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el periodico de saltillo
Mayo 2017
Edición No. 339


Estanque del León

Rufino Rodríguez Garza.

Hace ya más de 12 años que caminé por estos apartados lugares en la grata compañía de los biólogos Arturo y Rodrigo González, del Arq. Ricardo Dávila y una persona del INAH de cuyo nombre no estoy muy seguro, pero creo que era Sánchez de Mier y el que esto escribe.

Estanque del León es una comunidad ejidal del municipio de Cuatro Ciénegas, muy retirado de su cabecera municipal, pero el cual cuenta con acceso por las cercanías de Paila del municipio de Parras. La vocación del ejido básicamente es la extracción de cera de candelilla, pero también hay ganaderos (muy pocos) con ganado vacuno o caprino.

Llegamos al sitio el viernes santo y regresamos el sábado de gloria. En el ejido levantamos un guía que nos llevó a un lugar llamado “Los Tanques”, el cual es un campamento candelillero que es operado por una sola familia, aunque en otros y mejores tiempos hubo hasta 8 familias que explotaban la planta de la candelilla o Euphorbia antisyphilitica.

El jefe de esta familia y el mayor de sus hijos se encontraban en plena faena, pues estaban en la “quema” de candelillas, habían comenzado a los 8 de la mañana y terminaron a las cuatro de la tarde con tres cargas de la paila para sacar unos 60 kilos de la preciada cera. Los coyotes o intermediarios la pagan cuando mucho a 75 pesos el kilo.

El amigo del campamento se ofreció a llevarnos a explorar una “cuevas”, que no son más que abrigos rocosos, donde sirvieron de cobijo habitacional o de sitio para efectuar ritos propiciatorios.

El entorno es sumamente agreste, la vegetación muy propia de estas zonas semidesérticas. La subida a los refugios o el descenso a las cañadas es lento por lo cerrado de la hierba. La diferencia con los lugares abiertos o con los llanos es mucha; aquí no se pueden observar chimeneas, la lítica es imposible de ver, por lo cerrado de los zacates y otras plantas que obstaculizan el observar el suelo.

Don Francisco Eliserio Ávila, nuestro guía, nos llevó por caminos terregosos y llenos de piedras que dificultan el tránsito de las camionetas; estos borrosos caminos son usados para sacar la candelilla y llevarla a los campamentos o hasta al ejido; al compañero Ventura y a mi nos interesaba llegar al Cañón de la Arracada donde don Francisco había visto varias cuevas, que para nuestra sorpresa tenían pinturas y un modesto alisador.

Aquí dejamos la camioneta al final del camino, llegamos a la cañada y procedimos a bajar; llegar al fondo y luego subir para entrar a la “cueva”.

Luego de un pequeño descanso bajamos y nos encaminamos a la camioneta para regresar al campamento de don Francisco y nosotros a buscar otras cuevas y un sitio para pernoctar.

Las cuevas no tienen nombre, son pequeñas oquedades donde los cazadores-recolectores pernoctaban, además que se protegían de las inclemencias del tiempo y donde tallaban el pedernal para elaborar sus flechas, lanzas y raspadores.

La cueva cercana al campamento candelillero, resultó con poquísimas pinturas, y mucha tierra suelta que los vecinos de estos lugares criban para recuperar algunas puntas de proyectil, pudimos ver una raqueta y una caja con perforaciones para cribar la tierra que yacían abandonadas.

A día siguiente en pleno sábado de gloria, después de desayunar nos enfilamos hacia el norte para alcanzar otra cueva que por lo grande de sus dimensiones parecía prometedora. Seguimos caminando por antiguas veredas de vacas, llegando así al pie de monte y procedimos a subir por una ladera muy empinada hasta que llegamos al refugio, el cual desde fuera se alcanzaban a ver algunos motivos pintados que nos prometían un buen encuentro.

La boca de la cueva estaba bloqueada por grandes albardas caídas y una nopalera que impedían el acceso. Ventura propuso que estirásemos la planta seca de ocotillo y así poder entrar. En eso estábamos cuando una penca de nopal se desprendió y me cayó en el brazo izquierdo; después de quitarme la mayoría de las espinas proseguimos estirando el ocotillo cuando la rama estirada por el compañero Ventura se rompió y se fue de espaldas y cayó de una altura de más de dos metros, causándose algunas lesiones en el pómulo derecho, el parpado y unos golpes en las costillas. La caída fue aparatosa y por suerte sin consecuencias mayores.

Revisé el abrigo rocoso, tomé nota y fotos de las escasas pinturas y procedimos a bajar para regresar a Saltillo. En el retorno tuvimos que arreglar varias veces las llantas que los malos caminos nos jugaron malas pasadas.

Los lugares de Estanque de León son prometedores. En otra oportunidad tendremos que regresar para continuar con las exploraciones donde sabemos que hay material gráfico rupestre para documentar en las cuevas de este apartado lugar de Coahuila.


rufino.rupestre@gmail.com
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