Llegó por mail
La puerta que no queremos abrir
Pocos comulgarán conmigo, pero creo, y lo creo de verdad, que la masacre de Orlando y las manifestaciones en contra de los homosexuales tienen su epicentro no en el odio, tampoco en el miedo, sino en el mismo sitio desde donde los gays exigen el derecho a casarse y adoptar niños.
En pantalla aparece un puñado de señoras, pancartas en mano, gritando a los carros que cruzan la avenida que ellas están en contra del matrimonio y al derecho de adopción de las parejas homosexuales. Son tan pocas, que de no ser por la televisora local, las hubiéramos confundido con otro grupo de gordas a la espera del camión.
Debatir si las señoras están equivocadas o les asiste la razón es desperdiciar el tiempo. En su cabeza, los homosexuales son degenerados a los que les hierve la sangre, y cuya única misión en la vida es invitar a los niños a sus casas para violarlos y convertirlos en depravados como ellos. Si este no es su argumento para protestar, entonces su protesta no tiene sentido. Pensémoslo un poco. Hoy como siempre, al ser humano sólo pueden motivarlo un par de cosas para salir de casa a pegar de gritos cual energúmenos bajo los rayos del sol: haberse convencido a sí mismas de que creen con fervor en una causa, o el aburrimiento.
Nos inclinamos por la primera porque nos da vergüenza aceptar la segunda. Queda mejor ante los ojos de la sociedad quien desconecta el cerebro y repite las palabras de alguien más; o, ¿acaso creen que de verdad a las señoras les asusta ver a dos hombres besándose en la calle o agarrados de la mano en un parque? ¿Creen que les preocupa el daño psicológico que pueda recibir un niño que no sea de su sangre? ¿Creen que les importa dejar un mundo mejor cuando ellas ya no estén? Por supuesto que no. Les importa poco o nada el mañana. Lo único que les consterna es el presente. El hoy. Su día a día aburridísimo. Sus hijos las ignoran. Sus esposos también. Las telenovelas ya las vieron todas. Netflix no lo entienden. La rutina las está matando y se resisten a morir. Por eso se juntan con otras señoras aburridas a rezar y a protestar por lo que sea. Ese es su pasatiempo.
Mientras tanto, en una disco gay de Orlando, Omar Siddique Mateen orquesta un multihomicidio. La primera reacción de los medios es acusarlo de terrorista debido a su ascendencia afgana, antes de preguntar si tenía un PlayStation en casa. Si creen que soy un monstruo por decir que la masacre se detonó por el aburrimiento, qué me dicen de los titulares en la prensa respetable (les ahorro el googleo): “Asesino de Orlando sería gay y fue contagiado de SIDA”, “Presunto amante del asesino de Orlando dice que fue una venganza”, “Video confirma que asesino de Orlando tenía aventura con un hombre”. La hipótesis detrás de estos encabezados es tan abominable como las ráfagas de plomo que ocasionaron las decenas de muertes. O tan estúpidos como los titulares que aparecieron en la prensa local: “Dicen no a matrimonios gay en las calles”, “Manifestantes alzan la voz en contra del matrimonio gay”, “Forman frente en contra del matrimonio homosexual”, cuando el encabezado debió ser unánime y verídico: “Diez señoras aburridas corren riesgo de insolarse”.
Es tiempo de abrir la puerta del clóset y decir las cosas como son: los homosexuales que quieren casarse y adoptar niños son personas profundamente aburridas. Igual de aburridas que los heterosexuales que se casan y tienen hijos o los adoptan. La gente se casa porque está cansada de aburrirse en soledad. Del mismo modo en que por un accidente, calentura o porque nuestra pareja ya no nos llena, decidimos procrear para eludir el aburrimiento y creer que nuestra vida tiene sentido.
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