Máscaras
Fidencio Treviño Maldonado.
La vida es un equilibrio tremendo entre el ángel y la bestia.
Ernesto Sabato. |
En todas las culturas, desde la antigüedad, los ritos, los teatros, las guerras, fiestas, carnavales y cientos de eventos, las máscaras de sus Dioses fueron usadas, servían para representar el mal o el bien, para dar temor al enemigo en las batallas y para entretener.
Poco ha cambiado al correr de los siglos en los humanos, el cargar y llevar estas máscaras aun en nuestra sociedad llamada civilización racionalista, llena de mecánicas y aparatos modernistas, plásticos y computadoras; y es esta misma civilización la que en vez de avergonzarnos nos da muchas de las veces asco por las diferentes máscaras que cada uno de nosotros llevamos y que nunca es la misma, porque cambia en cada uno de los roles que los individuos tenemos asignados: la del político, la del profesor, la del criminal, la del amante, la del infiel, la del amor, la del héroe, la del solitario, la del amargado o infeliz, la del alegre y feliz, y muchas máscaras capaces de tapar o cubrir no sólo el rostro y los gestos, sino la que no podemos quitarnos y que se lleva adentro.
El individuo sigue usando máscaras como las utilizó hace siglos, en el inicio de la humanidad, es la que nos ponemos cuando estamos solos, cuando nadie nos ve, nadie nos escucha, ni suplica, inclusive no tenemos idea de cuánto sufrimiento y lágrimas, coraje, odio, felicidad y alegría hay detrás de esas máscaras. Las mascaradas que como comedia nos juega la vida, la mujer o el hombre, que como ave peregrina posa y pasa su amor efímero y después desaparece, sus rasgos son borrados, de su recuerdo queda sólo la máscara del desamor o la tibia esperanza de un reencuentro, o buscar otra máscara en otro amor que también tendrá otra máscara, porque así somos los seres humanos que oscilamos entre la santidad y el pecado, entre la carne y el espíritu, entre el respeto y el desorden y, entre los recuerdos y los olvidos.
¿Por qué los verdugos usan máscara? ¿Será ésta como respeto al sacrificado o temor a su conciencia? Es decir, está escondiendo en una máscara su verdadera máscara.
Con el tiempo parece ser que el disfrazar de nuestra conciencia es la rasante, es la colectividad que nos gusta asumir y lo vemos en nuestros políticos, ya no sólo nacionales sino a nivel mundial, y no sólo en políticos, sino en economistas, artistas y también en algunos clérigos, sacerdotes, pastores, rabinos, reverendos que son simples “Bufones de Dios”, personificados con máscaras o con disfraces completos y algunos merecen endosarles aquella tildada frase de ser “Lobo con piel de Oveja”.
La comedia humana nos ofrece un carnaval de máscaras que tomamos a nuestra conveniencia en donde nariz, manos, boca, ojos y oídos acomodamos para aparecer en escena y seguir con la parodia de vivir con nuestra naturaleza, inclusive cambiando de máscaras en cada acto de nuestras vidas. Veamos, no es la misma cara en un velorio que en una fiesta, es decir, no se necesita maquillaje para tapar la tristeza o la alegría, como tampoco se hace necesario usar máscaras o maquillajes para ser un hipócrita, desvergonzado, pedante o soberbio, incluyendo el falso beso “De Judas” que muchos nos damos entre familiares y amigos en las bienvenidas o despedidas, usando los labios como parte de la máscara que en esta comedia o acto queremos representar.
Sin embargo podrán o no estar de acuerdo conmigo, pero más allá de la piel que cubre nuestra cara o rostro, sea del color que fuese y las facciones que nos tocan, la única y duradera máscara que perdura es cuando llega la muerte y que en la mortaja dejamos la máscara de carne para darle pase al maniquí de hueso, quien por corto o mucho tiempo sostuvo diferentes máscaras.
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