¿Es la política una ciencia prostituida?
Adolfo Olmedo Muñoz.
En distintas épocas, y en las obras de numerosos escritores, aparecen desarrolladas las teorías políticas, desde el punto de vista de la historia. Letra muerta para los políticos mexicanos de hoy, que al parecer luchan por una dieta y no por algún ideal, si es que se le puede definir alguno a nuestro desarrollo histórico-político de los últimos cuatro lustros.
El desarrollo de las ideas políticas no tiene un origen cierto como tal. El pensamiento filosófico evolucionó a partir de la búsqueda ontológica del ser, hacia el mundo interno de la esencia de ese ser individual, no sólo en el “conócete a ti mismo”, sino su origen a partir de lo indivisible, el apeirón. Sin embargo las reflexiones de todos los pensadores desde la más remota antigüedad, implicaban la relación del hombre con el hombre; su presencia social, como un “homo societas” a la vez que un “zoon politicón”.
Ya desde entonces, en la búsqueda de una armonía, y la sana participación de todos los miembros de la “polis” en un implícito pacto de convivencia que en el siglo XVIII se define ya como “Pacto Social”. Y cada pueblo, nación e incluso imperios, fueron definiendo su desarrollo a través del conocimiento y respeto de su historia como pueblo o sociedad. Fieles a sus tradiciones, basadas en la convicción del modelo ideológico de su esencia como ente social de un mismo origen, y por tanto de un mismo destino.
Polibio, por ejemplo, excelente historiador de origen griego, hace una magistral descripción de la génesis y desarrollo de Roma en su libro Historia General de Roma, en los albores del siglo II. Las ideas políticas han de tener por fundamento, las observaciones de la historia; es necesario comparar las ideas e instituciones de los distintos tiempos, para poner de manifiesto su desarrollo a través de la vida.
Juan Bautista Vico, filósofo del Siglo XVII, autor del tratado de “Principios de una ciencia nueva” acerca de la naturaleza común de las naciones, señaló, que las instituciones y las ideas políticas pasan por diversas etapas y períodos de transición, de acuerdo con el medio que las rodea y el carácter natural de cada pueblo.
Otra voz autorizada, la del célebre autor de “El Espíritu de las Leyes”, el barón de Montesquieu, en 1734 escribió “Consideraciones sobre las causas de la grandeza de los romanos y de su decadencia”. Sigue él la tendencia de análisis del desarrollo historicista, señalando el desenvolvimiento de las leyes e instituciones, en consonancia con las condiciones y necesidades de la época. Puede decirse que el desarrollo ya en el siglo XVIII de una escuela histórica del pensamiento político, fue como una reacción que estimó como muy artificiales los conceptos de defensa de los derechos naturales, así como del “pacto social”.
La escuela histórica concede atención preferente a las cuestiones jurídicas y a la naturaleza de la ley. Para reformar una sociedad es preciso descubrir primero las leyes que rigen los hechos sociales y reconstruir una ciencia genuinamente social.
Para Herbert Spencer, la organización política se ocupa de dirigir y reformar las funciones del Estado, en correspondencia con los fines públicos. La función primordial es la defensa contra las agresiones externas. Prevenir y evitar las arbitrariedades internas frente a los individuos. El poderío de la autoridad central representa una forma avanzada de evolución política. Siguiendo la teoría organicista; como los demás organismos, también está sujeto el Estado a la enfermedad y a la decadencia; el parasitismo político, bajo la forma de agitadores ambiciosos, constituye uno de sus principales peligros.
Más, cuando no existen indicadores ciertos de una actividad teórico-académica adecuada para el estudio de la ciencia política. Nuestro país, como en muchas otras etapas de su desarrollo histórico, ha ido avanzando, a pesar de sus ineficiencias, de sus descuidos y de su rezago cultural, de manera lenta, pesada, a contrapelo.
Los políticos actuales no están a la altura de una demanda teórica, que pudiera definir las condiciones sociales y políticas reales que vive el país. La improvisación y la mediocridad se ha incrementado con el desarrollismo anárquico de los partidos, a los que la sociedad, por ignorancia más que nada, no les ha exigido la preparación, vocación y entrega que requiere el ejercicio de la función pública y mucho menos la configuración de la estructura legal adecuada para el progreso de la nación, mediante el ejercicio legislativo.
