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el periodico de saltillo
Marzo 2016
Edición No. 325


Hegemonía, la imposición ideológica

Mario Antonio Mejía Gómez.

"Tomen la educación y la cultura, y el resto se dará por añadidura"
Antonio Gramsci


Se ha preguntado alguna vez: ¿por qué los gobiernos gastan inmensas cantidades de dinero en publicidad?, ¿por qué los medios de comunicación constantemente manipulan las noticas?, o bien ¿por qué la educación es deficitaria y doctrinaria?

Sobre éstas y muchas otras cuestiones escribió uno de los más grandes pensadores del siglo pasado, el filósofo marxista Antonio Gramsci, quien, siendo Secretario General del partido comunista italiano, fue encarcelado por el gobierno fascista de Benito Mussolini. Durante esta situación de absoluta opresión trató de buscar explicaciones del fracaso de la izquierda italiana, que aun enarbolando la defensa popular, era incapaz de conseguir el apoyo de la mayoría. A fin de alcanzar dicho objetivo, se enfrascó en profundas reflexiones y en el estudio sistemático de la obra de Nicolás Maquiavelo.

Ahí encontró una metáfora que le fascinaba, la cual decía que el Príncipe debe de ser como un centauro que tiene una parte bestial que corresponde a la fuerza física, pero también tiene una parte humana que es racional y que ejerce el convencimiento. Gracias a estos análisis descubre que las élites logran la legitimidad de su gobierno y el sometimiento de las masas, no tanto por el uso de la violencia, sino más bien lo obtienen al dominar sus mentes por medio de la imposición ideológica orquestada por las instituciones educativas, culturales, religiosas, deportivas y en especial por los medios masivos de comunicación.

Estas instituciones construyen la firme idea de que la conducción de un grupo determinado equivale al progreso general de la sociedad, e incluso en situaciones de enorme insatisfacción social, impiden que se derrumbe el edificio institucional de un sistema de poder, porque su influencia ayuda a mantener la aceptación del pueblo. Dicha imposición ideológica fue lo que Gramsci definió como la hegemonía, llegando a la conclusión de que quién conquista la batalla cultural, domina la política y retiene el poder.

Sin embargo, la hegemonía no es un proceso permanente, por el contrario siempre van a existir conflictos dentro de la sociedad. Es decir, la estabilidad es el resultado constante de negociaciones y de equilibrio entre diferentes grupos pero debido a que los sujetos no son estáticos, lucharán ante la hegemonía que se les quiere imponer. Surgiendo así los movimientos contra hegemónicos como son las huelgas, marchas, boicots, canciones de protesta, literatura subversiva, etcétera.

Cuando estos movimientos se salen de control, la hegemonía se resquebraja y se corre el peligro de que se origine una revolución, con capacidad de disputarle el poder político. Por lo tanto, el gobierno tiene que activar sus aparatos represivos como son la Policía y el Ejército, para así dominar a la población.

Un ejemplo histórico de ésta situación fue el movimiento estudiantil de 1968 en México. El Estado no sólo utilizó la violencia para dispersar a los estudiantes que desafiaban el orden existente, sino que hábilmente cooptó o encarceló a sus líderes y ordenó a los intelectuales al servicio del régimen a difundir ideología contraria al movimiento y favorable al gobierno. Posteriormente el sistema político se actualizó y fortaleció, al incorporar a los mejores cuadros de la oposición y al integrar una parte ínfima de sus demandas sociales.

Todos estos mecanismos forman una fotografía perfecta del centauro que por un lado amedrenta y por otro lado activa las instituciones que sirven de instrumentos de convencimiento social y por último compra obediencia.

Por lo tanto, un régimen hegemónico es aquel que gobierna no sólo a través del monopolio de la fuerza estatal, sino también lo hace mediante el convencimiento ideológico de las masas. De ahí la famosa metáfora de Gramsci que define al poder como un “puño de hierro envuelto en un guante de seda”.

 
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