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el periodico de saltillo

Marzo 2018

Edición No. 349


Simulación electoral, partidocracia y oligarquía en lugar de democracia

Jesús M. Moreno Mejía.


“Cuando la democracia se encuentra en crisis, es suplantada por una oligarquía”.
Parafraseando a Aristóteles.

 

Vivimos en tiempos de simulación democrática en nuestro país y gobernados por partidos políticos que constituyen una auténtica oligarquía, enferma de poder y de soberbia.

Es de sobra conocido que este 2018 tendremos elecciones de Presidente de la República, senadores y diputados federales, y a nivel local de gobernadores, legisladores y alcaldes en varias entidades, para lo cual el Instituto Nacional Electoral (INE) dispuso que el proceso se realizara en varias etapas, que contemplaron el registro de aspirantes a los cargos de elección popular, así como cubrir las etapas de promoción interna y externa.

Sin embargo, todo ha sido una mera simulación democrática, pues se ha hecho creer a la ciudadanía que existió una selección interna en los institutos políticos y para ello se inventó la etapa de pre campañas en cada uno de los partidos, hasta llegar a la figura de un “candidato único”.

Pero de antemano sabemos que la decisión de los consejos políticos estaba dada con toda anticipación (salvo los llamados independientes, que debieron cumplir las condiciones establecidas para su aceptación), por ello ya sabíamos quien sería los candidatos oficiales:

Andrés Manuel López Obrador (AMLO) representará al partido Morena (Movimiento de Regeneración Nacional), secundado por el PES (Partido Encuentro Social). Ricardo Anaya Cortés, es postulado por el Partido Acción Nacional (PAN), juntamente con el Partido de la Revolución Democrática (PRD) y Movimiento Ciudadano (MC), conformando la coalición “Por México al Frente”. José Antonio Meade Kuribreña, funcionario público en diferentes sexenios, sin supuesta filiación partidista, pero aun así será el abanderado del Partido Revolucionario Institucional (PRI), secundado por el Partido Verde Ecologista de México (PVEM) y el Partido Nueva Alianza (Panal), formando la coalición “Meade ciudadano por México”.

No obstante, todo mundo sabe que el Presidente de la República en turno, determina quién va como candidato por el partido oficial (cumpliendo con el tradicional “dedazo”). En tanto que las élites partidistas de otras instituciones políticas recurren a la designación directa de su abanderado, para que, finalmente, sea una burda simulación de selección democrática.

Recién terminó la llamada precampaña de los partidos políticos, y ahora sigue el período de “intercampañas”, o como efemísticamente se le identifica como “una breve etapa de silencio” de los pretendientes, para luego entrar de lleno a las campañas de los aspirantes a la Presidencia de la República, a la de Ejecutivo Estatal (donde corresponda), a diputados y senadores, y hasta alcaldes.

Y si en las precampañas escuchamos (y aguantamos) a los entonces precandidatos a toda hora, ahora tendremos que sufrir el hastío de los millones de promocionales de los candidatos, mismos que a diario oiremos en la radio y la televisión. Y ojalá y fueran mensajes propositivos, pero sabemos de cierto que serán enconados señalamientos entre unos y otros, tal como nos tienen acostumbrados, lo que ellos mismos designan como la etapa de “guerra sucia”.

Podemos asegurar que no habrá propuestas concretas a favor de la sociedad, como sería: suprimir la corrupción, la pobreza, la inseguridad, sino simples promesas huecas, pues no existe la menor intención de dar fin al lastre que viene arrastrando nuestro país en materia económica y social, ya que son los mismos ofrecimientos de todos los sexenios, incluyendo priistas y panistas (y posiblemente, en un futuro próximo, de otro partido).

Y es que los aspirantes a gobernar tienen como única meta el utilizar el erario para medrar y conservarse en el poder, ya sea en su persona o valiéndose de un miembro de su familia (otorgado a los hijos o la esposa), aparte de cobrar dietas estratosféricas durante su cargo y además obtener jugosas canonjías que se traducen en extraordinarias ganancias.

Ninguno de los candidatos parece tener la intención de gobernar por el bien común de los ciudadanos, pero tenemos la obligación cívica de emitir nuestro voto el 1 de julio y sufragar a favor de uno de ellos, o de los independientes; en el entendido de que sólo hay de dos sopas: malos y peores. Pero… ¿Usted que piensa, amable lector?

¡Hasta la próxima!

 
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