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el periodico de saltillo

Mayo 2018

Edición No. 351


La marcha obrera a San Luis Potosí
(44 aniversario de la huelga obrera de Cinsa-Cifunsa)

José Guadalupe Robledo Guerrero.

Tres días después del desfile del Primero de mayo de 1974, el sindicato huelguista publicó un desplegado en donde le daban diez días a sus patrones para establecer el diálogo y acordar el levantamiento del paro, de lo contrario se haría una marcha obrera para buscar la intervención del Presidente Luis Echeverría con el fin de solucionar la huelga de Cinsa-Cifunsa. 

La idea de ver al Presidente, tenía como objetivo sacar la lucha de las fronteras coahuilenses y darle resonancia nacional, pues en el estado se había empantanado la solución del conflicto. Los dueños del GIS y sus abogados cada vez eran más soberbios con el gobernador, y los sindicalistas se habían convencido que para vencer la intransigencia patronal requerían la intervención de una investidura mayor a la de Eulalio Gutiérrez, la del Presidente de la República, pues en el gabinete presidencial no se contaba con ningún aliado, al contrario, el Secretario de Gobernación, Mario Moya Palencia (+), había tomado partido a favor de los patrones. Fue él quien telefónicamente amenazó de muerte a Salvador Alcázar por no levantar el paro como se lo ordenaba, en medio de los infaltables insultos que el poder tiene para los disidentes que no se pliegan a sus deseos.

Se terminó el plazo y no hubo respuesta patronal. Se sabía que el 15 de mayo estaría el Presidente Echeverría en San Luis Potosí, y para entrevistarlo la caravana obrera se puso en marcha un día antes. Luego de un mitin en la Plaza de Armas, una manifestación de miles de saltillenses acompañó a los huelguistas hasta las afueras de la ciudad para despedirlos.

Decenas de autobuses urbanos y universitarios y autos particulares, acompañados de cientos de motocicletas enfilaron rumbo a San Luis Potosí, y mientras que el pueblo los aplaudía, las madres obreras lanzaban sus bendiciones a la caravana. En la madrugada del 15 de mayo, llegaron a la entrada de Matehuala los primeros camiones repletos de trabajadores y estudiantes. Allí, con armas de alto poder, estaban esperándonos policías de la Federal de Caminos con una orden: impedir que continuaramos. “Regresen a Saltillo, no pueden pasar”, fue el recibimiento de los policías.

Los ánimos se caldearon, y para superar la riesgosa situación se solicitó hablar con el Presidente Municipal de Matehuala, quien a las tres de la madrugada aceptó platicar con una comisión, siempre y cuando el resto de los peregrinos esperaran en un terreno baldío a la orilla de la carretera y no intentaran continuar. Los huelguistas aceptaron. Se le puso al tanto de la situación de los trabajadores y de los propósitos de la marcha, solicitándole que fuera el conducto con el Presidente para que le dijera que los obreros saltillenses querían informarle de su movimiento y pedirle su intervención para solucionar el problema laboral.

Desde su despacho, el alcalde se atrevió ha molestar a esas horas al Secretario de la Presidencia, Hugo Cervantes del Río, luego de las disculpas de rigor le transmitió la petición obrera, y le informó que los trabajadores aceptarían sin discusión las instrucciones que diera sin crear problemas.

Cervantes del Río pidió unos minutos para consultar al Presidente Echeverría. Una hora después partíamos rumbo a San Luis Potosí escoltados por quienes tenían ódenes de impedir el paso a los trabajadores. Echeverría había aceptado encontrarse con los marchistas, decidiendo el lugar, la forma y el cómo nos encontraríamos con él.

En San Luis Potosí, en la céntrica avenida 16 de septiembre, más de mil saltillenses abordamos a Echeverría como él lo había indicado al interlocutor. El Presidente fingió que el encuentro era sorpresivo. Al abordarlo detuvo su marcha y atendió con deferencia a Salvador Alcázar, lo escuchó con gran atención mientras los fotógrafos de prensa se daban vuelo tomando gráficas para la nota del día, donde se mostraba al Presidente “atendiendo en la calle y sin protocolo a centenares de obreros saltillense que venían a pedirle justicia”. Al día siguiente, los trabajadores paristas de Saltillo se ganaron las ocho columnas de todos los diarios potosinos.

