El caos de Saltillo, responsabilidad
de los alcaldes
Jorge Arturo Estrada García.
“La política es el arte de servirse de los hombres haciéndoles creer que se les sirve a ellos”.
Louis Dumur.
“Los políticos siempre hacen lo mismo: prometen construir un puente aunque no haya río”.
Nikita Jruschov. |
Echando a perder se aprende. Pero con estos alcaldes y estos saltillenses pareciera que eso no es posible. La capital de Coahuila vive inmersa en el caos que acarrea la falta de planeación, la incapacidad y las malas las decisiones de una serie de alcaldes que usaron el cargo para hacer negocios y como escalón político. Y, no hemos aprendido nada.
Así, Saltillo crece y se convierte una ciudad anárquica, con colonias y barrios inaccesibles y con el tejido social dañado, insegura, sin policías suficientes, con calles angostas con decenas de puentes que resuelven poco y provocan cuellos de botella frecuentes, con jóvenes destinados a trabajar por salarios bajos y que vivirán con la amenaza de la pobreza casi toda su vida.
Al mismo tiempo, mientras los antiguos empresarios locales envejecieron y se van muriendo, Saltillo se ha convertido en una fábrica de nuevos ricos provenientes de la clase política que se transforman en “empresarios”; y de juniors que hacen fortunas con fraccionamientos de pésima calidad, y contratos de obras públicas con precios inflados. Y de entre ellos salen nuestros alcaldes y sus colaboradores.
La ciudad es un buen ejemplo de un enorme desperdicio de tiempo, oportunidades y recursos. Todos los errores tienen consecuencias, que al acumularse dañaron la calidad de vida de generaciones y sus oportunidades de progreso.
Del pueblote de adobe pasamos al rompeca- bezas de las minicasas de block que salpican la topografía del valle. En esta transición, muy acelerada y desordenada, los ciudadanos salieron perdiendo. Sus hogares quedaron ubicados en hondonadas, cañadas, arroyos rellenados con escombro, en declive, alejadas y mal comunicadas. Además, los altísimos precios, las reducidas dimensiones, y la baja calidad de los materiales.
La incompetencia y deslealtad de los gobernantes impactan en la calidad de vida de los ciudadanos. Con un servicio de transporte urbano deplorable, y un tráfico insufrible, los desplaza- mientos de los saltillenses se han vuelto tortuosos. Los operarios de las empresas pierden, cada día, cerca de cuatro horas de su vida en ir al trabajo y regresar a su hogar; a la semana son 24 horas perdidas, y anualmente 52 días completos de sus vidas los pasan arriba del transporte. Luego llegan, agotados, a una casita de 60 metros cuadrados, y el alboroto de los hijos hará que les pidan que vayan a jugar a la calle. En esas calles priva la inseguri- dad, las pandillas, y tal vez delincuencia organizada. La madre también trabaja, con esos sueldos bajos ambos deberán aportar por igual sostén, la casa la deben a 30 años y la comida es cada vez más cara.
Los niños y jóvenes crecen sin supervisión, expuestos a los medios y a las influencias del entorno; llegan los embarazos adolescentes, con hijos que pasarán por situaciones similares; adicciones, depresión y suicidio. Y lo peor, luego de 35 años de trabajo, cuando ya estén viejos, van a pensionarse con el 40 por ciento del salario: 2 mil 400 pesos mensuales, a valor actual, del promedio de seis mil pesos mensuales que priva en la plaza.
La educación es un factor de movilidad social que en Coahuila no hemos sabido aprovechar. Se invierten miles de millones anualmente en este tema y los resultados no mejoran. Las deserciones en la educación básica y preparatoria son enormes. Y las carreras de muchas universidades son obsoletas. Nuestras escuelas reprobaron las Pruebas Enlace y Pisa sistemáticamente, la Universidad de Coahuila anda por el lugar 46 en el ranking nacional y 300 en el de Latinoamérica.
Pareciera que preferimos educar a aspiran- tes a operarios para el modelo de producción manufacturero y maquilador, que egresados para competir por los buenos empleos del siglo 21. Nos mantenemos orgullosos del clúster ochentero que se fue volviendo obsoleto, y cuyas directrices están en otros países y que no tendremos control de ellas nunca. Trump y sus negociadores podrían marcar el destino de nuestra ciudad en los próximos años.
No hay parques tecnológicos que ofrezcan nuevas alternativas. En las Universidades Tecnoló- gicas educamos a técnicos y no a investigadores capaces de innovar en el marco de la ciencia y la tecnología. Todavía andamos en los fierros en plena era del microchip y la internet.
Hemos escogido pésimos alcaldes. Los gobernadores y los partidos nos consiguieron malísimos candidatos. Y al parecer, los saltillenses también nos hemos equivocado, el día de las elecciones, al votar, al abstenernos o al aceptar tan magro menú de opciones.
En Saltillo las organizaciones sociales son débiles y sin impacto entre los ciudadanos; y los integrantes de la nueva clase política, rápidamente se convierten en personajes cínicos y soberbios, y muchas veces, corruptos. Esto, ante la indiferencia de los ciudadanos, la carencia de liderazgos sociales fuertes y de una opinión pública sólida.
A finales del siglo XX, un par de gobernadores visionarios sacaron a Saltillo de su estancamiento y la convirtieron en tierra oportunidades: Oscar Flores Tapia le regaló su futuro a la capital del estado. Y, Rogelio Montemayor le aportó una enorme viabilidad para su desarrollo en el marco del Tratado del Libre Comercio. Lo demás, ha sido la inercia imparable del TLC, del sector automotriz, de los bajos salarios con base en los sindicatos locales domesticados y el reparto de incentivos fiscales.
