Una más…
Alejandra Teopa.
Apenas terminó de empacar la última caja con plastilina, Margarita corrió a los vestidores para cambiarse. Miró su reloj y se recriminó por no haberse concentrado. Al querer hacerlo más rápido fue necesario reacomodar cuatro paquetes que no habían quedado bien y eso la retrasó quince minutos más. Faltaba un cuarto para las once y debía darse prisa si quería alcanzar el último autobús. Rápidamente se quitó el uniforme mientras pensaba que dejar su pueblo había sido una mala idea, ella nunca estuvo de acuerdo pero Martín, su esposo, había insistido. Dejar sus pertenencias, su familia, y sus sueños allá en Michoacán la habían vuelto tímida e insegura y consideraba un milagro haber conseguido empleo en la empacadora de plastilina más importante del país.
En cuanto estuvo lista bajó las escaleras saltando de tres en tres, se sentía cansada, mas, no había tiempo que perder, el camino era largo y si no tomaba el camión debería hacer el recorrido a pie y no quería llegar tarde pues Martín estaría, como siempre, aguardándola con la cena caliente. Esta no sería abundante, más bien escasa, sin embargo, saberse esperada le alimentaba más que cualquier ración de proteínas
El autobús arrancaba justo cuando alcanzó a divisar la parada y se odió como se odia en momentos concretos de frustración. Sintió un ligero temblor en las piernas, no supo reconocer si era por el cansancio del esfuerzo inútil o miedo al descubrir la calle vacía. Se dirigió al teléfono público para avisar a casa pero antes de llegar a él, la detuvo una voz de mujer que le preguntaba cómo llegar al Paraje del Rosal. Miró hacia el interior del auto donde la llamaban y distinguió a una pareja de extranjeros. Parecían estar extraviados, esto era común en Ciudad Juárez así que no le extrañó y se acercó un poco más para darles la información solicitada.
La pareja no comprendía bien el español y Margarita conocía con precisión aquel lado de la ciudad, en realidad, llevaba cuatro de sus veinticinco años viviendo muy cerca de ahí y ante la insistencia de ellos, aceptó conducirlos; pensando más en su cansancio que en el miedo y la precaución.
Hicieron el recorrido lentamente; la plática era difícil porque Margarita tampoco entendía mucho el inglés. La calefacción del auto atenuó el viento frío de la calle; el calorcito reconfortante y un ligero aroma proveniente de quién sabe dónde la fueron relajando hasta que vencida por el estrés se quedó dormida.
El calor y el olor a sudor la despertaron. El sabor amargo en su boca y la resequedad en la garganta le provocaron náuseas. Se incorporó y se vio desnuda. Hilos de sangre escurrían por todo el cuerpo, sobre todo entre los muslos. En la cabeza todo le daba vueltas. Trataba de reconstruir lo sucedido. No había ideas concretas, sólo recordaba un arma, gritos y luces, muchas luces como las que se usan cuando se filma una película.
Abruptamente la puerta se abrió y vio entrar a la pareja, ambos traían algo en las manos, ella una cámara, pero ya no vio al hombre. Sólo alcanzó a escuchar una voz que decía: “Asesinato en vivo, toma 2”. |