El gobernador de San Luis Potosí prestó su despacho para que el Secretario de la Presidencia dialogara con una comisión de los huelguistas como lo había ordenado el Presidente. Cuando la comisión informó a Cervantes del Río y solicitó la intervención presidencial para terminar con el conflicto, Cervantes del Río ordenó que le dieran dinero a los marchistas “para unos lonches”, no se rechazó la ayuda, pues nadie había comido y ni teníamos con qué hacerlo.

Con ese dinero se compraron miles de birotes (pan francés), aguacates, refrescos y todo lo necesario para las tortas. Pero en ese momento, ya estaba circulando entre los obreros el rumor de que Salvador Alcázar se había vendido. Se hablaba de millones de pesos, que en ese tiempo era mucho dinero. Los promotores de esa difamación eran los esquiroles patronales, los simpatizantes del FAT que nunca vieron bien a Alcázar y los izquierdistas radicales que se habían infiltrado en la caravana. Pero se aclaró la situación.

Desde aquel encuentro, Echeverría atendió el problema y fortaleció al gobernador Gutiérrez. Los empresarios siguieron dándole largas al arreglo, pero quince días después los representantes patronales informaron que estaban dispuestos a negociar, pues Echeverría los había conminado a llegar a un acuerdo con los trabajadores, y los López del Bosque no se atrevieron a ignorar los deseos presidenciales como lo habían hecho con los intentos conciliadores del gobernador, menos cuando ya se mencionaba otra solución: la expropiación de las fábricas, que era propuesta del diario El Independiente de don Antonio Estrada Salazar.

Mientras se esperaba la solución con la intervención presidencial, en cierta ocasión, cerca de media noche llegó a mi casa el jefe policiaco Luis de la Rosa. Lo enviaba el gobernador Gutiérrez para invitarme a platicar. Me sorprendió, pero acepté sin preguntar, y llegué con el enviado hasta la residencia del mandatario, a un lado de lo que ahora es el periódico Vanguardia. Abrió la puerta el mandatario, y escuché una voz femenina que desde adentro le reclamaba a gritos algo que no comprendí. Don Eulalio me saludó, y visiblemente contrariado me preguntó: ¿Le gusta caminar porque aquí no hay condiciones? Tomó su texana, me agarró del brazo y comenzamos a caminar hacia el norte del bulevar Carranza seguidos por su escolta.

El gobernador habló sobre la historia revolucionaria de Coahuila. Me dio una extensa lección sobre la Revolución mexicana y sus aspiraciones de justicia social. Me hizo saber lo complicado que era gobernar un estado, en donde la clase empresarial no entendía la necesidad de reivindicar los derechos de los asalariados y elevar la vida de los sectores marginados. “La revolución, dijo, no ha cumplido con el pueblo. Falta mucho”.

De regreso a su casa, parados en la banqueta, me dijo: ¿Sabe por qué lo llamé? -No, respondí. Quiero pedirle un favor, agregó. Sé que usted es bien visto y tiene prestigio entre los dirigentes de la huelga y los obreros de Cinsa-Cifunsa, y quiero comentarle algo que debe prometerme que mantendrá en secreto. Los señores López del Bosque han puesto como condición para establecer el diálogo y solucionar el conflicto, que los asesores del FAT deben salir del sindicato y abandonar Saltillo, de lo contrario no están dispuestos a negociar. Quiero que me ayude a que los obreros comprendan que para arreglar la huelga es necesario que los asesores del FAT se vayan.

Le dije que yo no era el indicado, que mi relación con el movimiento era ideológica y de apoyo solidario, no de esquirol. Yo no podía hacer lo que me pedía, ni siquiera mencionarlo. Don Eulalio puso su mano en mi hombro y señaló: usted es un joven pensante, y sabe que lo más importante es que la huelga tenga un final victorioso, bien vale la pena sacrificar la estancia del FAT. Piénselo, me dijo, y haga lo que le dicte su conciencia. Agradeció haber acudido a su llamado y se despidió, ordenando que me llevaran a mi casa.

Otro recuerdo de don Eulalio Gutiérrez: Días después, debido a otra agitación que habían realizado los esquiroles de la empresa, los grupos izquierdistas radicales y los simpatizantes del FAT, se citó a una asamblea informativa, pues los trabajadores estaban angustiados al no ver resultados de la entrevista con el Presidente Echeverría. La asamblea se desarrolló en un ambiente de reclamos, impotencia y radicalismos. En ese ambiente, los adversarios de Alcázar lograron hacerse escuchar por los huelguistas, que ya en su mayoría mostraban los estragos de los más de 30 días en paro. La frustración y el desaliento se manifestaban.

