El desastroso desempeño electoral
de los partidos políticos en Coahuila
Jorge Arturo Estrada García.
Tendremos el destino que nos hayamos merecido.
Albert Einstein.
El pasado está escrito en la memoria y el futuro está presente en el deseo.
Carlos Fuentes. |
La clase política actual ya lo desmadró todo. En su búsqueda de poder, los políticos se volvieron más audaces y descarados. Son cínicos y perdieron hasta el último vestigio de mesura. Ya le tomaron la medida a la opinión pública, generalmente dispersa, apática y sin liderazgos. Ante las explosiones sociales, recurren a su manipulación de medios para construir una realidad virtual en la que deambulan, dejan pasar el tiempo, confiando cínicamente en que las aguas se calmen. Nada mejoran, nada resuelven, los rezagos se acumulan, las clases medias viven al borde de la pobreza. Los políticos acumulan fortunas, se vuelven empresarios y sirven a las directrices de los grandes capitales.
La partidocracia es despreciada y rechazada por gran parte de los ciudadanos. Esto facilita a los grupos a mantenerse en el poder. Mientras la gente se desentienda de la política, los políticos se despachan con la cuchara grande.
Actualmente, aun después de participar en gobiernos desastrosos se siguen apoderando de las candidaturas y de los triunfos, usando toda clase de métodos. El PRI regresó con todo su costal de mañas, pero ya sin ideología revolucionaria ni nacionalismo. Se apoderaron de él, y ahí se enriquecen, personajes de escasa cultura, sin liderazgos y poco capaces para gobernar. A los millones de pobres los usan como “carne de elección” y compran sus votos el día de la jornada electoral. Para el 2018 están dispuesto a usar todos los medios a su alcance para conservar Los Pinos.
El PRI ya no tiene sectores fuertes, ni gremios ni sindicatos que jalen votantes, la estructura corporativa que construyó Lázaro Cárdenas y que hizo invencible al “Partidazo” colapsó. Los nacionalistas e ideologizados se murieron o desertaron. Los neoliberales desmadraron al PRI, y las nuevas generaciones de políticos sólo aprendieron a comprar votos aprovechando coyunturas, pero no a gobernar ni a construir un país sólido y con justicia social. México es otra vez una fábrica de pobres. Hasta los socios comerciales se quejan del bajísimo nivel de los salarios de los obreros mexicanos, 50 por ciento de los mexicanos está en la pobreza, 40 por ciento sufre subempleada, en la informalidad y sin prestaciones.
Los militantes y seguidores de los partidos se hicieron viejos o se murieron, los que le sabían o tenían prestigio y liderazgo fueron marginados; los nuevos militantes son pocos y oportunistas. La ideología desapareció hace lustros de los partidos, de todos. En el PRI Coahuila, por ejemplo, ahora manejan una estructura clientelar, profesionalizada, en la cual en cada barrio o colonia popular, en cada acera hay un promotor que cobra en Desarrollo Social y su tarea es “bajar” los programas y productos a los simpatizantes a cambio de votos el día de la jornada electoral. Por eso, aún en tiempos difíciles como ahora que el 80 por ciento de los coahuilenses los rechazan siguen ganando elecciones. Un grupito se enriquece pastoreando a una gran masa de pobres.
El PAN coahuilense, se convirtió en un grupito de ambiciosos y egoístas personajes, incapaces de ponerse de acuerdo, que a veces ganan elecciones más por coyunturas que por capacidad y trabajo sólido. En junio, perdieron la oportunidad histórica de ganar el gobierno de Coahuila. Guillermo Anaya no logró superar su votación significativamente, tampoco conquistar el voto duro, no pudo lograr el voto útil ni armar una alianza con Armando Guadiana y Javier Guerrero. Entre los berrinches del “Gallo” Gerardo García, Isidro López y su tutor Rosendo Villarreal, Luis Fernando Salazar y la pasividad de Memo Anaya, hubo demasiado desgaste y traiciones que impidieron el triunfo. Todos ellos, ayudaron más a que Miguel Ángel Riquelme Solís se convirtiera en gobernador que Chema Fraustro, Verónica Martínez, Jericó, Ayub, Morán e Hilda Flores.
