La corrupción nos llegó de Europa
José Luis Carrillo Hernández.
El buen juez, por su casa empieza, en ese sentido seguramente el Presidente Enrique Peña Nieto así lo señaló, la corrupción está en todos los sectores y por lo tanto, no hay nadie capaz de aventar la primera piedra. Peña Nieto no habló de excepción alguna, de esas que confirman la regla, así ni la investidura presidencial se salva. Como dicen los juristas, a confesión de parte, relevo de pruebas.
Los aludidos, como los empresarios, inme- diatamente se auto exoneraron; sin embargo, como dijo la abuelita, dijeron a todas, y el presidente incriminó a todos, así debemos entenderlo, él está en la cúpula del poder, por consiguiente en la cúpula de la corrupción, así que a mal de todos, consuelo de pendejos.
El presidente Peña Nieto tiene razón, cuando no deja eslabón suelto de la larga cadena de la corrupción, ella está encumbrada en los sectores del comercio, la industria, las finanzas, las iglesias, los servicios, en el gobierno y en la población, pero el señor presidente olvida que la dirección de la corrupción es de arriba hacia abajo, y los de abajo sólo recogen la basura que venden disfrazada de alimento al pueblo.
Tiene razón el presidente, la corrupción está en el pueblo, en sus cuerpos obesos y enfermos, en sus niños obesos y desnutridos, consumidores de azúcares y grasas envueltos en papeles metálicos y en envases de plástico con aguas negras azucaradas y otras de color de la industria trasnacional. La corrupción está en los cuerpos de los pobres en forma de cáncer, de diabetes y de insuficiencia renal, entre otros padecimientos que la corrupción del sistema alimentario chatarra nos hace padecer, y lo peor, nos dicta la forma de morir.
Pero, la corrupción no es nueva, ya no sorprende a nadie, pues es parte importante de la visión europea que se globalizó por primera vez con el arribo de las potencias hegemónicas judeocristianas a este continente en 1492. La corrupción llegó con la conquista y la cruz, la corrupción arribó con la occidentalización del continente, vino montada y fundida como centauro con espada y fuego, mitad herencia grecorromana y mitad judeocristiana.
La usura y la acumulación fue uno de los grandes pecados que la iglesia siempre condenó aunque ella misma los practicara. Desde la edad media siempre fustigó a los comerciantes y prestamistas, la mayoría de origen semita o hebreo de la época de la diáspora judía cuando éstos eran los cobradores de impuestos del imperio romano, que terminan conquistando y dividiéndose los pueblos bárbaros, acabando con el imperio romano, pero bajo la tutela y reconocimiento del representante de dios, los sacerdotes dirigentes romanos, todos de origen judío.
El clero romano era dueño de más de la tercera parte de la renta de la tierra de lo que fue el imperio romano o de los nuevos reinos y principados de los pueblos bárbaros invasores que necesitaban el reconocimiento del imperio de la fe. Así, galos, francos, británicos, germanos, y godos, entre otros, se sometieron a la bendición y al reconocimiento papal y a su legislación.
El diezmo, las indulgencias, las entregas testamentarias en favor de la iglesia para que el poseedor fuese perdonado y poder librarse de la condena del fuego eterno, esto, más las riquezas en tierras y propiedades, disgustaba mucho a los nuevos monarcas, señores feudales y príncipes del fin de la edad media e inicio del renacimiento; cómo era posible que siendo ellos los pueblos conquista- dores, la iglesia conservara y acrecentara estos privilegios.
Muy pronto esto cambiaría, los nuevos descubrimientos y avances tecnológicos, como la imprenta de tipos de metal, permitirían la reproducción, divulgación e interpretación de la biblia y los clásicos desde un lugar distinto a Roma, así sucedió, Martin Lutero y Calvino encontraron perdón a todo tipo de crímenes y tropelías, simplemente pidiendo perdón en los últimos minutos de la vida, sin intersección alguna de terceros, sin condenar jamás la avaricia y la usura, ni el esclavismo ni la explotación de los más débiles.
Eso agradó mucho a los nuevos reinos bárbaros, representaba la oportunidad de quitarle a la iglesia sus tierras, riquezas y sus concesiones. Todos estos reinos rompieron con Roma, confisca- ron sus bienes, así el obscurantismo medieval y dogmático se fraccionaba en dos tendencias: la religiosa y conservadora, y la monárquica y liberal de los nuevos reinos europeos, lo que hoy es Europa
El descubrimiento de América, su conquista y su repartición, fue sin duda un detonante e impulsor del desarrollo financiero y proveedor de recursos para Europa y en especial para Inglaterra que permitieron, primero la acumulación de capitales y la posibilidad de nuevas inversiones, la apertura de mercados nuevos para colocar sus excedente comerciales como el abastecimiento de materias primas que la revolución industrial demandaba.
Esta época concedió a las potencias cristianas del Atlántico consolidarse y expandirse, mucho más a los ingleses que estaban liderando la revolución industrial con todas las ventajas de estar asociados al poder y a los ejércitos que garantiza- ban su participación o expansión a través de la guerra e imponiendo tratados de libre comercio y de monopolios sobre los reinos vencidos.
La corrupción, la simulación, el esclavismo, el asesinato, la violencia, la piratería, la explotación y fundamentalmente la avaricia y la acumulación, llegaron de allá, de occidente; previamente pasaron por Mesopotamia la madre patria de Israel, luego por Grecia y Roma que los revistió de filosofía y jurisprudencia, hasta el Cristo redentor que perdona a los grandes criminales de la humanidad y lo que es peor los eleva a los altares de una patria que no les corresponde. |