Como resultado, la asamblea acordó una medida de presión irresponsable: tomar el Palacio de Gobierno para presionar la solución de la huelga. Ningún argumento los convenció y salieron del local sindical cientos de trabajadores, llegaron hasta una de las principales puertas del Palacio, las demás estaban cerradas, y allí estaba esperando el mandatario con su inseparable texana. Se había desalojado el Palacio y no había policías ni guaruras acompañando al gobernador, que para ese momento ya sabía a qué iban los huelguistas.

Salvador Alcázar iba al frente de la columna. Cuando estuvo ante Eulalio Gutiérrez, éste le preguntó: ¿Qué pasa Salvador? Alcázar le dijo: “Señor Gobernador, ante la falta de resultados a nuestra insistencia al diálogo, la asamblea decidió como medida de presión para solucionar nuestra huelga, que tomáramos el Palacio de Gobierno. Discúlpenos señor Gobernador, no es contra usted”. -No me hagan esto Salvador, contestó el mandatario, ustedes han visto mi actitud conciliadora y mi respeto por su movimiento. Esperemos unos días, sé que el Presidente Echeverría está haciendo todo por convocar al diálogo. Sólo unos días más les pido que esperen.

Alcázar angustiado y presionado por los acontecimientos le insistió: “Señor gobernador compréndanos, no es contra usted”. Eulalio Gutiérrez contestó: -No les puedo evitar que hagan lo que han acordado. No hay policías ni vigilantes, el Palacio está vacío, pero si ustedes tienen que hacer lo que acordaron, sólo quiero que sepan que yo no lo permitiré, y que si lo hacen tendrán que pasar sobre mí.

Alcázar volteó a ver a los que lo rodeaban. Nadie dijo nada, los radicales callaron, los esquiroles se agazaparon y los simpatizantes del FAT se mantuvieron en la penumbra, y Salvador -jugándose todo-, encaró a la multitud y dijo: “Vámonos compañeros, el gobernador es nuestro amigo y nos seguirá ayudando a resolver el conflicto. Volvamos al sindicato, allá discutiremos lo que haya que discutir”. Retornamos al local, y gracias a la actitud que el gobernador había mostrado con la huelga, se pudo convencer a los paristas.

Esta provocación intentaba crear condiciones para la represión, y de paso mostrar que los huelguistas estaban utilizando métodos violentos, que debían sancionarse con la nulidad del paro sindical. Pero fue salvada gracias a la prudencia de Alcázar y a la comprensión de los trabajadores. 

Posteriormente, la parte patronal dio a conocer su condición para el diálogo: no querían al FAT en las pláticas, ni en el sindicato ni en Saltillo. Para Alcázar era difícil la situación. Se realizó una reunión de la Intersindical con los líderes sindicales de Cinsa-Cifunsa y los principales asesores del FAT. Se acordó que decidieran los trabajadores en asamblea. Seguramente los compañeros del FAT no esperaban que se tomará la decisión de su salida. En medio de una discusión acalorada, que a veces llegaba al insulto o al llanto, se determinó aceptar la condición empresarial “por el bien del movimiento”.

Los asesores del FAT abandonaron Saltillo, pero los activistas del FAT nunca lo aceptaron y convirtieron a Salvador Alcázar en su principal enemigo y se dieron a la tarea de minar su autoridad sindical y a desprestigiarlo. Este pleito lo aprovecharon -después de la huelga- los propietarios del GIS para despedir a más tres mil obreros, destruir el sindicato, arrebatarles su local sindical y borrar de la historia coahuilense el heroico movimiento.

Los miles de despidos fueron una violación patronal a los acuerdos pactados en la madrugada del 3 de junio de 1974, en donde se firmó por ambas partes “un pacto de caballeros”, en cuyo escrito se acordaba que los empresarios no despedirían a ningún trabajador que hubiera participado en la huelga. Pero los López del Bosque demostraron que carecían de palabra, y lanzaron a la calle a miles de trabajadores, sólo por haberles ganado la huelga y mejorado sus condiciones laborales.

Años después, con ayuda de un abogado que conocía los vericuetos de la Junta de Conciliación y Arbitraje, quise rescatar una copia de “El Pacto de Caballeros” que se había firmado al término del movimiento parista, pero el escrito no se encontró en el expediente de la huelga, alguien lo había sustraido para que no quedara constancia histórica del documento. 

