Los universitarios y sus circunstancias
José Luis Carrillo Hernández.
Cambiar para no cambiar ha sido la tónica de la nueva cultura democrática, cuyo logro fundamental ha sido profundizar y alargar la brecha que separa a los ignorantes funcionales de las clases privilegiadas e ilustradas, pero los universitarios ¿dónde deben de insertarse?
El sector mayoritario de la población, está compuesto por la clase popular, producto clientelar y manipulable, obeso e intoxicado, fiel y obediente, pues su elemental cultura no le permite más. Suma, resta y multiplica, lee y entiende instrucciones, sumiso e irreflexivo, mano de obra barata y consumidor ideal. Aspira a un salario, se conforma con lo que le den, sueña en rosa con las TV novelas, su nacionalismo e identidad está medida por el futbol y su grito de guerra culeroooosss, y en la mesa un banquete de calorías, carbohidratos, grasas saturadas, alcohol, azúcares, sal, saborizantes y colores artificiales, el toque artístico de la próxima enfermedad. Tienen una cultura, la cultura chatarra, lo que el estado y sus instituciones les brinda inspirados en las políticas de liberalismo económico de más empresa y menos gobierno.
En la vertiente contraria se sitúan los sectores minoritarios, las clases privilegiadas y las ilustradas, unos son los poseedores de los recursos financieros, de los medios de producción y distribución, junto con la alta y mediana burocracia corruptamente enriquecida, demagógica, hipócrita y simuladora. Ambos se confunden en una sola clase con una mesa privilegiada de manjares exquisitos y exóticos, insensibles sociales que opinan mucho de política y su grito de guerra es el súper tazón.
La clase ilustrada está compuesta por un sector pequeño de las clases medias y altas, muchos de ellos al servicio de la clase dominante, es una clase emergente, de esfuerzo y de amplia base cultural, definidos ideológicamente, con conocimiento de la historia y la realidad económica, así como de la relación del país con los poderes hegemónicos.
Todo y todos combinados por nuestras habilidades y competencias, por nuestras necesidades, gustos, por nuestra economía, interactuamos y formamos parte de la pirámide social, de los extremos tan polarizados que día con día alimentan distintas patologías sociales del comportamiento y los consumos que degeneran en violencia, enfermedad y muerte.
Las universidades públicas son instituciones del estado y nacen como respuesta ante problemas de su tiempo. Hoy las sociedades globalizadas del comercio sin fronteras y de la comunicación instantánea, donde las aspiraciones y el sentido de pertenencia e identidad de nuestros jóvenes está dado por un Ifon, tomar coca cola y abrir una bolsa metálica con un altísimo contenido calórico, ausentes de voz, en diálogos sordos del whatsApp, estamos en una nueva cultura donde la alimentación es sinónimo de enfermedad y la tecnología de la comunicación sinónimo de alineación y control.
Pero una universidad que se niega a revisar sus planes de estudio, donde se habla de un sobreprecio de hasta del 400% en construcción de espacios educativos, con acreditaciones perdidas, metida en procesos amañados, con un modelo educativo inspirado en el mercado y la maquila, desligando a los universitarios de su realidad sociocultural, quitándole las reminiscencias históricas que nos ha formado.
Estas políticas educativas resultan lapidarias y feroces, pues replican a los herederos de Landa y Cortés, ven fantasmas y demonios en la historia, la quieren borrar, la han arrojado a la hoguera del desprecio y de la ignorancia, operan con una burocracia anquilosada y poco confiable, sin duda corrupta, pues es generadora de maestros pobres y rectores ricos.
La Universidad no puede condenar a sus estudiantes al sector de los servicios y la mano especializada, desligándolos de su realidad, robándoles su historia y su identidad y condenándoles a una dieta de embrutecimiento de los sentidos, esto está generando costos altísimos e insostenibles en el sector salud, en el desarrollo y crecimiento de nuestra sociedad que reproduce y endurece este sistema, en beneficio de unos cuantos. Son las camarillas, los abyectos y medrosos deshonestos los que cometen todo tipo de fechorías para lograr sus objetivos, como “El Negro” Mario Alberto Ochoa que siempre mintió y ejerció puestos universitarios sin poseer licenciatura alguna y al momento de necesitar el título para ser Rector, rápidamente lo consiguió vía Internet, ahora se le señala como el más corrupto de los rectores.
Sin embargo, esto no termina con un cambio de Rector, pues esa licenciatura tuvo muchas complicidades, así como muchos funcionarios que consideran a la universidad como una herencia de grupo y familia. Esto tiene que cambiar, pues muy pronto los universitarios estarán con su voto convalidando una candidatura que poco o nada tiene que ver con ellos, pues es el resultado de un sucesión dinástica negociada -así lo ven algunos- o el resultado de un análisis profundo de la nueva realidad o nuevos retos que enfrenta o debe enfrentar la universidad.
Atrás del escenario público, seguramente ya se está discutiendo la decisión. Pero antes de tomarla o si el beneficiado de la misma ya lo sabe como algunos lo afirman, debe de considerar que la anquilosada burocracia universitaria ha perdido toda su influencia en la base, sólo representan sus propios intereses, hay nuevos liderazgos emergentes, más consecuentes que han resultado de los procesos internos que han escapado al control de la autoritaria burocracia. El Rector tiene la oportunidad de rectificar el camino, de sacudírselos o jubilar a esta horda de vividores de nulo peso en los salones universitarios, pero con un gran peso en las finanzas de la Universidad por los supersalarios y corruptelas que empobrecen la calidad de la educación y las opciones para la juventud.
|