos. Pese a ser un hombre maduro y culto, sucumbió a los halagos y demostró aquello que “El poder trastorna a los inteligentes y ensoberbece a los pendejos”.

Flores Tapia como gobernador, acarició la idea de ser Presidente de la República... y le fue como en feria. Pero se adelantó a su tiempo, ahora cualquier gobernador cree tener méritos para llegar a la Presidencia, porque “después de De la Madrid, cualquiera puede ser Presidente”.

Esto viene a cuento, porque desde la campaña para gobernador, Humberto Moreira y los “humbertistas” ya estaban pensando en asaltar Los Pinos, pues Humberto soñaba con la Presidencia de la república, pero muy pocos, contados, le dieron seriedad a esta demencial idea, para imaginarse lo que iba a ser el gobierno humbertista, plagado de onerosos gastos publicitarios para hacerse una imagen de presidenciable...

Una vez electo como candidato al gobierno del estado, Humberto Moreira prosiguió -sin tregua ni descanso- la campaña en pos de la gubernatura que venía desarrollando desde el inicio del sexenio enriquista con dinero de la SEP y del Ayuntamiento de Saltillo, y con recursos otorgados por los propietarios de los giros negros, además de la anuencia y complicidad del gobernador Enrique Martínez.

Las masas pedigüeñas, esas que siempre acaparan las migajas de los programas asistencialistas y clientelares de los gobiernos en turno, y para las que ya es uso y costumbre vender por unos cuantos pesos su voto al mejor postor, aplaudieron hasta el cansancio que Humberto fuera el candidato priista para seguir disfrutando de las limosnas que les daba a cambio del voto y el aplauso.

Los empresarios coahuilenses callaron en espera de su tajada del presupuesto estatal, la que les llegaría a tiempo en forma de apoyos, privilegios, contratos de obra pública y compras de bienes y servicios. La única diferencia en el silencio de los jodidos y de los ricos, era la cantidad de dinero que recibían, no por su voto sino por su callada aceptación.

Precisamente a la mitad de la campaña de Humberto Moreira, señalé en un escrito algo que se convertiría en una premonición, en un presagio que se hizo realidad, al señalar que Humberto podría ser gobernador, podría saquear a Coahuila y llenar el Estado de pandillas del crimen organizado, pero no podría evitar que la historia lo registrara como el mandatario más cuestionado de cuantos ha tenido Coahuila, y eso es muy significativo apuntarlo, pues nuestra entidad ha sido gobernada por pillos de muy probada y voraz deshonestidad.
Con el garlito de crear una “nueva clase política”, Humberto Moreira le dio cabida a sus incondicionales, lambiscones y abyectos, a quienes bien puede definirse como ignorantes, incapaces y corruptos, “Los Moreinacos”...

En los últimos meses del sexenio enriquista se realizaron homenajes oficiales a dos ex gobernadores: Eulalio Gutiérrez Treviño y Óscar Flores Tapia, ambos benefactores de Enrique Martínez. El 18 de agosto de 2005 se develó una estatua de don Eulalio, días antes se había realizado el homenaje a don Óscar. Estos eventos se organizaron después que se terminó la farsa de la elección interna del candidato del PRI al gobierno de Coahuila, en donde la elección de estado se burló de las aspiraciones de un sobrino del homenajeado: Alejandro Gutiérrez, que no participó en el acto.

En esos circos que organiza el gobierno para ganarse a los familiares y amigos de los difuntos homenajeados y despistar a los incautos, la figura de los ex gobernadores fue despolitizada, y los oradores dijeron lo mismo de ambos: fue un hombre sencillo con gran sentido humano. Pero lo importante de sus gobiernos y su personalidad lo soslayaron.

Don Óscar fue un gran constructor, no sólo de obra pública sino del nuevo Coahuila que ya nos alcanzó. Desde su gobierno se diseñó la industrialización del Saltillo conurbado de ahora. Hombre de amplia cultura, de humilde origen y de ideología jacobina. Por su visión futurista y su origen social, Flores Tapia se enfrentó a los caciques aldeanos.