Poco antes de las pláticas donde se arregló el conflicto, el Presidente Echeverría le comunicó a Salvador Alcázar que el aumento salarial del 40 por ciento que demandaban los huelguistas no lo aceptaban los propietarios del GIS, pero le pidió que aceptaran el incremento salarial del 20 por ciento que ofrecían los patrones, con el “compromiso presidencial” de que días después de que terminara la huelga, decretaría un aumento de emergencia del 20 por ciento para todos los trabajadores del país, y de esa forma los sindicalistas saltillenses conseguirían el incremento demandado y de paso, beneficiarían al resto de la clase asalariada. Alcázar se la volvió a jugar, creyendo en la promesa presidencial. Y Echeverría cumplió.

Finalmente, los trabajadores obtuvieron el 20 por ciento de aumento salarial, el 70 por ciento de sus salarios caídos, 50 por ciento en efectivo y 20 por ciento en despensas. Además gozaron del aumento de emergencia del 20 por ciento, que el Presidente Echeverría decretó para toda la clase trabajadora. La huelga también consiguió que los trabajadores eventuales con seis meses de labores obtuvieran su base, pues antes del movimiento, había obreros que tenían 15 años laborando y seguían siendo eventuales. 

Luego de haber logrado el triunfo sindical de la huelga, la división entre los obreros se hizo patente. Salvador Alcázar ya no quiso reelegirse como dirigente sindical, pese a que el gobernador Eulalio Gutiérrez se lo sugirió. Alcázar ya estaba agotado. La huelga lo había desgastado y la división de los trabajadores había deteriorado su ánimo, pues había sido difamado por los grupos contrarios, principalmente los del FAT y otros esquiroles.

Para destruir el sindicato que les había ganado, los patrones y los esquiroles difundieron hasta el hartazgo que Salvador Alcázar se había vendido con el gobierno, que Luis Horacio Salinas Aguilera lo había sumado a la nómina municipal y que su gimnasio York de fisiculturismo, que tenía desde 1965, era parte de lo que había sacado vendiendo el movimiento de huelga. Por si fuera poco, Alcázar se había negado a la propuesta que le hizo el dirigente “charro” cetemista Gaspar Valdés, de dividir el sindicato de Cinsa-Cifunsa en tres sindicatitos, que fue lo que hicieron luego de los despidos.

La división, las presiones y la persecución, mostraban que el sindicato que dirigió en la victoriosa huelga de 49 días, estaba próximo a ser destruido. Pero Alcázar ya no tenía los ánimos para luchar, lo habían dejado solo. Sus compañeros más concientes y combativos habían sido despedidos y el resto fue manipulado por los esquiroles. 

Ante esta adversa situación, Alcázar retornó a su empleo de obrero, y para aislarlo de sus compañeros lo mandaron al tercer turno, en donde estaba vigilado, y cualquier obrero que se acercaba a él, era inmediatamente despedido. En 1975, Salvador fue despedido del GIS. El sindicato de Cinsa-Cifunsa fue dividido en tres sindicatitos y el local sindical se les arrebató a los trabajadores y fue cerrado para siempre como recinto obrero, a pesar que el terreno donde se encontraba el sindicato había sido donado a los obreros por la señora Anita del Bosque, esposa de don Isidro López Zertuche. Sobre ese terreno la empresa construyó el local sindical, cuyo costo íntegro se les rebajó a los sindicalistas a razón de un peso semanal hasta que fue totalmente liquidado. Luego del robo se vendió el local, participando como “coyotes” Gaspar Valdés Valdés y un tal doctor González Carielo.

Por su parte, Salvador Alcázar se dedicó al deporte hasta que en 1982 la esposa del gobernador José de las Fuentes Rodríguez, doña Elsa Hernández, “mi ángel” como Salvador se refiere a ella, le ofreció la Coordinación del Deporte para Minusválidos, y hasta allí fueron a perseguirlo los “notables” del GIS, exigiendo que fuera despedido, pero doña Elsa lo mantuvo en su modesto cargo, sin hacerles caso a los soberbios López del Bosque.

Salvador Alcázar, quien dirigió el movimiento laboral más importante de la historia de Saltillo, continúa dedicándose al fisiculturismo y a promo- ver el deporte. Por su parte, los propietarios del GIS nunca pudieron superar la afrenta de haber sido derrotados por los trabajadores organizados. La historia de esa heroica huelga obrera fue borrada para siempre de la memoria colectiva, pero aún hoy sigue siendo parte de los recuerdos de quienes participamos en ese reivindicativo y justo movimiento proletario. Seguramente algún día la historia popular pondrá en su justa dimensión lo que ahora son emotivos recuerdos de quienes creemos en la lucha gremial de los asalariados y en la reivindicación de los desposeídos...

 
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