México: república maquiladora
Carlos Alfredo Dávila Aguilar.
En 1904 el escritor estadounidense William Sydney Porter (mejor conocido por el seudónimo de O. Henry) publicaba su cuento El Almirante, que escribió durante su estancia en la Honduras de Manuel Bonilla; un país de campesinos esclavizados, gobernado por una dictadura al servicio de la estadounidense United Fruit Company.
En El Almirante, aparece por primera vez el término “República Bananera” (lo de “república” tiene un sentido irónico). Con el tiempo, este término sería adoptado universalmente para referirse a aquellos países del tercer mundo gobernados por regímenes antidemocráticos y corruptos, asociados con empresas extranjeras y con el capital internacional para explotar a su propia población en la producción de bienes de poco valor agregado, como el plátano.
Hoy, más de un siglo después, las cifras indican claramente que México no es una república bananera. No producimos suficientes plátanos.
La última encuesta trimestral de población ocupada del Banco de México presenta los frutos más recientes de la Reforma Laboral, presentada por Felipe Calderón en los últimos días de su sexenio, y avalada por Peña Nieto y la clase política con el “Pacto por México” en 2012. Esta reforma incluyó en la ley los contratos por periodos de prueba temporales, y la subcontratación (u outsourcing) para flexibilizar el mercado laboral.
Los resultados del primer trimestre del año son magníficos si se pregunta al secretario del Trabajo Alfonso Navarrete, ya que presentan aumentos en el número de trabajadores que perciben un salario y el número de trabajadores empleados por cuenta propia, llegando así al nivel más bajo de desocupación laboral en lo que va del sexenio, con un 5.2%.
Pero lo que no se presume en los medios de comunicación, es que la gran mayoría de estos empleos entran dentro de la categoría de empleo de baja calidad, y que es este tipo de empleo el único que sigue ganando terreno en el país.
Lo que no se anuncia, es el aumento de la tasa de condiciones críticas de ocupación.
Es decir, las personas que trabajan más de 35 horas a la semana (7 horas al día), percibiendo menos de un salario mínimo por su trabajo, más las personas que trabajan más de 48 horas a la semana y perciben hasta 2 salarios mínimos. Estos empleos en condiciones críticas componen la mayor parte del aumento en el número de ocupados reportado por Banco de México. El número de mexicanos que actualmente trabaja bajo estas condiciones asciende a siete millones de personas, la cifra más alta desde que se tiene registro de esta categoría (por Banxico).
En lo que va del actual sexenio de “reformas estructurales” de Enrique Peña Nieto:
- El número de trabajadores que perciben hasta un salario mínimo ha aumentado en 900 mil personas.
- En el mismo periodo, quienes ganan ente 2,192 y 4,282 pesos al mes, han aumentado en 1 millón, 800 mil personas.
- Quienes perciben entre 2 y 3 salarios mínimos, han aumentado en 293 mil personas.
- El número de mexicanos que ganan más de 3 salarios mínimos, se ha reducido en más de 1 millón, 100 mil personas.
- El número de quienes perciben más de 5 salarios mínimos en el país, se ha reducido en 480 mil personas.
Junto con lo anterior, ha aumentado el número de personas sin un contrato escrito, sin cobertura de servicios de salud, y sin prestaciones laborales.
En resumen, el proyecto de nación que México ha adoptado con las reformas neoliberales, se corona hoy con el anuncio de mayores índices de personas empleadas; empleadas en condiciones de miseria y con una clase media en vías de extinción. La pregunta es, ¿por qué? ¿Por qué nuestros gobernantes han optado por un modelo de precarización de los empleos cuando en el mundo ha quedado demostrado que el modelo neoliberal no funciona?
Si la disminución del ingreso de las familias trabajadores mexicanas deprime a la economía nacional al debilitar la demanda de productos y servicios, entonces ¿a quién le convienen estas reformas? Es claro que no le convienen a las empresas mexicanas que dependen de vender sus productos en el marcado interno.
En este punto la respuesta es obvia: le conviene a las empresas extranjeras y al gran capital internacional que escogieron a este país como una fuente rica en mano de obra barata, cercana al mercado de Estados Unidos, donde les interesa vender sus productos. Un país de paso, un país maquilador.
Si la clase política que ha gobernado el país durante los últimos treinta años, ha fungido como promotor de esos intereses, la única razón posible es la corrupción. Sólo hace falta asomarse a ver los grandes proyectos económicos de los últimos años, como por ejemplo la planta de KIA en Nuevo León, uno de los casos más grandes de corrupción en el país. Corrupción que sigue impune.
Desmantelar un país es un negocio lucrativo para la clase política, pues depende de ellos hacer los cambios a la ley que las grandes empresas extranjeras necesitan. De eso se trató el “Pacto por México” con el que PRI, PAN y PRD iniciaron este sexenio. Y de eso se han tratado las reformas neoliberales de los últimos 30 años.
Por eso en el México de 2016 sería evidentemente absurdo calificar a México como una “república bananera”: un país con un gobierno antidemocrático y autoritario, asociado con empresas extranjeras para explotar a su población, reprimiéndola violentamente si es necesario, para la producción de bananas. Ahora, con la modernización neoliberal, producimos autopartes en plantas de compañías extranjeras y ensamblamos carros que se venderán en Estados Unidos, a cambio de unos cuantos empleos mal pagados.
Por eso, a 112 años de “República Bananera”, hoy en México debería- mos acuñar un nuevo término; hoy somos una “República Maquiladora”. |