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el periodico de saltillo
Marzo 2017
Edición No. 337


De la democracia a la demagogia hay un solo paso: Donald Trump

Adolfo Olmedo Muñoz.

Desde que Alexis de Tocqueville dibujara, en el Siglo XIX, a la democracia estadounidense como un ejemplo a seguir, principalmente en el mundo o cultura occidental, no se había debatido tanto como en esta era “Trump” sobre los valores de la libertad, la justicia y la equidad, en manos de un mandatario, a todas luces, poco iluminado.

No obstante el propio politólogo francés, advertía ya desde “La Democracia en América” (refiriéndose desde luego a los Estados Unidos, pues el resto del continente ni en pañales nos veíamos), en dos tomos publicados en 1835 el primero y en 1840 el segundo, que existen riesgos que conlleva el gobierno de “la mayoría”, sobre todo lograda como en el sistema electoral estadounidense, que podría degenerar en regímenes despóticos.

Por ello, no se me hace tan descabellado lo expresado por el pintoresco ex presidente mexicano, Vicente Fox, cuando califica a Trump como “un dictador”, sobre todo cuando vemos la torpe actitud del Presidente de los Estados Unidos, al despotricar contra los medios de comunicación de su país, cuya influencia rebasa sus fronteras.

Instrumentos con los que dicha nación, ha manejado, y en muchos casos “manipulado”, a la opinión pública mundial para que justifique sus acciones como “policía garante de las libertades”, de las que hoy Trump se desmarca y descalifica, “por mentirosas” ha dicho.

Ya los griegos, como Aristóteles (no el Onassis, sino el de Estagira), al advertir sobre la degeneración de las formas puras de gobierno que se convierten en formas impuras. En el caso de La Democracia, su antípoda es la “demagogia”, que no es más que la dominación de la plebe, que es más que un sistema que se funda en el halago de las pasiones de la plebe para ostentar una posición de dominio hegemónico.

Sin embargo, creo que Trump no será más que un accidente en la historia de felonía de los Estados Unidos. Lo importante es, o sería, tener la capacidad de destilar las posibles acciones reivindicatorias, que sobre todo los mexicanos, mereceríamos luego de casi dos siglos de acoso brutal, artero y desmedido.

Algunos avances se han logrado ya, pues voceros de diferentes corrientes de interés político, social, cultural y en general de todos los ámbitos, han coincidido en la necesidad de volver a darle el sentido nacionalista que hemos blandido a lo largo de nuestra escarpada historia.

No pocos han hablado de la necesidad de dar una nueva orientación al desarrollo económico de nuestro país, no sólo en cuanto a buscar nuevos y más equitativos mercados, sino a pugnar por una industrialización de la producción nacional. Crear nuestra propia industria con la mano calificada que hoy denigra, y veja el bocón de Trump.

En el ámbito internacional, es evidente que vamos ganando, no sólo porque muchos países han simpatizado con México, sino porque muchos otros se han visto también, agredidos física y verbalmente por el tal Trump, lo que los ha convertido en aliados naturales de nuestra nación.

Pero existe otra clase de riesgo, que está en el ámbito nacional. Si bien se ha podido apreciar una reacción general de defensa compartida, no deja ya de evidenciarse un cierto oportunismo. En todas las esferas, pero en el terreno de lo político, pudiera ser de fatales consecuencias si el pueblo ingenuamente hace una mala designación en la ya próxima elección de Presidente de México.

Que el Supremo Arquitecto nos libre de algún émulo de aquel nefando Antonio López de Santa Ana, o de un populista boquiflojo que pretenda con flamígeras arengas sofocar el fuego con gasolina (o petróleo en nuestro caso).

A partir de hoy, habrá que estudiar con mucho cuidado, las acciones de todos los políticos y todos aquellos que, disfrazados de “sociedad civil” pretendan el poder, para saciar intereses personales, de grupo o facción. No sabemos dónde pueda saltar la liebre.

Pudiera ser que se despeñen las ambiciones y se exhiban intenciones, desde el momento mismo de luchar por los gobiernos de los estados, entre los que se encuentra Coahuila. El debate pudiera parecer hoy más pragmático que dogmático u ortodoxo. Pudiera parecer que un cualquiera, con acceso fácil a los medios de comunicación, o capacidad económica para aceitar tal maquinaria, podría “ir en caballo de Hacienda”, sin importar plataforma ideológica, carrera de servicio social y político, sin bases morales ni éticas, sin ninguna preparación de las doctrinas políticas y sociales que hoy, demanda una sociedad multifacética.

Algunos analistas po- líticos dan por muerto al PRI desde ya. Consideran que los triunfos logrados por Acción Nacional en las pasadas elecciones para gobernado- res, son suficientes para continuar una inercia de triunfo, algo así como “crear fama para luego echarse a dormir”.

Otros más lo dan por muerto desde el momento en que consideran que la socie- dad civil ha rebasado a la otrora maquinaria electoral priista, atomizada en fuga por las presiones económicas. No es del todo incierto, pero lo real, lo concreto, es que el PRI, con una fuerte orga- nización, es capaz de llevar al triunfo a un candidato, siempre que sea aceptado por las bases sociales.

Ya no es tiempo de dedazos. Se acabaron los Moreira en el Palacio Rosa, y tal vez de nadie dependa más una buena decisión para la elección de un candidato que del propio gobernador en turno, en caso de que sepa ejercer una visión de estadista.

No hay muy buenos augurios desde el momento en que uno de sus cuadros más valiosos como lo es Javier Guerrero ha tenido que salir a buscar una candidatura independiente, junto con… cualquier hijo de vecino.

Como lo hemos dicho en anteriores ocasiones, la política mexicana anda ¡patas p’arriba!, desde antes de que arribara a escena el payasito de las barras y las estrellas.

 
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