La pena de muerte
Adolfo Olmedo Muñoz.
La pena de muerte debiera ser considerada como un nuevo
“Derecho Social”, y no un “slogan” de hipócritas minorías. |
Uno de los temas más discutidos desde los más antiguos debates del derecho, se refiere sin duda a la “pena de muerte”; la pena máxima que se le impone a un transgresor del orden establecido por el propio pueblo o sociedad, que a través de la codificación de sus intereses, concede la administración de la justicia a quien supuestamente debe cumplir como poderdante del pueblo que lo elige: El Gobierno.
Muchos créanlo, han sido los argumentos en pro y en contra, desde las corrientes filosóficas más diversas; desde los creadores de la escuela clásica del “Derecho Natural”; los positivistas y hasta los anarquistas, amén de los sociólogos, los psicólogos, los teólogos, historiadores o historicistas, así como mucho más de un centenar de oportunistas sectas que suelen llevar “agua a su molino” según sus verdaderos fines u objetivos.
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Cada una de ellas, han aprovechado los momentos en la historia del hombre y más adecuadamente debemos decir que desde los orígenes del estudio del Derecho. El diccionario jurídico, desde antes de su codificación por los romanos, ya estaba pleno de sentencias lapidarias en torno a la aplicación o no de la adecuadamente llamada “pena máxima”: la Pena de Muerte.
Pero independientemente de todo ello, en lo personal creo que es momento de ser profesionalmente honestos y sacudir a la opinión pública de una cauda de infamante crítica, no sólo a la revisión de la “posible” (para mi, “necesaria”) aplicación de la sentencia de muerte, por medio de los nuevos, múltiples y muy variados sistemas humanitarios con que las ciencias criminalísticas se pueden apoyar, para sanar a la sociedad mexicana del cáncer que más le carcome (bueno, luego del de los gringos) la delincuencia galopante, tanto la eufemísticamente llamada “delincuencia organizada” hasta la “común”, que las dos son a la par de pestilentes.
En este asunto, creo que la autoridad, sea cual sea dentro del espectro político mexicano, puede ser punible y podemos incriminar en mayor o menor medida, tanto como causante del deterioro (socavón, para estar a la moda) social propiciado, como de la implícita connivencia, contubernio, complicidad, confabulación, complot (o “compló”, o como usted quiera llamarle a la transa) con el hampa de cualquiera de sus formas.
Sin embargo, la propia sociedad debe hacerse cargo del mayoritario porcentaje de su culpa. Es evidente que en ella -la sociedad- existe actualmente un gran desencanto; una frustración y un patológico sentido de impotencia, que le ha llevado a cometer una infinidad de transgresiones; desde ensuciar las calles; invadirlas asfixiantemente con un comercio informal de subsistencia, de no respeto a las reglas de tránsito; la falta de solidaridad entre los conciudadanos, y muchas otras patologías sociales, que no son más que la respuesta del subconsciente colectivo de rechazo a la impunidad que lamentablemente es galopante, amén de obvia, cínica, deshonesta: ¡repugnante! Pero que la propiciamos todos. La mayoría a través del silencio. Una sociedad muda es muestra elocuente de una emasculación.
La sociedad debe responderse: ¿Merece cobijo aquel que con impudicia, saña y cruel sadismo mata y mutila a un ser humano?
¿Puede pedirse un trato humanitario a ese que secuestra y mata por negocio?
¿Merece “perdón humanitario” aquel que secuestra, viola y luego mata y quema a un ser humano?
¿Tienen esos engendros de la degeneración humana, más “derechos humanos” que sus víctimas?
Pregúntese usted amigo lector si fuera víctima del ataque despiadado de alguno de esos desechos sociales, pensaría siquiera en su “perdón humanitario”. ¿Le agrada la idea de que siga con vida y atendido por otro sistema plenamente corrupto como el penitenciario?
¿Le agrada a usted o a ustedes ciudadanos honestos, vivir secuestrados por el miedo de la reincidencia en su contra por parte de un delincuente de alta peligrosidad que le confirió un daño, que usted lo acusó y estuvo detenido por un tiempo perentorio, y que por la venalidad de un no menos asqueroso sujeto investido como juez lo deje en libertad por “falta de pruebas”?
El crimen en México ha llegado a límites más que peligrosos. Claro que ningún nivel de criminalidad es “bueno”, pero en nuestro país está adquiriendo nivel de desvanecimiento anímico similar a la resignación y posterior intención suicida de algunos de los enfermos terminales que no reciben atención a tiempo.
Es cierto, como arguyen muchos detractores de la pena de muerte, que dicha sentencia no garantiza que el delito en general, desaparezca con la pura implantación de tal pena en la escena social.
Sin embargo se puede demostrar científicamente que se inhibe la comisión de los delitos en un buen porcentaje. No se trata de vivir en La Ciudad de Dios de Tomas Moro, pero si en una cultura más civilizada y verdaderamente humanitaria.
También es cierto que el poner en manos de venales jueces, abre la posibilidad de ejercer un poder como el de sentenciar a muerte, según sus intereses a delincuentes, no sólo puede llevar a una forma de absolutismo judicial, sino a la aparición de un nuevo “mercado del crimen” donde la especulación podría quedar en manos de los “impartidotes de justicia” (como de hecho ya se da, pero en menor medida).
Pero no le busquemos mangas al chaleco. Simplemente se trata de ser congruentes con nuestro supuesto racionalismo humano. No debe haber pena sin castigo, como no debe haber pena sin juicio, ni juicio sin un verdadero juez. Todo eso lo sabemos los mexicanos, como sabemos también que todo juicio tiene un camino procesal y que ahí se han creado los estancos para las injusticias. Sinuosos caminos proce- sales que tan solo transitan los corruptos litigantes, los de un lado y de otro de las barandillas.
El filósofo alemán Emanuel Kant definía al Derecho como: “el conjunto de condiciones bajo las cuales el arbitrio de un individuo puede coexistir con el arbitrio de otro, bajo una ley general de libertad”. Nuestro problema es que en nuestra cultura contemporánea, no se tiene una cabal idea de lo que la libertad es y de lo que implica en la correspondencia del trato social. No se debe permitir que nadie abuse de la libertad de vivir a costa de la vida de los demás.
Si la sociedad con la ley en la mano mata a un peligroso criminal, no esta ejerciendo una venganza; como dicen muchos opositores, sino justicia; lo contrario sería (y es hoy en muchos casos) criminalizar más a la sociedad que a los asesinos y delincuentes.
Y para cerrar este comentario, me gustaría incluir, con un enfoque más lógico literario que dogmático, algo que muchos de los que están en contra de la Pena de Muerte deberían saber, pero que por gazmoños o ignorantes, pretenden desconocer; palabras que no son mías. “Todo el que derrame sangre humana, será derramada su sangre” Génesis, IX… La maldad, ninguna, merece misericordia… bueno, al menos, ¡no debería tenerla…! |