El gasolinazo
Alfredo Velázquez Valle.
Los argumentos que se esgrimen como necesidades para incrementar los costos de gasolinas en el país tienen en su origen mismo una intencionalidad que pretende encubrir los “desaciertos” que durante décadas se han generado como producto de una política económica que no errada, más bien interesada en el logro de ciertos objetivos.
En efecto, en un país donde la población no es homogénea en ningún sentido, las metas propuestas por los planes sexenales no apuntan a beneficios parejos ni sacrificios compartidos.
Las políticas económicas y sociales que se han desprendido de dichos planes tienen intencionalidad, pero ésta es en grado y profundidad distinta con respecto al sector o clase que le toque en destino padecerla o aprovecharla.
Quienes elaboran dichas proyecciones con base en cierto tipo de estudios, no son en modo algunos seres ajenos a intereses, porque no han nacido fuera de un contexto histórico, de una sociedad dividida y un país de agravios, injusticias y explotación.
Así, quienes defienden el alza en los costos de comercialización de los hidrocarburos, no lo hacen pensando en primera y última instancia en el bien general, en la población mexicana, en los compatriotas, en los mexicanos.
Y no lo hacen porque este discurso en el que todos cabemos y a ninguno se excluye tiene su engaño. En efecto, en el discurso del equívoco, las generalidades y/o “los absolutos” tienen como objetivo esconder los verdaderos intereses de grupo o sector de clase que tiene el poder económico y político del país. Poder que ejerce mediante el consenso y si se requiere, por la coerción.
Los programas sociales, los porcentajes manejados para inversión en tal o cual rubro, las decisiones para el fomento a determinadas áreas del conocimiento, lo que se acuerda otorgar a éste o aquel sector de la producción, etc., todo ello está impregnado de intereses particulares o de grupos muy focalizados que medran bajo la sombra del “interés general”.
Por eso, debido a ello, el ahora mal afamado “gasolinazo” no es más que otra medida que consolida el poder económico y político de las élites que nos oprimen de manera no aleatoria sino general.
Olvidar que los precios de los productos generados por la sociedad de consumo (como lo es la gasolina y sus derivados) del sistema que nos exprime hasta la última gota de sangre, son en razón sacrosanta del beneficio particular, que no colectivo, es firmar por anticipado nuestra sentencia de muerte.
Que el aumento de la gasolina es el antecedente inmediato del incremento de todos los productos que se comercializan en el mercado, y de entre ellos los denominados de “canasta básica”, así como los medicamentos y servicios de toda laya es algo que todos sabemos y que la mayoría lamentamos. Esto es, el incremento del costo de la gasolina va en proporción inversa al deterioro de la calidad de vida de las clases trabajadoras y excluidas del sistema que las engendra.
La única opción ante este esquilme de vándalos, la tienen los trabajadores del campo y la ciudad; alternativa no de “salvación” de un sistema degenerado y corrupto, más bien, se trata de ofrecer nuestro propio programa de emergencia ante las más que amenazas, acciones concretas, que la iniciativa privada y sus lacayos (presidente, gobernadores y ministros de toda ralea) tienen implementada de manera descarada y punitiva desde el comienzo de éste último sexenio contra las clases desheredadas.
Como trabajadores conscientes de nuestros intereses de clase no tenemos soberanías nacionales que defender, patrias burguesas que proteger y compatriotas degenerados que defender.
Somos proletarios y nuestra bandera de lucha ha de ser el programa que nos redima de las condiciones de explotación y alienación en que nos tiene sumidos el capital nacional, el transnacional y las élites políticas que en todo ello tienen su sustento.
Es decir, no somos partidarios de lo que los sectores pequeñoburgueses más radicales del país defienden: una economía nacional, una patria nacional, una mexicanidad única e indivisible, un gobierno “honesto”, un país de todos y para todos, un país de coexistencia pacífica entre clases, una nación de alianzas entre capitalistas, obreros y lumpen variopinto, etc., etc.
No, el programa que ha de ser elaborado por los sectores más lúcidos que representen los intereses que demanda la clase trabajadora, han de ser los mismos que propugnen por la abolición del trabajo asalariado, por la cancelación de la explotación del hombre por el hombre, la anulación de la economía basada en la producción de mercancías para el consumo, y otras demandas que dignifiquen al trabajador y devuelva de esta manera, si es que algún día lo fue, la dignidad del ser humano sobajada hasta el absurdo por el sistema que prioriza la ganancia, el capital, los negocios y la enajenación del hombre. |