El Papa para los laicos
¿Qué de los 20 millones de ciudadanos que no profesan el culto católico? Veinte millones de personas bien podría ser un país entero o un conjunto de países pequeños. |
JABA.
De todos los rockstars, socialités, artistas o incluso políticos del mundo, el Papa es el hombre que se lleva el premio de popularidad en México. En esta nueva visita hemos visto redefinido el concepto hospitalario, y lo hemos llevado a niveles inusitados. De lejos pareciéramos un país que se aferra a una esperanza fácil e infantil, como se aferra un náufrago a su salvavidas.
Programas especiales en TV y radio, gobernadores volando a la Ciudad de México para tomarse la foto (incluido el gober Moreira), asientos VIP reservados para la clase política, y un sinnúmero de excesos solapados por una mayoría católica que está dispuesta a tirar por la borda los protocolos institucionales con tal de sentirse dentro de la bendición. Parálisis general.
Y la pregunta es, ¿Qué con los 20 millones de ciudadanos que no profesan el culto católico? Piense, amigo, 20 millones de personas, bien podría ser un país entero o un conjunto de países pequeños de Europa o Centroamérica. Muchísima gente que se rige por una forma de vivir distinta y por un estado apócrifamente “laico”.
Hasta aquí nada nuevo, Fox lo hizo en la visita pasada, cuando Benedicto, no se diga en la visita del carismático Juan Pablo II. Por su parte, los medios de comunicación quisieron aplicar la misma máxima periodística anticuada y obtusa. El recurso de la crónica ultradetallada y tierna: el Papa saludó, el Papa habló o calló, el Papa se enojó con un pobre “egoísta” feligrés, en fin.
Se dice que de religión, política y fútbol no se habla, pero es pertinente considerar la religión y la política como un concepto inseparable. Hablar de religión es hablar de la institución creada por el hombre, para aproximarse al fenómeno de la fe y la espiritualidad. Pero es preciso separar la fe y la religión. La fe es un impulso que no requiere de razones, la religión es una convención de muchos hombres que han puesto en común cierta forma de ejercer la vida
En México -la historia lo avala- la religión católica ha sido una piedra en el zapato constante e insufrible, frente a un estado que quiere ser laico y no sabe cómo. Y sus políticos -nuestros políticos- buscando sumarse a esa ola de popularidad y algarabía que trae el pontífice tras de sí, pues es claro que su quehacer como servidores públicos es mediocre y fracasado; con una sociedad que los condena y deslegitima.
Sin embargo, ¿por qué el Estado se desvive por este jerarca en particular, y no por el Buda, digamos? Es fácil deducir que nuestro país es uno de los principales clientes del Vaticano en el mundo, con una mayoría que profesa el culto y una población que vibra y arde con los fervores guadalupanos. Y en una crisis profunda y sostenida como la de México -crisis social, de identidad, crisis cívica, crisis de violencia, económica, etc.- los clamores se matizan con quimeras. Ese ha sido el estilo del mexicano.
Para un gobierno indefinido y desprestigiado -ganado a pulso-, la visita del Papa no acaba de ser religiosa ni acaba de ser política. El Vaticano no posee fondos de inversión que atraigan empleo, no hay política comercial entre ambas naciones; no existe un interés económico o comercial que sea beneficioso y que mejore -en lo terrenal- la vida de las personas, no es ese su mercado.
La moneda de cambio del Vaticano es la ilusión. Es decir, una iglesia que funge como porrista espiritual que viene a animar los golpeados corazones de una población hastiada de las mismas fechorías de siempre.
La religión -cualquiera- es un fenómeno social fascinante y es necesario discutirlo. Probablemente lo que esté faltando es eso, hablar más de religión, de política y de fútbol. Quién quita y salga algo bueno del sano debate, de la reflexión colectiva; quien quita y se genere un nuevo acuerdo, uno más crítico e incluyente con los distintos sectores de la población.
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