Mis sexenios (17)

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1785

José Guadalupe Robledo Guerrero.

Inicios del delasfuentismo 

Los primeros dos años de su “administración”, José de las Fuentes
fue un gobernador de ornato.

Durante 1982, primer año del “gobierno” de “El Diablo” José de las Fuentes Rodríguez (JFR), me la pase comisionado por Villegas Rico con Arnoldo Villarreal Zertuche resolviendo los problemas del Hospital Universitario de Saltillo (HUS), hasta que Villarreal se jubiló en la UAC. 

Villegas Rico transitaba por su segundo periodo rectoral, se reeligió con el respaldo de OFT. Para esa época, Villegas era un poderoso político de Coahuila, y nadie dudaba que era la carta de los empresarios saltillenses para la gubernatura, impulsado por el periódico Vanguardia y los grupúsculos asociados a este diario. Pero José de las Fuentes les estorbaba. Por eso Vanguardia de Armando Castilla Sánchez y sus aliados le apostaron a la destitución de “El Diablo”.

Debido a ello, desde el inicio de su sexenio, José de las Fuentes fue criticado, menoscabado en su autoridad y presionado, a pesar de que “El Diablo” no contrariaba los intereses de sus adversarios. Los primeros dos años de su “administración”, el gobernador fue de ornato, se dedicó a “dejar hacer, dejar pasar” y a cuidar el despacho gubernamental, rodeado de enemigos.

Pero la situación ya era otra en el país. José López Portillo ya había dejado el poder presidencial. En su Sexto Informe, JLP cometía su última locura sexenal, en medio del llanto denunció que a través de la banca privada los potentados mexicanos habían saqueado por enésima ocasión al país, y en revancha decretó la nacionalización de los bancos. 

Con la renuncia de OFT, los antiflorestapistas se habían adueñado del estado, el equilibrio político en Coahuila se había perdido, y las instituciones gubernamentales estaban indefensas ante el saqueo de Armando Castilla y sus asociados.

Vanguardia y sus socios hacían negocios con la construcción de casas de interés social, con la compra y venta de terrenos, con el robo de áreas municipales, con el despojo de grandes predios y con las obras gubernamentales.

Los principales asociados de “El Gordo” Castilla eran “honorables” industriales, constructores y comerciantes, así como políticos deshonestos y dirigentes “charros” de las centrales sindicales. Todos aportaban algo a la voracidad grupal.

Por esos meses opté por buscar un espacio periodístico. Mi oportunidad llegó a finales de 1982 con la llegada al periódico “El Sol del Norte” de un nuevo Director: Adolfo Olmedo Muñoz, con la idea de privilegiar un equilibrio periodístico en Saltillo. Adolfo Olmedo es un hombre de ideas, de lecturas y un profesional del periodismo, y para cumplir su cometido abrió las páginas del periódico a los ciudadanos que “tuvieran algo que decir”.
Adolfo Olmedo, que hoy escribe en estas páginas me incorporó como articulista, y comencé el 5 de enero de 1983 cuando ya dirigía al país el primer presidente neoliberal: Miguel de la Madrid Hurtado, por tal razón mis primeros escritos abordaron los temas de aquella etapa nacional: la venta de empresas paraestatales, la crisis económica y la deplorable condición de la educación nacional. México estaba inmerso en una más de sus recurrentes crisis sexenales, el país ya había sido saqueado por los mismos de siempre: los empresarios y banqueros.

Óscar Villegas Rico mandó tapizar el centro de Saltillo con un telegrama que en la Autonomía enviamos al gobernador, donde exigíamos que los funcionarios sacaran las manos de la UAC.

Con Adolfo Olmedo aprendí lo básico del oficio y llegué a una conclusión: escribiría lo que los demás callaran, había mucho que decir, pues nadie hablaba sobre las condiciones surgidas con la renuncia de OFT, ni siquiera sus beneficiarios.

El 11 de febrero de 1983, publiqué un artículo donde denuncié los planes que tenían los enemigos del gobernador de hacerlo renunciar a su cargo o de buscar su destitución. En la mañana del día que se publicó dicho comentario, recibí una llamada de la esposa del gobernador, doña Elsa Hernández, agradeciendo mis comentarios e invitándome a platicar. Desde ese día y hasta su muerte, doña Elsa me dispensó su confianza, y se convirtió en un gran apoyo a nuestras ideas.

Mientras tanto, el intrigoso “SuperSubsecretario” Rodrigo Sarmiento Valtier y el publicista director de prensa, Carlos Robles Nava me buscaban por “órdenes superiores”. Con Carlos establecí una relación intrascendente. Con Sarmiento nunca quise tener trato alguno, a pesar de su enorme importancia en el gobierno de JFR.

