Masculinidad, más que una palabra…
Alfredo Velázquez Valle.
“En los razonamientos científicos y filosóficos, las palabras (conceptos, categorías) son “instrumentos de conocimiento.”
Louis Althusser.
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Qué difícil además de errado, resulta hablar sobre la masculinidad cuando no se tiene un marco histórico-conceptual por el cual adentrarnos a dicha realidad.
Participar de una narrativa crítica que nos hable de los inicios mismos en que quedó instaurado en el devenir del ser humano este particular dominio del sexo masculino sobre su (s) opuesto (s) se hace necesario no solo para explicarnos este tiempo llevado bajo la égida de esta cultura del patriarcado sino más bien para transformar este mismo tiempo que en más de un sentido requiere revolucionarse.
En su excelente trabajo que sobre la condición de la mujer realizó la escritora francesa Simone de Beauvoir “El Segundo Sexo”, al comienzo mismo de la Tercera Parte nos previene:
“La Historia nos muestra que los hombres siempre han ejercido todos los poderes concretos; desde los primeros tiempos del patriarcado… ”. (Beauvoir, 2013)
Es decir, para ella que se aprestaba a hablar sobre la condición objetiva de las mujeres, era de una necesidad imprescindible hablar, a su vez, de la historia de su opresor: el hombre.
¿Qué decir entonces de alguien quien pretende hablar en relación al hombre mismo?
Hacer memoria, redescubrir las causas del porque el hombre (ese constructo social), ha impuesto su dominio sobre los demás nos será de suma ayuda porque impedirá que seamos víctimas en primer término de paradigmas bajo los cuales quizá se oculten, astutamente, las (sin) razones de su opresión.
Así, y como mero ejemplo, es muy socorrida en el discurso masculinizado la falacia aquella que nos dice que los hombres son racionales y las mujeres emocionales; o aquella otra que nos habla de la disposición biológica del hombre para conductas como la infidelidad y de la mujer para la “tentación” o “provocación” (sexual).
Que el hombre ha tenido que desarrollar todo un corpus ideológico que justifique su supuesta superioridad y su correspondiente consecuencia: la opresión, es lo que el conocimiento de su historia nos develará en sus diversas versiones, en sus diferentes discursos a través de las distintas formaciones sociales que nos han antecedido.
Convengamos entonces que hacer historia sobre la masculinidad nos llevará a utilizar esta memoria-relato como arma desmitificadora de creencias que bien sustentadas en diversos aparatos ideológicos del Estado –como lo son las distintas iglesias- pasan por verdades sin sospechas de no serlas.
De otra parte, el marco conceptual –las herramientas teóricas- nos es de una utilidad incuestionable.
En la carencia de un corpus de conceptos histórico-científicos nos sería imposible no ya comprender sino más bien desarticular, desarmar el discurso dominante masculinizado para, en primero, poderlo comprender. En segundo, para neutralizarlo y/o finalmente desaparecerlo.
En efecto, sin una sólida formación en la Ciencia Social, en el dominio cabal de los conceptos que dan fundamento al Materialismo Histórico, no sabremos entonces porque la masculinidad más que “un conjunto de atributos, comportamientos y roles asociados con los varones, niños y adultos:
“…es una categoría social, una organización más o menos coherente de significados y normas que sintetiza una serie de discursos sociales que pretenden definir el término masculino del género.” (Bonino, 2001)
Esto es, al discurso que nos ofrece un caos de conductas metidas a la fuerza en el redil del vocablo “conjunto” se le opone el otro de ellos que producto de un razonamiento científico nos aclara que más, mucho más que conductas, la masculinidad es una categoría social prescriptiva y proscriptiva.
Es decir, conocer la historia del devenir de la masculinidad nos dará los elementos convertidos en razones que nos servirá para desarticular el nada aparente sólido edificio teórico y práctico sobre según el cual hay un sexo fuerte (con todo lo propositivo que ello conlleva) y uno débil (con todo lo negativo que supone este adjetivo en una sociedad patriarcal, masculinizada, misógina, homofóbica, discriminativa, segregacionista, entre otros).
También ayudará este conocimiento histórico y teórico científico, ya lo he apuntado, como antídoto para ubicarnos nosotros mismos en el contexto dentro del cual estamos apostados y solo desde el cual podemos darnos a la tarea de transformar el medio que nos circunda; es decir, convertirnos en agentes históricos.
Con más frecuencia de la supuesta, sobrevaloramos las diversas iniciativas, normativas y/o legislativas que sobre perspectiva de género han visto su bautismo en el Diario Oficial de la Federación, o en su defecto en los Periódicos Oficiales de los estados que conforman a la misma federación. En efecto, las disposiciones legales que vienen del escritorio y van a la comunidad poco valen si la práctica queda anulada por una sociedad indolente, intolerante y profundamente alienada por los verdaderos poderes fácticos.
La vida diaria, el contexto cotidiano, apuntan las más de las veces por rutas distintas, incluso no paralelas, sino obvia, descaradamente opuestas, antagónicas.
Por último, para actuar con acierto, con certeza y con plena convicción de la causa que se defiende y que en nuestro caso es la denuncia, la oposición abierta individual y colectiva y la transformación última de esta sociedad patriarcal, el susodicho conocimiento es infaltable (y cuasi infalible, me atrevo a decir).
Las acciones que desde los distintos frentes han de orquestarse tendrán que estar ciertas sobre los soportes, los puntos desde donde se mantienen y articulan el discurso y la práctica de la cultura patriarcal o masculinidad hegemónica.
No hacerlo, es darse por derrotado antes de tomar las armas para la lucha y esto quizá por no haberlas.
La lucha por las palabras como la lucha por el discurso teórico es el último recurso que nos queda cuando ya no hay más que individuos incapaces de escuchar el limpio sonido del decir ennoblecido del lenguaje y solo la letra musicalizada de canciones misóginas del estilo de Maluma logran hacer lo que nadie ha hecho a tan grande escala: corromper la vida misma al son del machismo…
Bibliografía
Bonino, L. (2001). MASCULINIDAD HEGEMÓNICA E IDENTIDAD MASCULINA.
Obtenido de:
http://www.academia.edu/11639726/MASCULINIDAD_HEGEM%C3%93NICA_E_IDENTIDAD_MASCULINA: http://www.academia.edu/11639726/MASCULINIDAD_HEGEM%C3%93NICA_E_IDENTIDAD_MASCULINA
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