Los opositores coahuilenses tuvieron diversas oportunidades para enfilarse al triunfo, pero las desperdiciaron todas. Son cortos de miras y entendederas, Anaya, Guadiana y Guerrero aprendieron mucho en los meses de protestas, lo único que no han aprendido es que ellos no saben hacer llegar sus mensajes a la gente, desperdiciaron una oportunidad histórica. El PRI Coahuila estaba derrotado y contra la pared, nunca tuvo capacidad de respuesta. Sólo las gestiones de Rubén Moreira con Ochoa Reza y Peña Nieto, lograron fortalecer la defensa de Riquelme y concretar su ascenso al Palacio Rosa.
El desempeño electoral de los partidos políticos en Coahuila fue desastroso, tanto o más que el del INE, el tribunalito de Valeriano Valdés y el IEC de Gabriela de León. Lo dijimos anteriormente, Coahuila fue el verdadero laboratorio para el 2018. El PRI nacional se convenció de que la mayoría lo rechaza, junto a los gobernadores y al presidente Peña, entonces decidió presentar a un candidato externo, José Antonio Meade, “no político y no priísta”. Peña, permanentemente lastimado por el rechazo popular, muy lejos de sus épocas de “Rock Star”, y muy autoritario, decidió la imposición a toda costa como método para conservar el poder y evitar persecuciones.
En Coahuila y el Edomex, con base en el uso de toda clase de alquimia, desde la arcaica del siglo XX, hasta la más moderna del siglo XXI, construyó sus triunfos. Todas estas malas artes no fueron sancionadas y fueron toleradas por las autoridades electorales. De esta forma, les quedó claro que: el PRI sólo puede retener la presidencia con ayuda extralegal. En nuestra entidad todas las instancias electorales están listas para repetir el modelo para sacar adelante a los tricolores.
En las cúpulas del PRI decidieron que era mejor sortear críticas débiles ahora que entregar el poder mañana y arriesgarse a ser perseguidos. Ya la necesidad deberá superar a la torpeza. El cinismo será la marca de la casa.
Por supuesto que habrá daños colaterales, pero salvar la cárcel es un motor poderoso. Es claro que las trampas cometidas por los partidos en los procesos electorales provocan una ruptura entre los gobernantes surgidos del fraude y los gobernados.
Los movimientos sociales nacen de la irritación social que se traduce en ira, que genera rebelión contra algunas injusticias y estalla con multitudes en las calles. Pero, así como surgen se apagan si no se generan líderes capaces de alimentarlo con ideas, organización y certezas. En el caso de Coahuila, en junio, las decenas de miles de manifestantes tomaron por sorpresa a los poco capacitados convocantes. Así pasó, con el gasolinazo, y así pasó en Coahuila, en donde ni Anaya, ni Javier Guerrero ni, Armando Guadiana supieron capitalizar la irritación ciudadana ni para arrinconar a los tomadores de decisiones ni para convertirlos en votos.
Miguel Riquelme atrapado en un Maximato. El exgobernador es muy fuerte y Miguel Ángel es débil aún. En Coahuila, su grupo es escaso, de bajo perfil, fue arrasado en La Laguna y lo dejaron copado por la Nueva Clase Política que creó el moreirato. Por lo pronto, MARS perfila un gobierno lejano y sin consensos. Riquelme llega encerrado en una burbuja de aduladores. Él es el gobernador más débil de la historia moderna de la entidad. En la defensa de su caso ante el INE y el Trife ni las manos metió. No lo dejaron intervenir públicamen- te para construirse una identidad adecuada al nuevo contexto. Lo salvó la decisión nacional de adoptar el modelo Coahuila para ganar en el 2018. Arrollando a los ciudadanos y al INE. Se usó al Trife para desbrozar la senda de uso intensivo de dineros públicos para la compra de votos con programas sociales, metálico y hasta tarjetas para postpago.
Sus primeras acciones reflejan que aún no se logra acomodar; ni en lo interno, ni mucho menos en lo externo, en donde no tiene mucho respaldo popular. Se le percibe como más de lo mismo. Coahuila necesita menos cinismo y soberbia, y más política. La entidad requiere un gobernador incluyente, capaz de comprender el difícil entorno social, y sobre todo, un mandatario alejado de la obsesión de ganar la siguiente elección, que fue la marca del Moreirismo.
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