Renegociando
Samuel Cepeda Tovar.
¿En verdad tuvieron que pasar 22 años para darnos cuenta de una realidad que era más que ostensible? Ildefonso Guajardo, secretario de Economía, parece haber descubierto una verdad de Perogrullo al afirmar que nuestro país “se durmió en sus laureles” al depender del comercio internacional en casi su totalidad del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá (TLC). El secretario, sin duda, merece una ovación, pero sin duda similar a la que se profiere por una multitud cada vez que en un encuentro futbolístico el portero rival despeja el balón.
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Y es que la realidad nos demuestra una vez más lo patéticos que somos como sociedad, pues nuestro país ciertamente se incrustó en una cómoda zona de confort al contar con más de 40 tratados de libre comercio con diversos países, pero sólo aprovechar el pragmatismo de uno, ya sea por la cercanía y nuestra simple inclinación a la ley del mínimo esfuerzo, ya sea por cuestiones políticas decimonónicas de esas que pocos libros de historia abordan.
Lo que es cierto es que nuestra dependencia comercial hacia los Estados Unidos más que patética fue obsesiva, y el pensar que las relaciones diplomáticas siempre serían las mismas fue un terrible error, sobre todo cuando el fenómeno Trump y el antihispanismo del cual daba cuenta de manera acertada Samuel Huntington comenzaron a volverse realidad y nos dejaría ver de manera inexorable nuestra suerte al respecto.
Desde luego que esta comodidad nos traería como resultado bonanza económica irrebatible, pero sólo a nivel macro, pues uno de los aspectos cuestionables del TLC son sus verdaderos beneficiarios, y es que si bien es cierto las cifras son incuestionables: el valor de las exportaciones mexicanas aumentó el doble desde la entrada en vigor del tratado en 1994, pues el incremento fue de 631%, sin embargo, el alza en las exportaciones no significa necesariamente mejoras “per se” en la economía ni en la población, y la mejor prueba se encuentra en la concentración de exportaciones, por ejemplo, en 1993, 367 empresas (de un total de 21 mil 475 exportadoras) vendía al exterior 72.6% del total de exportaciones, mientras que en 2012, un total de 361 empresas (de 35 mil 779 totales), seis menos que 20 años atrás, exportaron un porcentaje del total casi idéntico: 73.3%.
Es decir, que a pesar de que se crearon desde el 94, aproximadamente catorce mil empresas más, son las mismas 370 las que siguen acaparando el monopolio de la exportación, es decir, son sólo un grupo reducido de empresarios quienes se vieron beneficiados con la firma del TLC.
Otro de los aspectos cuestionables, fue el crecimiento limitadamente sectorial, pues rubros como el automotriz fueron de los pocos que de pronto tuvieron incremento exponencial a grado tal que ahora tenemos temor de sobra por la fuga de armadoras, producto de las políticas de Trump que definitivamente vendrán implícitas dentro de la renegociación que se está llevando a cabo.
Los puntos en esta negociación no son nada sencillos para nuestra economía: los gringos desean reducir su déficit comercial con nosotros de más de 60 mil millones de dólares, lo cual significa que los empleos en armadoras de vehículos deberán quedarse en Estados Unidos, nuevas restricciones al uso extendido de cuotas también nos ponen en riesgo, es decir, podrían aumentar aranceles en contra de nosotros en rubros como el agro y ello sería un golpe demoledor, además, de la intención de Trump de eliminar el artículo 19 de dicho tratado, aquél que permite impugnar abusos por parte de Estados Unidos a petición de los socios mexicanos y canadienses y con ello dotar de impunidad cualquier arbitrariedad yanqui en lo respectivo a la relación comercial. Por donde se le vea, la tragedia se avecina, y ante ello, la solución es sencilla: diversificar. Hace mucho que conocemos la salida al problema.
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