Utopía
Distensión coreana con el “festival de paz”
Eduardo Ibarra Aguirre.
Los XXIII Juegos Olímpicos de Invierno (Pyeongchang 2018) a celebrarse del 9 al 25 de febrero en Corea del Sur, pasarán a la historia no tanto por la justa deportiva, sino porque los gobernantes de ésta y del Norte dieron un importante paso, en el camino de darle la vuelta a la hoja del 2017 sellado por la confrontación –derivada de los ensayos misilísticos del Norte y los amenazantes ejercicios militares de Seúl y Washington–, por dos años sin contacto de alto nivel entre las dos coreas y 65 años de división en la península, promovida por Estados Unidos, y técnicamente en guerra los dos países de lo que podría constituir la nación coreana, si la Casa Blanca no interfiera tanto en su presente y futuro.
A iniciativa del muy caricaturizado presidente de la República Popular Democrática de Corea (Norte), Kim Jong-un, al responder a un mensaje de fin de año del presidente de la República de Corea (Sur), Moon Jae-in, Kim agradeció la actitud dialoguista, expresó su deseo de mejorar los lazos con Seúl y el interés de enviar una delegación de la RPDC a los XXIII Juegos. Esto en el plano formal, pero sólo ambos mandatarios saben cómo se cocinó la importante decisión, que incluye la reinstalación de la comunicación telefónica entre los dos gobiernos. Y que también fue posible porque Corea del Sur y USA acordaron previamente retrasar sus maniobras militares anuales –las cuales la RPDC las considera como un ensayo para invadir su territorio– hasta después de la cita deportiva. Amén de que Donald Trump expresó su disposición a conversar telefónicamente con el también líder de Partido del Trabajo de Corea.
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Los jefes de las dos delegaciones coincidieron en la aldea de Panmunjom, dentro de la zona desmilitarizada que divide a las dos Coreas, en convertir la máxima justa deportiva invernal en un “festival de paz y un primer paso para mejorar las relaciones” (Cho Myoung-gyon, de la RC) y “no vamos a acelerarnos y vamos a mantener las conversaciones con calma" (Ri Son-gwon, de la RPDC).
El principal responsable de la crisis en las relaciones intercoreanas, Donald Trump, intenta arrogarse el mérito del nuevo capítulo: “Si yo no estuviera involucrado, ellos no estarían hablando sobre los Olímpicos ahora mismo”. Y retador advirtió que Kim “Sabe que yo no estoy bromeando. (…) Ni siquiera 1 por ciento. Él entiende eso”. También el magnate entiende que la RPDC no es Afganistán, Iraq, Libia o Siria, naciones agredidas por sus antecesores y él; y que Pyongyang aceleró su rearme a la luz de las nefastas experiencias. Más todavía, un vocero de la RPDC aclaró después de la reunión que la modernización de sus misiles no está dirigida contra Seúl, sino hacia Washington.
Hasta ahora, pues, pasa a un segundo plano el desafortunado mensaje de Twitter de Donald John a Kim: “Yo tengo una más grande que la tuya”, respecto a los misiles intercontinentales y el botón nuclear. Lo que alertó la preocupación entre expertos, exfuncionarios y militares, porque su “inestabilidad mental podría llevar a una guerra nuclear”.
Y enseguida 100 profesionales de la salud en EU instaron a los que rodean a Trump a “tomar medidas para controlar su comportamiento, con el propósito de evitar una catástrofe nuclear, que pone en peligro no sólo a Corea y Estados Unidos, sino a toda la humanidad”. Mantener muy en alto la guardia médica, política y ciudadana es el mejor antídoto a las amenazas imperiales y para obligar a Trump a que sus frases dialoguistas sean hechos.
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