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el periodico de saltillo
Julio 2016
Edición No. 329


Duele ser millennial

Mateo Peraza Villamil.

Soy millennial. Pertenezco, como menciona Enrique Krauze , a esa generación entre los 20 y 35 años que constituye el porcentaje de votantes más alto del país. Los millennials: la generación del desinterés, de repudio radical al gobierno fusionado con la falta de acción o con la excesiva acción “virtual”, que se diluye en el plano existencial de las redes sociales.

Después de pláticas con otros jóvenes millennials, algunos padres, otros artistas que poco a poco son consumidos por el sistema o viven bajo el peso de la impotencia y el miedo, me atrevo a especular que el problema principal (por lo menos en mi estado- Yucatán-) es la carencia de posturas verdaderas, es decir, posturas que brinquen del diálogo a la acción como un mecanismo inherente.

Los jóvenes millennials gritan , gesticulan, incluso poseen un historial amplio de lecturas y habilidades retóricas; se reúnen los fines de semana para beber, debatir y plasmarse como los activistas más encauzados que hay, pero son incapaces de salir del limbo de la inacción, lo que no sucedió con las generaciones( padres de los millennials) que gestaron movimientos estudiantiles importantísimos, generaciones que ( tal vez por la falta de redes sociales y de una clase media tan abstraída) no dudaron en salir y enfrentarse, constituirse como un colectivo concreto , con ideologías y posturas afines, que no dudó en retar a la muerte con tal de obtener un cambio.

¿Cómo puedo ser consciente del problema y no actuar? ¿Cómo puedo decir que me duele en las vísceras el panorama político , la injusticia, el narcotráfico, que no se vislumbre en el horizonte mexicano un probable cambio si lo único que hago es leer las noticias y sentirme mal , si el único verbo que tengo derecho a conjugar es “ hablar”?

Me impresiona cómo se mueve el juego de posturas en las redes sociales, como los millennials se transforman, de pronto y por unos días, en una masa que “virtualmente” comparte ideologías, sufrimiento e incluso parece estar organizada. Un espejismo total. La generación millennials funciona como un hilera de piezas de dominó o como la “ ola “ en un juego de fútbol. Hay una inercia que provoca la acción ( un claro ejemplo son los jóvenes del 132), pero que después de cierto tiempo desaparece , lo que termina siendo, bajo la óptica de otros millennials supuestamente más críticos, un avance, un estancamiento y un retroceso . Estos últimos observan callados y desde lejos( como yo), desde el residuo seguro y gratificante de los hogares, de las computadoras siempre listas para fungir como única arma; para quienes el único método de ataque posible es compartir ideas muchas veces mal fundamentadas y gritar en el clamoreo indescifrable de las manifestaciones la inconformidad que al llegar a casa se olvida con una buena película.

Sucedió con Ayotzinapa, sucede ahora con los maestros. Los millennials se adhieren al movimiento, comparten, comentan, asumen posturas, publican en el recuadro de Facebook que lo ocurrido en Oaxaca es “Terrible, Güey”, que “Cómo se atreven a hacerle eso a los pobres maestros”. Pero en la mayoría de los casos solo hay una comprensión simbólica de los hechos. Ayotzinapa es el ejemplo. Saben que el Estado no duda en matar a los estudiantes en las comunidades rurales, saben que son capaces de esconderlos y eliminarlos hasta que no exista una sola huella que pueda inculpar a los responsables en los estratos políticos. Lo saben, les duele mientras beben café frente a la computadora, pero… ¿qué sucede después?

Comienza la “ola” de indignación. Todos levantan las manos. Durante un mes saturan sus páginas con publicaciones y artículos relacionados ( que a veces ni siquiera leen) y brincan a otra cosa, jalados por los ganchos cotidianos que los obligan a vivir ( también virtualmente) una vida hasta cierto punto sana, hasta cierto punto clase mediera, hasta cierto punto alegre y en la que sí, hay injusticia y un charco abismal de sangre que mancha esporádicamente los pantalones adquiridos con el salario de los padres, pero en la cual la globalización y los medios actúan como una serpiente hipnotizadora para soltar en el estanque del olvido momentáneo a los muertos ( no solo los estudiantes de Ayotzinapa , sino a todos lo muertos, los miles y miles que se han sumado a lo largo de los malos gobiernos, mismos que gestaron esta generación antipática); hasta valorar cuestiones de menor importancia que rompen la estela de indignación y la borran hasta que parece un recuerdo lejano.

Me duele ser millennial. Me duele ser un sedentario criticón que no brinca a las acciones concretas, que no se organiza por la antipatía que como veneno emana mi época y mis contemporáneos. Si somos el porcentaje electoral más alto, tenemos, estadística y lógicamente, la oportunidad de derribar el estado opresor, utilizando como únicas herramientas la organización y la democracia. Pero ¿hasta qué punto la inercia de la “indignación” propiciará una verdadera organización? ¿En qué punto los millennials hablarán como una sola voz?

 
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