Durante los siguientes meses, mi columna se fortaleció entre los lectores, y de repente tuve muchos simpatizantes. Por fortuna, nunca despe- gué los pies de la madre tierra, y afronté con éxito lo que a otros enloquece: los halagos, y continué mis críticas a los políticos, funcionarios y empresarios con la independencia que me permitía mi sano distanciamiento del poder.
Comencé a tratar a los políticos y a recibir la valiosa información off the record. Con José de la Fuentes mis charlas se hicieron más frecuentes. Así conocí los negocios de empresarios y políticos, y me di cuenta de la corrupción, la impunidad, la incapacidad y la traición.

De mis inicios como periodista, recuerdo algunas anécdotas. En una ocasión que critiqué a Humberto Guzmán Padilla (+), oficial Mayor de JFR, por haber nombrado a Bibiano Berlanga como orador en la ceremonia del cinco de febrero de 1983, a la que había llegado ebrio, el gobernador hizo su primer y único intento de reclamarme.

“El Diablo” me invitó a su despacho y me quiso corregir: “Quiero que sepa que a Bibiano lo nombré yo porque es mi amigo, no Humberto Guzmán”, me dijo con su inconfundible tono arrabalero. -Lo sé, le contesté, pero no se preocupe mañana digo que el responsable es usted, lo dije para que alguien asumiera el error. De las Fuentes se quedó pensando y dijo: “Tiene razón, así dejelo”. Desde entonces, ningún funcionario estatal tuvo la protección del gobernador, y en consecuencia me dejé caer.

En otra ocasión, Jesús María Ramón quiso ensañarse con Elías Cárdenas Márquez, ex Director de Turismo con OFT y columnista de “El Sol”, acusándolo de no sé qué tantas cosas. Temeroso, Elías aceptó la sugerencia de Olmedo: Contéstele, y respondió con nuestra solidaridad. El duelo duró poco, a la tercera nota el Alcalde de Ciudad Acuña había dejado el campo de batalla, solicitando un armisticio. Esto confirmó que “Para tener la lengua larga hay que tener la cola corta”

Aquel año, Olmedo le dio forma a la página tres de las editoriales de “El Sol del Norte”, y a mediados de junio, cuando empezaba la sucesión rectoral en la UAC, un grupo de Arquitectura, comandado por Mario Valencia Hernández, asaltó las instalaciones del periódico, con el pretexto de una editorial que los acusaba de traidores al villeguismo, escrita por Víctor Manuel Garza sobre los conflictos que ya se vislumbraban entre el grupo de Arquitectura y Óscar Villegas Rico.

Dicha editorial la había ordenado el Secretario General de la UAC, Javier Cedillo de la Peña, para involucrar a “El Sol” en sus pugnas internas. Aprovechamos esta agresión para iniciar la relación con Jaime Martínez Veloz, uno de los aspiran- tes a la Rectoría. Otro de los precandidatos, Armando Fuentes Aguirre “Catón”, también era editorialista de “El Sol”. Esto fue el inicio de lo que meses después sería el Movimiento Pro Dignificación de la UAC, que expulsaría al grupo villeguista del gobierno universitario.

Al mes siguiente, Luis Horacio Salinas Aguilera (LHSA) me concedió una entrevista que publicamos en “El Sol”. Allí Luis Horacio habló con franqueza y sin concesiones. Cuando fue publicada la entrevista, Víctor Manuel Garza renunció al periódico, porque no estuvo de acuerdo en que se le diera voz a LHSA. Olmedo aprovechó el exabrupto para deshacerse del infiltrado.

Luis Horacio Salinas era el enemigo más odiado de Villegas Rico y de los grupúsculos políticos y económicos que giraban en torno a Vanguardia. Por eso optó por buscar el cobijo en El Sol del Norte. Ese año entrevisté a la esposa del gobernador, doña Elsa Hernández, quien no tuvo miedo que la relacionaran con“El Sol”.

Enrique Martínez y Martínez (EMM) era Secretario de Gobierno acotado en sus funciones por el Subsecretario Edilberto Leza y por el “supersubsecretario” Rodrigo Sarmiento Valtier. Por ello se insistía en la posible renuncia de EMM. En ese entonces, poco respeto le tenían al gober- nador a quien se referían como “El Borrachín”. 

Alguna vez, el entonces diputado federal Abraham Cepeda Izaguirre llegó a “El Sol” a negociar su deuda por la publicidad electoral que debía al periódico, y nos confío que los diputados federales y los senadores le pedirían al presidente De la Madrid que destituyera al “Diablo”. 
Olmedo le habló al legislador de institucionalidad, de recuperar la autoridad gubernamental. Abraham Cepeda lo escuchó, no dijo nada y nunca más volvió a tocar el tema ni a pagar su deuda, se dio cuenta que se había quitado la capucha.

Olmedo había decidido apoyar al gobernador. A pesar de su corto tiempo en Coahuila, Olmedo conocía bien la situación política del estado, pues cuando llegó a Saltillo elaboró un perfil de la plaza y conoció las pandillas que se disputaban el poder y los presupuestos estatales. Conoció los negocios de los “notables” y sus asociaciones mafiosas.

