Oposición conversada
Alfredo Velázquez Valle.
Cuando nos damos a la tarea de conversar sobre temas como partidos políticos, alternancias y elecciones sería imposible no reflexionar sobre dos conceptos que les complementan y les dan sentido: poder y oposición.
En una sociedad dividida en clases sociales cuyos intereses se contraponen y luchan por hegemonizar la vida de la sociedad en la cual existen, la conquista por el poder se convierte en el objetivo primordial de estas clases en pugna; por sobrevivir algunas, por no perecer otras, y por mantenerse en el ejercicio del mismo, las menos.
Es obvio que los sectores de clase que mantienen el control económico de la sociedad (es decir, que tienen bajo su propiedad los propios medios de producción y la mano de obra que los dinamiza) lo extiendan (por necesidad misma de sobrevivencia como clase hegemónica) a los demás aspectos de la vida misma, como lo son el ejercicio político, el control del aparato militar y las directrices culturales que aseguren dicha supremacía.
Obvio es que también (aunque no lo parezca) las clases subalternas busquen superar su condición y/o no desaparecer como clase bajo el peso de la explotación y la represión, en primera instancia. En segunda, la conquista del poder, si las condiciones objetivas (históricas) y subjetivas (conciencia de clase) lo hacen una posibilidad tangible.
Aunque demasiado esquematizado, esto mismo es la lucha de clases, que no es otra cosa que la lucha por el poder y que ha sido según Marx, el motor de la Historia.
Sin embargo, como lo he dicho, el poder retenido por estos mismos sectores de clase no resulta ser tan simple, mecánico o vertical como se ha expuesto. Esta práctica hegemónica, lleva en su dinámica relaciones complejas, contradictorias e irracionales que hacen sino imposible sí difícil su comprensión; ejercicio necesario para una práctica verdaderamente revolucionaria que conduzca no ya a la emancipación de una clase sobre otras, más bien por la liberación humana.
Por otro lado, al hablar de oposición tendremos que tener cuidado de caer en las trampas que el propio sistema que mantiene la hegemonía de la clase en el poder, nos propone como vías o medios institucionales para acceder al mismo.
También debemos hacer uso de la cautela cuando el propio régimen otorga espacios para la disensión y que cándidamente tomamos como espacios o cuñas en la sólida roca del sistema que, astutamente, nos hace creer que vamos en la ruta correcta que lleva a la emancipación.
Como vías o medios legales de acceso al poder, debemos entender, entre otros, los procesos que denominamos democráticos, que hacen presuponer que por vías pacíficas, por consensos electorales, las clases en el poder cederán de buena gana su lugar a las clases subalternas respetando de ese modo el sacro santo mandato de las mayorías… a través de sus representantes.
Espacios lo son todos aquellos los que pareciendo autónomos no lo resultan ser.
Así, fungiendo como válvulas de escape de descontento social, los centros, o puntos de reunión físicos y/o virtuales, crean el espejismo que busca hacernos creer que, debilitado el sistema, cede bastiones de poder al ejercicio del disenso.
Centros políticos “de oposición” como Casas Culturales y de carácter “alternativo” brindan al ciudadano (generalmente pequeñoburgueses) los espacios en los cuales, sin dejar de ser vigilados por el cuan maravilloso como abominable aparato cibernético de vigilancia de Estado, tiene la oportunidad de verter a un público variopinto demandas no cumplidas así como inconformidades contra el propio sistema que le oprime, sin que ello llegue a más.
El gato juega con el ratón en su terreno y con sus mañas. El ratón se presta al juego (quiere, necesita creer en el juego limpio cuando el propio juego es ya la impostura misma) porque no tiene más opción, solo que, a menos que…
Si a ello aunamos una percepción errada de lo que implican estas palabras –poder y oposición-, en una sociedad como la nuestra, desgarrada por conflictos de clase e injusticias innombrables como crímenes de lesa humanidad, el problema se ahonda.
Las descalificaciones, los dedos flamígeros y la negación, per se, de todos aquellos elementos que en potencia o a posteriori puedan ser armas para la subversión del sistema actual que nos oprime, terminan por convertirse en imponentes frenos de lo que en apariencia pretende ser lo que desde esta impostura no se puede ser: oposición.
Si se quiere ser oposición desde la denuncia de las formas de la dominación y no desde el análisis y reflexión de la esencia de la misma, entonces tenemos ante nosotros una oposición discrepante que acepta, de entrada, la base legitimadora del poder (es decir, se acepta el sistema) y que en el mejor de los casos se ocupará de eso, discrepar, opinar, conversar, debatir… y descalificar sobre algo tanto fútil como enajenante; algo así como los candidatos políticos en tiempos de elección así como sus imágenes, sus decires, sus virtudes y defectos, sus posturas e imposturas; razonar sobre la aritmética del voto, o cualquier otra banalidad de las democracias de hoy.
Pero, si por el contrario, se quiere ser oposición desde una perspectiva revolucionaria, entonces lo será desde una posición que sin dejar de denunciar las imposturas de los personeros de la democracia formal (cosificada), ponga el dedo en la llaga y, desafiando las limitaciones de clase (taras de pequeñoburgués) busque los canales que le permitan construir las redes (clandestinas, ilegales, subversivas), donde su protagonismo quede subsumido en la dinámica de organización y acción del partido de la revolución que no podrá ser otro que el que tenga como elementos constitutivos de primera línea a los trabajadores de la industria, los trabajadores del campo y los elementos marginados del ejército institucional así como todos aquellos elementos agraviados por el sistema que en la multifacética lucha por la conquista del poder vayan sumando y no restando.
Con lo que respecta a la situación política electoral del estado de Coahuila, baste con recordar lo que Nicos Poulantzas ya para el año de 1978 decía en estos términos:
“Los aparatos del Estado organizan-unifican el bloque en el poder desorganizando-dividiendo permanentemente a las clases dominadas, polarizándolas hacia el bloque en el poder y cortocircuitando sus organizaciones políticas propias.” (Polulantzas, 1978)
Polulantzas, N. (1978). 2. EL ESTADO Y LAS LUCHAS POPULARES. En N. Poluantzas, estado, poder y socialismo (pág. 169). México, D.F.: siglo veintiuno editores.
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