Vacuo Centenario
Samuel Cepeda Tovar
La fórmula clave es sencilla y consta de tres palabras: Estado de Derecho. Tan fácil de explicar, pero tan difícil de asimilar. Este pasado 5 de febrero conmemoramos el centenario de nuestra Constitución. Las paradas cívicas no faltaron en ningún municipio del país, los congresos locales de todos los Estados efectuaron ceremonias conmemorativas, la prensa dedicó espacios generosos al tema. Era tiempo de celebrar el orden constitucional que rige nuestro país. Y es que no hay nación democrática que pueda jactarse de dicha categoría sin un fundamento jurídico mayor denominado Constitución.
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Confeccionada en 1917, suponía ser el tercer intento de nuestro país por echar a andar la maquinaria de la justicia social, de la auténtica democracia, del crecimiento y el desarrollo. Los ensayos anteriores de 1824 y 1857 no pudieron resolver los problemas de nuestra nación: pobreza, desigualdad, corrupción, estancamiento económico, cultural y político; es por ello que era necesario un intento más, y por eso mismo llegó 1917, la fecha venturosa que auguraba el nacimiento de una mejor nación, impoluta, con un futuro prometedor.
Hoy, a cien años de su promulgación, las condiciones generalizadas de nuestro país se pueden resumir en una palabra: subdesarrollo. Los problemas que antecedieron a cada una de las Constituciones siguen presentes en la actualidad, incólumes, sin menoscabo o mella, imponentes, inexpugnables. Y esto a pesar de que contamos con un texto constitucional que abusa de complejo y profuso, pues consta de 21 mil palabras, 12 mil más que la de 1857, ha sido reformada, parchada o enmendada casi 700 veces y no ha servido para resolver los grandes problemas de nuestra nación.
Es por ello que su festejo es vacuo, insustancial, insensato y fuera de lugar. Se viralizan videos donde reporteros humillan a legisladores que no conocen los artículos de la Constitución, y esto genera indignación, que por cierto, está mal encauzada. Indignación causa que la mayoría de los mexicanos tampoco conozcan el contenido de la misma, indignación causa que “nos indignamos” de legisladores cuando somos nosotros mismos los que los ponemos en el lugar en el que están, peor indignación nos debe abrazar al no seguir de cerca el desempeño de cada legislador, pero, sin duda, mayor indignación nos debe invadir cuando nosotros mismos, como ciudadanos, fomentamos la conculcación del Estado de Derecho violando constantemente cuanta normatividad se nos pone en frente.
Desde pasarnos un semáforo en rojo, llegar tarde al trabajo, apropiarnos de recursos públicos, robar, mentir para poder faltar al trabajo, comprar piratería, conducir a exceso de velocidad, sobornar al policía, pedir favores a personas con algún cargo influyente en alguna dependencia, ocupar espacios para personas con capacidades diferentes, mentir en encuestas para obtener alguna beca o apoyo social, fumar en espacios públicos, discriminar a personas por su sexualidad…
Es más, como sociedad tenemos un texto ad hoc, a nuestra idiosincrasia: el “Corrupcionario Mexicano”, que menciona 300 frases que nos definen como sociedad y que determinan sin duda la solidez o debilidad del Estado de Derecho en México y consecuentemente, el cumplimiento del orden constitucional establecido. En este centenario, no hay nada para celebrar, pues tenemos un texto fulgurante que sólo es ornamental y que su disfuncionalidad encuentra raíces en nosotros mismos. El mal somos nosotros, así vengan 100 constituciones más, el resultado será siempre el mismo.
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