Antes de Flores Tapia, don Eulalio gobernó con buen tino. Su sentido social fue innegable. Su obra en caminos fue relevante, los coahuilenses le guardan gratitud, pues los comunicó con el resto del estado y los integró al desarrollo productivo de Coahuila.

Don Eulalio y don Óscar fueron hombres visionarios. Ambos, a su manera, amaban a Coahuila. Por eso cada uno en su momento se enfrentó a los caciques empresariales. De eso nada se ha dicho oficialmente. Tuve la oportunidad de conocerlos a ambos, con don Eulalio platiqué una decena de veces cuando era gobernador, y con don Óscar charlé cientos de ocasiones luego que renunció a la gubernatura de Coahuila.

A don Eulalio lo conocí como gobernador en mi época de estudiante-obrero. Antes y después del movimiento por la Autonomía de la Universidad de Coahuila, y durante la huelga de los obreros de Cinsa-Cifunsa tuve aleccionadoras, respetuosas y cordiales charlas con él.
Recuerdo aquella tarde de la primavera de 1973 cuando en su despacho gubernamental nos confió, que ante las medidas de presión que habíamos organizado para obtener la autonomía universitaria, en su equipo había dos posturas: “Villegas Rico (Secretario de Gobierno) plantea que los reprima, y Luis Horacio Salinas (alcalde de Sasltillo) propone que los divida con sobornos, pero he decidido respetar su movimiento y concederles la autonomía universitaria, pues ustedes son una generación inteligente que enorgullece a Coahuila y al gobernador”.

Durante la huelga de los obreros de Cinsa-Cifunsa, en repetidas ocasiones ví angustiado a don Eulalio. Los dueños del Grupo Industrial Saltillo (GIS), los López del Bosque no querían ceder ante las justas demandas de los trabajadores, y fui testigo de cómo los empresarios y sus asesores legales dejaban a don Eulalio colgado del teléfono o no le recibían las llamadas. Tampoco de esto se habla en los homenajes ni en la historia política de Coahuila. Nadie lo quiere recordar.

También estuve presente cuando cientos de obreros, desesperados por la negativa patronal, quisieron tomar el Palacio de Gobierno para presionar un acuerdo y finalizar la huelga. A las puertas de Palacio, solo, sin guaruras ni policías, don Eulalio esperaba a los manifestantes, para decirnos que no iba a evitar con la fuerza pública que nos posesionáramos del edificio porque estaba de nuestro lado, pero que teníamos que pasar sobre el gobernador para conseguirlo. Ante esta pundonorosa actitud nos retiramos.

Para desgracia de Coahuila, esos dignos y respetables gobernantes se acabaron. ¡Pobre Coahuila!...

Por estos meses también a “El Diablo” José de las Fuentes Rodríguez, ex gobernador y ex Rector de la Universidad de Coahuila, le hicieron su homenaje -con placa y discursos- que convocó una asociación de ex ateneístas. El motivo del homenaje aún no se sabe, pero seguramente fue por haber ocupado la Rectoría durante siete años, pues “El Diablo” nunca se destacó como Rector, académico, intelectual, científico ni como hombre culto.

En su rectorado, “El Diablo” tuvo como Tesorero a Adalberto E. Guillén, hombre culto, honesto y muy celoso de su deber. Repetidamente le solicitaba las facturas de gastos al Rector, hasta que un día, ante tanta insistencia, “El Diablo” le contestó con su lépero tono: ¿Cómo quiere que le dé facturas? ¿Desde cuándo las putas dan facturas? Don Adalberto se sintió humillado con la respuesta, y renunció ante el gobernador Braulio Fernández Aguirre, quien le aceptó la renuncia sin objeciones.

En otra ocasión, un grupo de ateneístas le pidieron permiso a “El Diablo” para colocar un busto de Nazario S. Ortiz Garza en la parte frontal del Ateneo Fuente para rendirle homenaje. Pero De las Fuentes, por alguna razón, no comulgaba con la idea, y para salir al paso les contestó: “Como son malos muchachones, quieren poner un busto de don Nazario para que las palomas le caguen la pelona”. Ese era “El Diablo”, un leperillo de barrio...

(Continuará).
Tercera y última etapa del sexenio enriquista...

 
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