Brexit: el único ganador del juego
es el gran capital internacional
Carlos Alfredo Dávila Aguilar.
El lado brillante de la moneda
Las reacciones que ha suscitado el resultado del referéndum británico sobre su permanencia en la Unión Europea en los medios de comunicación y en las redes sociales han sido repulsivamente simplistas, y esto no es casual: éste es un debate que fue secuestrado desde un inicio, y muchos picamos el anzuelo.
En resumen, el debate que ha permeado en los medios se ha planteado más o menos de la siguiente manera: quedarse representaría un Reino Unido abierto al mundo, que abraza la idea de multiculturalismo, diversidad y cooperación internacional. Mientras que salir, representaría un Reino Unido retrógrada, racista y xenófobo, que se encierra en sí mismo de una manera casi irracional, en un mundo con problemas compartidos cada vez mayores.
Y aunque es muy probable que muchos de los británicos que votaron por salir sean en efecto racistas, retrógradas y xenófobos, quiero proponer aquí una perspectiva diferente para el análisis. Una perspectiva que los medios de comunicación internacionales dejaron de lado.
¿Qué tal si lo fundamental de esta decisión no estaba realmente en la disyuntiva entre xenofobia nacionalista y apertura multicultural? ¿Qué tal si lo pensamos desde otro ángulo?
¿Qué tal si se trataba también de
distribución de la riqueza y democracia?
Para enfocar el problema desde este ángulo, hace falta recordar de qué se trata realmente la Unión Europea. Una unión originalmente comercial surgida de la posguerra para eliminar las posibilidades de tensión bélica entre Francia y Alemania al hacer un mercado común de acero y carbón (indispensables para la producción bélica), y que luego fue expandiéndose con el propósito de fomentar el libre comercio y la integración política en el continente.
La Unión Europea (UE) fue entonces, desde su origen, un proyecto del lado pro capitalista de aquel mundo bipolar de la Guerra Fría, auspiciado como tal por los Estados Unidos, en cuyo interés estaba detener el avance del socialismo en Europa por todos los medios posibles.
Después del auge neoliberal de los 80’s, impulsado con éxito por Reagan y Thatcher, y la caída de la URSS, la década de los 90’ fue la edad dorada del consenso neoliberal en el mundo. Tecnócratas y derechistas alzaron las campanas al vuelo, e incluso algún papanatas desmesurado proclamó el fin de la Historia: la voz de aquellos tiempos indicaba que la sociedad organizada bajo el principio de libre mercado era la culminación del desarrollo de las sociedades humanas, y que no había más camino para los países del segundo y tercer mundo que adoptar el modelo y caminar juntos en la misma dirección. Habíamos llegado a un mundo feliz (en el sentido de Huxley) y la Unión Europea fue el producto estrella de esa época y de ese mundo de los 90’.
A la fecha, la Unión Europea ha demostrado repetidamente ser una institución antidemocrática y promotora de los intereses de las élites financieras internacionales. A continuación detallo por qué.
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Intercambio desigual: nacimiento
del país maquiladora y la xenofobia
El resto de la historia la conocemos: con la eliminación de los aranceles, los mercados de los países subdesarrollados se inundan de productos mejores y más baratos provenientes de los países desarrollados, y las industrias nacionales incipien tes mueren.
En adelante los países subdesarrollados importarán los productos y ofrecerán a cambio su mano de obra barata y sus recursos naturales a las fábricas de las empresas transnacionales, que comenzarán a desplazar sus plantas desde sus países de origen, a los países subdesarrollados. Ahí donde pueden pagar salarios de hambre y no esos “salarios de trabajador occidental mimado” que estarían obligados a pagar a sus connacionales para garantizarles una vida digna. Nace así el país maquiladora: Polonia, Grecia, México.
Pero del otro lado las cosas no son mejores: todos esos nuevos empleos mal pagados creados en el país maquilador, son empleos perdidos en el país de origen: Reino Unido, Francia, Estados Unidos. De ahora en adelante estarán condenados a altas y constantes tasas de desempleo, que sus políticos de ultraderecha capitali- zarán con una retórica xenófoba anti-inmigración: Nigel Farage, Marine Le Pen, Donald Trump.
Los únicos ganadores en este juego son los dueños del gran capital internacional. Como lo muestra el estudio de la London School of Economics and Political Science (LSE), la desigualdad en el ingreso ha mantenido un alza constante desde los 80’ en estas 6 economías desarrolladas de la UE (exceptuando Estados Unidos).
Sobra decir que las instituciones de la Unión Europea nunca han buscado revertir esta desigualdad. Sino que más bien la han promovido, en los últimos años notoriamente bajo el liderazgo de Alemania.
No se puede tapar el sol con un dedo
Recuerdo otra isla, un poco más arriba y a la izquierda del Reino Unido que triunfó en 2008 dando la espalda a las recomendaciones de las instituciones europeas.
Mientras la Unión Europea respondía a la crisis financiera rescatando con el dinero del público a los banqueros que la habían provocado, a la vez que imponía “políticas de austeridad” a diestra y siniestra, Islandia tomó una decisión valiente y firme: basta de la imposición de las políticas neoliberales dictadas por la UE: ni un centavo de los islandeses para los bancos. Como era de esperarse, los gurús de la economía neoliberal pronosticaron la ruina para el pequeño país del Norte –¡cómo es posible que hagan esto!-.
Dejaron quebrar a los grandes bancos y los resultados fueron magníficos para su economía y, sobre todo, para la calidad de vida de sus ciudadanos.
Con ello, lo de más arriba y a la izquierda adquirió un sentido adicional al geográfico.