Nuestro país, se reinventa cada sexenio, si no es que cada trienio, al cambio de la mitad de su cuerpo legislativo. No existe “carrera política”, y no me estoy refiriendo al pretendido continuismo de los parásitos legisladores que quieren ser reelectos, so pretexto de una “necesaria” superación experiencial.
Como si se tratara de una escuelita donde van a aprender a legislar. La preparación debe ser previa y bien fundada, con el respaldo de una actividad académica y las “credenciales” de una lucha social exitosa, amén de su acreditada tendencia ideológica con congruencia moral.
Liberales, fisiócratas, demócratas, revolucionarios, conservadores, monarquistas, absolutisas, demagogos, anarquistas, utilitaristas, y demás “ismos” que en torno a la actividad política ha creado el hombre, hallan en nuestro medio un desden peyorativo sustitutivo de la razón: jurídica, social, política, ideológica, o cultural; se constriñe a un mediocre “valemadrismo”.
Un “valemadrismo” que no deja de ser oportunista (utilitarista, si hablamos de las ideas políticas) pues bien sabido es que en nuestro medio, pesa más aquella sentencia de: “A río revuelto, ganancia de pescadores” que aquella Doxa kantiana que propugna por un: “obra de tal manera que tu conducta sea de universal observancia” o imperativo categórico, que al parecer se lo reservan los pueblos altamente civilizados.
En mi opinión, México vive hoy una de sus peores crisis políticas. No por el choque de intereses de bandos contrarios que a través de sus ideas pretenden un cambio evolutivo para beneficio de la sociedad, de acuerdo a su propio ideario. Todo lo contrario, lo alarmante en nuestra sociedad, es la apatía de una sociedad mediatizada que no enjuicia, que no discute, que no pregunta, que no piensa.
Hasta los políticos, como consecuencia del avanzado proceso de putrefacción de la actividad política actual y el evidente repudio popular, se muestran avergonzados, negándose a sí mismos y calificándose como “no políticos” o “contrarios a la política”.
Por ello incluso, ha prosperado la idea de que es mejor la participación de candidatos “independientes” en los procesos electorales, que los “representantes” de los partidos políticos actuales.
Sin embargo, no creo que debamos iniciar la vivisección de la política tradicional como ciencia. La política, es la lucha por el poder; es la confrontación, el arte, el oficio reiterado de las prácticas necesarias para alcanzar el poder de sentar una ideología determinada en el gobierno de una nación o territorio, para alcanzar a su vez los objetivos deseados por una sociedad.
El problema actual, creo yo, es que los políti- cos no son ya, lo suficientemente suspicaces; intuitivos, estudiosos de los arcanos del quehacer en el seno de una sociedad como la contemporánea.
Y es que, tal vez se ha perdido la perspectiva de los intereses generales por un lado y las formas o mecanismos para la obtención de esos fines que le son vitales a una sociedad. La dependencia de la política ante los instrumentos del capitalismo salvaje que agobia hoy día al mundo, han trastocado toda actividad. Las leyes del mercado, la especulación, la usura, el utilitarismo transna- cional, han dejado poco campo de acción a los políticos tradicionales, que son movidos por sutiles hilos de un nuevo mercado. El mercado del poder, en cualquiera de sus formas, y obviamente una de ellas es la política.
Por eso, creo yo, es más incierto que nunca el panorama que se dibujará en los próximos meses, cuando se sometan los cientos de aspirantes a puestos de elección popular, al escrutinio de una sociedad, que, lamentablemente, tampoco está a la altura del conocimiento adecuado de cuál debería ser, hoy, la lucha ideológica por el poder.
Hubo un tiempo en que se popularizó aquella frase de que: el dinero no tiene nacionalidad, (no tiene fronteras) y se desarrolló el capitalismo “globalizado”.
Hoy, todo parece indicar que, la política terminará de abolir cualquier estructura ideológica que se le atraviese en su lucha por un poder, que les genere, en principio, el bienestar económico a los “dirigentes” y sus correligionarios; la nación, cada día, parece, importa menos.
La importancia de las próximas elecciones a mitad de este año, radica, creo yo, en cómo se hará política, quiénes se llamarán, ante sí y ante la sociedad “políticos”, y qué ideología presentarán para resolver los problemas de una sociedad como la nuestra. |