Paradójicamente, lo que marcó el progreso de Saltillo y la Región Sureste, terminó lastrando su incorporación a la economía del siglo 21. El viejo clúster de los fierros y las autopartes sigue generando empleos; y entonces, no se trabaja para evolucionar a las industrias aero espaciales, del software y de la nanotecnología. Querétaro en 10 años logró consolidar un clúster aeroespacial de 40 mil empleos de alto valor agregado, con centros de investigación y desarrollo, en modernos parques tecnológicos.
Con una sociedad tan apática y desorga- nizada, sin interés para mejorar las cosas, la presidencia municipal de Saltillo ha servido de escalón para las carreras políticas de casi todos los alcaldes. Son escasos los proyectos que cuajaron, miles y miles de millones fueron derrochados en construir sus imágenes públicas y sus carreras políticas.
Los alcaldes son un cero a la izquierda. Y eso que solamente se han quedado en funcionarios tapa-baches, arregla plazas, remozadores de un par de calles del centro histórico o la alameda; a veces construyen un parquecito que lo presumen como si fuera Central Park. Eso sí, todo cuesta carísimo a los saltillenses.
Los ayuntamientos pasaron de tener a policías mordelones e incapaces a ser un cuerpo penetrado por el crimen organizado; luego a tener sólo un tercio de los agentes para cumplir con los indicadores internacionales. Nunca, en su historia moderna, Saltillo ha tenido una policía confiable y suficiente para brindar seguridad a la población.
En los ochentas se detonó el pandillerismo. En los noventas los empleos que generó el TLC, la edad y las responsabilidades familiares contraí- das, casi terminaron con ese fenómeno social. Ahora, en el siglo 21 resurge con otras influencias, crimen organizado, grandes sectores sin vigilancia, corrupción e impunidad impregnando el ambiente.
Basta ver los grafitis y el vandalismo atacando las paredes para evidenciar las señales de degradación en barrios y colonias.
El tejido social está roto. Es un problema que no se ha atendido. En Torreón al menos lo intentaron; acá, Isidro López Villareal nunca estuvo a la altura de la tarea. No le interesó, ni tiene la capacidad para comprenderlo. Es un junior, envejecido, y que nunca maduró.
En Saltillo no hay policías suficientes, te roban todo. Mientras las colonias no sean seguras; las familias estén integradas, la convivencia social sea armónica y las escuelas retengan a los niños y jóvenes, todo irá empeorando. Pero, para eso se requiere visión, capacidad y trabajo.
Saltillo, hace muchos años que no ha tenido un buen alcalde. La gestión en la alcaldía de Humberto Moreira fue fugaz, él preparaba su candidatura al Palacio Rosa y se dedicó a repartir apoyos en las colonias para fortalecer su estructura electoral. Ese fue su escalón para ser gobernador y presidente del CEN del PRI.
Ismael Ramos fue designado interino cuando Humberto se fue. A él le tocó hacer cuadrar las cuentas del derrochador Humberto. Luego, Lito fue secretario gris de la Función pública, sucesor de Javier Villarreal en el Satec y secretario de Finanzas del Coahuila quebrado.
Fernando de las Fuentes, dijo que arregló la alameda y posteriormente fue diputado local a fuerza; luego fue legislador federal y candidato derrotado a la presidencia de Saltillo.
Jorge Torres López, tampoco hizo nada por la ciudad; le gustaba la bohemia y la buena vida a costa del erario; se volvió próspero, se compró propiedades en Texas; se involucró en lavado de dinero; fue gobernador interino cuando Humberto se fue al PRI, y actualmente está prófugo de la justicia estadounidense.
Luego vino Jericó Abramo, un tipo hiperactivo y poco reflexivo, con más vocación por los negocios que para generar progreso para Saltillo. Los primeros dos años se endeudó haciendo un par de parques de mala calidad, que ya están despedazados. Y los dos años finales, luego que le prohibieron contratar préstamos, se dedicó a la cero obra en pos de la Deuda Cero.
Actualmente, padecemos a Isidro López, un tipo que ya gastó casi nueve mil millones de pesos y ha sido el presidente municipal con la obra pública más raquítica en los últimos 30 años: cinco lanchitas en la alameda; repintar centros comunitarios, letreros y el gimnasio; remodelar dos calles del centro histórico; tapar baches y contarlos; pavimentar la explanada de la presidencia y hacerse una cochera de casi medio millón de pesos.
Lo bueno es que se acabaron los períodos de cuatro años. Lo malo es que para el de un año, que se aproxima, Manolo Jiménez se rodea de los mismos sujetos, juniors sin experiencia y cartuchos quemados, que buscan negocios y sueldos jugosos para hacerse ricos o más ricos. Tal vez, sería preferible declarar el puesto vacante, y que probemos un año sin ocurrencias, difusión de vanidades y sin despilfarros.
Jiménez Salinas deberá olvidarse de parques en el lecho de arroyos contaminados y optar por diseñar planes rectores con expertos en urbanismo, vialidad, movilidad, tránsito, seguridad, problemas sociales y estrategias de desarrollo. Así, con expertos nacionales e internacionales tal vez obtendríamos más que con obritas de relumbrón y derroche de recursos en amigos. No hay tiempo para desperdiciar en su curva de aprendizaje.
Los saltillenses hemos permanecido indiferentes ante la falta de trabajo de las autoridades municipales, solamente nos quejamos en las redes y resignados comentan que todos son iguales, los de cualquier partido. Debemos ser más exigentes.
Saltillo es nuestro hogar. No permitamos que la apatía, incompetencia y la corrupción la dañen más. Si queremos una gran ciudad deberemos ser mejores ciudadanos: exigentes y vigilantes.
jjjeee_04@yahoo.com
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