Entre el deber y la necesidad
Alfredo Velázquez Valle.
“A despecho, sin embargo, de la alta situación que ocupa en el Olimpo de la filosofía, ese imperativo no
encierra en sí absolutamente nada de categórico.”
L.Davidovich. |
El hecho del por qué un ser humano debe obedecer (cumplir la voluntad de quien manda) a otro, lleva a plantearse la cuestión de quién manda.
Por lo tanto, convengamos que, quien manda, deberá tener el poder para hacer cumplir su voluntad a quien obedece.
Así, a la pregunta explícita de por qué se tiene que obedecer está en relación directa al poder. Se obedece por razones de poder.
Los criterios de racionalidad por los cuales se obedece, serán establecidos por quienes tienen el poder y no por quién carece de él.
En la antigua Atenas realmente quienes carecían de poder (los no ciudadanos) eran los que obedecían y quienes detentaban el poder (los ciudadanos) se hacían obedecer. Así, quién tiene el poder dictará los criterios de razón para hacerse obedecer.
En las sociedades esclavistas (Grecia, Roma), donde hubo explotados y explotadores, es decir, división social del trabajo, el poder de mandar fue de aquellos que concentraban en sus personas el poder económico, político y militar.
Quien obedece lo hace porque así se lo impone el poder. Es decir, al sujeto que ejerce la obediencia no le queda otra alternativa… solo luchar.
En la sociedad quien ejerce el poder es el Estado, que capitaliza los interese de las clases dirigentes. Este poder del Estado, Hobbes lo ejemplifica con el leviatán mítico que (al parecer) se alza por encima de los hombres y los domina.
Ahora bien, con respecto al por qué unos hombres “deberían” interferir (cruzarse, interponerse, perturbar el camino de una acción) con otros hombres, la respuesta deberá buscarse en la necesidad manifiesta por el desarrollo de las relaciones sociales de producción. Es decir, en la manera como unos hombres se relacionan con otros para la reproducción de su vida material.
Así, en la sociedad feudal (europea), el deber de cobrar el diezmo a los campesinos representó una necesidad reclamada por las clases dirigentes (nobleza terrateniente) para asegurar su propia existencia, dominio y/o supremacía por sobre las restantes capas sociales de dicha época. Debía interferirse en la vida de las clases desheredadas si se quería sobrevivir como clase hegemónica.
En el siglo XIX, la necesidad de realización de los intereses de la burguesía inglesa, impuso la necesidad de interferir en la vida de los campesinos a los cuales obligó a salir de sus parcelas para integrarlos en las grandes ciudades manufactureras de Manchester y Liverpool, donde sus fábricas los colocaba en la realización de la explotación brutal en aras de sus propios intereses económicos.
Así entre el poder de mandar y la necesidad de interferir, la democracia como sistema de representación de la” voluntad popular” no será nunca como refieren B. Rodríguez y P. Francés en “Apuntes de una clase”, (Curso de filosofía política 2010-11):
“…un gobierno consentido por los gobernados que pueden, si así lo desean, presentarse ante sus conciudadanos para ejercer cargos políticos.”
Más bien, convengamos con León Trotsky en que:
“…a medida que crece la masa de ciudadanos que gozan de derechos políticos y de gobernantes nombrados por elección, el poder efectivo se concentra y llega a ser el monopolio de un grupo de personalidades cada vez más reducido.”
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