Evo, otra lección no aprendida

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José Guadalupe Robledo Guerrero.

La renuncia que presentó Evo Morales Ayma a la presidencia de Bolivia a “sugerencia” del ejército y la policía, quienes constitucional- mente le debían obedencia como mando supremo. Esta acción fue calificada como golpe de estado y merece una profunda reflexión, porque los militares se insubordinaron al legítimo poder emanado de la decisión de los ciudadanos, con el pretexto de pacificar al país ante un supuesto fraude electoral.

La primera vez que tuve conciencia del golpismo fue el 11 de septiembre de 1973 cuando al Presidente chileno Salvador Allende, las fuerzas armadas de su país le dieron un golpe de estado auspiciado por los intereses estadounidenses. Allende no sólo perdió el cargo, también la vida. Desde entonces aprendí que en latinoamérica, los miltares obedientes a Washington nunca permitiran un gobierno emanado del pueblo desarmado.

Por eso deje de creer en la democracia electoral, pues los votos no detienen las balas ni la represión de los golpistas. De ahí que la primera enseñanza es que sin armas no se puede cambiar un sistema para hacerle justicia a los desheredados.

Evo Morales, el primer presidente indígena, fue un buen mandatario, en sus casi 14 años de gobierno logró que Bolivia fuera uno de los países con mayor crecimiento económico en Sudamérica y consiguió disminuir la extrema pobreza en más del 20 %; sin embargo, para las oscuras fuerzas del capitalismo feroz era intolerable que el indígena aymara continuará en la presidencia por más tiempo, y a través del internet hicieron su labor divisionista que polarizó a los bolivianos.

Evo Morales se vio obligado a huir de los militares que querían detenerlo y aceptó que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador le otorgara asilo político y humanitario para salva- guardar su integridad y su vida.
Al momento de escribir este comentario, Evo se trasladaba en un avión de la Fuerza Aérea Mexicana que fue a Bolivia por él, mientras sus simpatizantes del Movimiento al Socialismo (MAS) caminaban rumbo a La Paz, capital de Bolivia, para protestar sin tener certidumbre sobre lo que pasaría en un país donde el odio racial daba rienda suelta a la violencia, al pillaje, a la quema de casas y autobuses.

La lección no aprendida, es que los militares golpistas de Sudamérica terminarán con cualquier anhelo justiciero y proyecto popular que lesione los intereses de los potentados locales y sus amos, las transnacionales, aun cuando lo apoyen las mayorías mediante el voto. Otra vez sobre los países sudamericanos acecha el militarismo…