Cabe señalar que una de las condiciones clave para que esto fuera posible fue que Islandia tenía su propia moneda, condición compartida por el Reino Unido. Convenientemente el caso de Islandia es poco referido por los medios de comunicación, y por lo tanto olvidado también del mapa de las redes sociales en estos momentos.
Por el otro lado, los países menos desarrollados de Europa que aceptaron los “paquetes de austeridad” dictados por el Banco Central Europeo como España, Grecia o Portugal siguen empobrecidos y sin recuperarse de la crisis de 2008, aunque sus bancos ya hace rato se repusieron gracias al dinero público entregado por la UE.
Democracia, soberanía,
¿palabras del siglo pasado?
Recuerdo también un país subdesarrollado y empobrecido por las políticas de austeridad dictadas desde el Banco Central Europeo que, hace exactamente un año, organizó un referéndum para preguntar a los ciudadanos si deseaban salir o permanecer en la Unión Europea.
Grecia decidió tomar un camino parecido al de los islandeses. El pueblo votó por el NO a la permanencia en la UE, y sin embargo, las cúpulas europeas presionaron al entrante gobierno de Alexis Tsipras de tal modo que lo obligaron a dar la espalda a la decisión de los ciudadanos, y a acatar las órdenes que la tecnocracia europea tenía para ellos. Un golpe brutal de imposición para la cuna de la democracia. ¿Democracia? Un sinsentido de otros tiempos para la cúpula de Bruselas.
Hasta la fecha poco se ha aclarado de este episodio humillante para el pueblo griego, pero las condiciones de vida y la economía de los griegos siguen en niveles deplorables.
Por eso tenía tanta razón José Saramago al cuestionar la calidad de las “democracias” subordinadas a las decisiones de los organismos financieros internacionales.
A este respecto, vale la pena recordar que los miembros de la Comisión Europea (el órgano ejecutivo de la UE) no son electos democráticamente, y por lo tanto no rinden cuentas a los pueblos que efectivamente gobiernan.
Y, en todo caso, si preguntas al pueblo británico si prefiere dar los 12 billones de libras del erario público al sistema nacional de salud (NHS) o a la UE, ¿es retrógrada y xenófobo optar por el NHS, o es que acaso tiene algo de sentido común?
Problemas comunes
Hay dos consecuencias preocupantes de la salida del Reino Unido de la UE: el impacto económico inmediato en el sistema financiero, y la situación de los millones de inmigrantes que residen actualmente en el Reino Unido.
En cuanto a los inmigrantes, su estatus seguramente se verá vulnerado. Por el otro lado, la Unión Europea no se ha caracterizado por ser capaz de resolver la crisis migratoria que atraviesa (recuerdo aquella imagen de Angela Merkel haciendo llorar a una niña Palestina al explicarle que ella y su familia tendrían que dejar el país, en una postal de franqueza alemana entrañable). Falta ver en qué condiciones se dejará a toda esta gente.
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Coeficiente de Gini sobre la desigualdad economica (ingresos disponibles) |
Sin embargo, aunque nos duela decirlo, no es sostenible un modelo de recepción constante de oleadas de personas a un país, donde los sistemas públicos para procurar el bienestar de la población irán saturándose hasta llegar, inevitablemente, al punto del colapso.
Por el lado de las repercusiones financieras, seguramente serán negativas en lo inmediato, pero como en el caso de Islandia, la autonomía de las instituciones neoliberales de la UE podría crear las condiciones para otro experimento exitoso, dependiendo de la política económica que defina el gobierno entrante.
Por el otro lado, la UE tiene muchas deficiencias qué resolver en su funcionamiento económico, destacadamente la cuestión de una moneda común (que impide a los países tener una política monetaria propia) sin una política fiscal homogénea.
El célebre Nobel de economía francés, Thomas Piketty, ha señalado en repetidas ocasiones que los gobiernos nacionales no serán capaces de resolver solos los desafíos de una economía globalizada. Porque, si en México subimos el salario mínimo y las regulaciones ambientales, las fábricas optarán por moverse a Guatemala o a Taiwán. De modo que las medidas para poner un alto efectivo a la rapacidad del capital internacional, tendrán que venir de decisiones conjuntas entre los gobiernos.
Es claro que la Unión Europea que conocemos no será el ente que convoque a los países a librar estas luchas conjuntas contra la injusticia, a menos que sufra una refundación radical de sus instituciones. La sacudida provocada por el Brexit debería ser el detonador de este cambio, si es que los europeos quieren que sobreviva su proyecto de integración.
De hecho, hasta ahora la UE ha hecho todo lo contrario, al apoyar activamente o hacer la vista gorda, a las intervenciones militares de sus países miembros o de la OTAN en países del tercer mundo en alianza con Estados Unidos, con la vieja retórica de llevar la democracia a plomazos que utilizaron en Libia y en Siria en los últimos años.
Por lo pronto, no celebro la salida del Reino Unido de la UE porque el camino que adoptará el país es aún incierto, aunque soy optimista de lo que podría ser un RU independiente bajo el liderazgo de Jeremy Corbyn, si llegan a ganar los laboristas en las siguientes elecciones (lo cual es un escenario factible).
Por lo pronto, creo que este es un lado de la moneda que vale la pena pensarse, frente a un consenso bastante simplista que advierto en las reacciones de los medios y las redes sociales condenando la decisión del pueblo británico, o pintándola como irracional. Cabe la posibilidad de que las cosas cambien para bien, aunque aún es muy pronto para saberlo.
En palabras de uno de los británicos más excepcionales de todos los tiempos:
“Cuando la gente está de acuerdo conmigo siempre
siento que debo estar equivocado.” Oscar Wilde.
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