Aconsejado por Olmedo establecí una relación con JFR, acudía a su despacho siempre que me invitaba a platicar. Sin embargo, nunca confié en De las Fuentes, se me hacía pendenciero, sin ideología y poco honesto. Pero no había otra opción, el equilibrio político era lo más importante. 
En la UAC, Villegas Rico planeaba insubordinarse al gobernador, y para completar el cuadro, allí estaba Jesús Roberto Dávila Narro en la Subsecretaría A de Gobernación, dispuesto a sacrificarse con el interinato gubernamental que supliría a JFR luego de su posible renuncia o destitución del gobierno coahuilense.

Por nuestra parte, ya sabíamos que la UAC sería el campo de batalla de los grupos que se disputaban el poder en Coahuila. Villegas ya no dudaba en ser gobernador.

En septiembre de 1983, como resultado de mis críticas, Villegas Rico respondió en Vanguar- dia acusando a Enrique Martínez (Secretario de Gobierno) de estar auspiciando “los ataques a la Universidad”, y amenazó que con los universita- rios no se jugaba, y mandó tapizar el centro de Saltillo con un telegrama que en la Autonomía enviamos al gobernador, donde exigíamos que los funcionarios sacaran las manos de la UAC.
Ante esto, JFR decidió dejar correr el conflicto universitario sin tratar de frenarlo. Frente a las críticas, Villegas Rico enloqueció, y ordenó expulsar a cuatro líderes estudiantiles del Ateneo Fuente: Alberto Pimentel, Gabriel Ortega, René Montes y Muse Destenave. Agobiado con tanto señalamiento en épocas preelectorales, Villegas Rico le ofreció un desayuno de reconocimiento universitario al gobernador. Pero de nada le sirvió, pues el movimiento contra Villegas ya estaba en marcha y ni José de las Fuentes lo podía parar, a menos que quisiera enfrentar a los antivilleguistas.
Como la situación no los favorecía, los “notables” preocupados llamaron a la unidad, a privilegiar el diálogo, etc. Estaba en juego su redituable posición de “ganadores” y traficantes de influencias. Hasta el Alcalde de Saltillo, Mario Eulalio Gutiérrez Talamás, uno de los principales asociados de “El Gordo” Castilla y Vanguardia, se acercó a “El Sol” para limar asperezas. 

Mientras tanto, los comerciantes saltillenses comandados por Kerim Saade Charur y Jorge Rosales Talamás, le organizaron a JFR un paro del comercio para que JFR destituyera al Procura- dor Pablo Pechir. El paro les sirvió a los dirigentes para ligarse al gobernador y sacar dividendos.

Por su parte, Vanguardia no cesaba en criticar la incapacidad de “El Diablo” y en señalarlo como un inepto. Los colaboradores de José de las Fuentes lo traicionaban y mantenían informado a Armando Castilla de todo lo que pasaba en el gobierno estatal. 

Aprovechando el décimo aniversario de la Autonomía Universitaria escribí sobre la corrupción y el autoritarismo que el villeguismo había instaurado en la UAC. Villegas Rico me invitó a platicar, según él quería que fuéramos amigos. Lo agradecí, me despedí, y continúe haciendo mis críticas. Días después, sin ningún motivo laboral, fuí despedido de la UAC, allí me di cuenta lo pequeño que era Villegas, nunca aprendió, de ahí que por segunda vez lo derrotaríamos.

Una de las instituciones que conocí en esta etapa fue el Centro de Investigación de Química Aplicada (CIQA), que dirigía Enrique Campos, hijo del luchador social Casiano Campos. En esa institución científica se instaló una gran computadora que había sido nutrida con información social, política y económica de la región. Allí me enteré, por ejemplo, que el 75 por ciento del total de predios y latifundios urbanos de Saltillo eran propiedad de una quintilla de familias notables: los López del Bosque, Enrique Martínez y Martínez, los Verduz- co Rosán, los Cárdenas Steele y los Dainitín. Publiqué el comentario de los terratenientes urbanos.

Por tal razón, CIQA y “El Sol” se convirtieron en peligrosos agentes “desestabilizadores”, y los caciques le crearon a CIQA un problema laboral con sus trabajadores cetemistas. El mafioso movimiento fue orquestado por el dirigente de la CTM, Gaspar Valdés Valdés, y Enrique Campos renunció a la dirección del CIQA

En esa etapa, se reunieron tres editores para evaluar la situación y pactar una alianza: Adolfo Olmedo de “El Sol”, Antonio Estrada Salazar de “El Independiente” y Francisco de la Peña de “El Heraldo”. Olmedo les compartió su teoría del equilibrio político y de la necesidad de hacer un frente común. Don Antonio Estrada estuvo de acuerdo y Francisco de la Peña dio su apoyo “moral” al pacto.

Para finales de 1983 ya sabíamos que la batalla por equilibrar la política coahuilense se daría en la UAC, y comenzamos a hacer flechas…

(Continuará).
El segundo tercio del delasfuentismo…