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Julio 20, 2010
Julio 2010, No. 256
Santa Anna, ¿El salvador de la patria?

Mario Alonso Prado Cabrera.
Es el personaje mas odiado y vituperado de la historia de México, cada vez que un político quiere acusar a otro de traidor o vende patrias de inmediato surge el mote alusivo de quien vendiera la mitad del territorio nacional a los norteame- ricanos; nos referimos por supuesto al que ocupa el primer lugar junto a Victoriano Huerta y a Miramón y Mejia, a don Antonio López de Santa Anna, su Alteza Serenísima, Presidente del país once veces y a quién cada vez que los liberales y conservadores no sabían qué hacer lo traían de vuelta después de exiliarlo.

Y es que don Antonio, ambicioso, venal, intrigante pero nunca tonto, siempre supo aprovechar el carácter voluble y frágil de la nacionalidad mexicana en sus primeras décadas; de simple cabo en las fuerzas de Arredondo a impulsor de la caída de Iturbide, el salvador de la patria supo aprovechar para colarse entre la fracturada ideología que distinguía a los políticos mexicanos, siendo un día federalista y al otro centralista; y estos lo aprovecharon hasta el cansancio para sus propios fines, ya fueran Gómez Farías, Ocampo, Alamán, Barragán, Lombardini, Guerrero, Haro y Tamariz, De Zavala, por mencionar unos cuantos; esto Santa Anna lo sabía bien y se dejaba adular de unos y otros sacando provecho propio de ellos hasta que cansado botaba la Presidencia y se iba a Sudamérica, al Encero o a Manga de Clavo. Esto se vio durante la invasión de Barradas, la guerra de Texas, la ocupación francesa
de Veracruz y la intervención norteamericana, quienes posteriormente lo criticaron y atacaron hasta el cansancio fueron quienes lo sacaron para que los ayudara aún sabiendo de sus antecedentes en otros conflictos.

Quienes lo acusaron de cobarde con los texanos luego lo trajeron para que combatiera a Estados Unidos y posteriormente cuando lo expulsaron del país, volvieron a traerlo para instalarlo como Presidente creyendo sus promesas de que iba a ser liberal, volviéndose dictador y vendiendo La Mesilla.

¿Quién fue entonces culpable de que perdiéramos la mitad del país, Santa Anna que nunca pensó ganar una guerra que seguramente consideraba perdida de antemano ante la inutilidad de sus generales de salón, o los políticos mexicanos que preferían pelearse entre ellos que defender al país y se dedicaban a las intrigas en la capital para ver quien sacaba mejor tajada de la derrota?

La realidad es que ambos, Santa Anna sólo era un síntoma de una nación fracturada, sin objetivos ni consolidación donde aún muchos no se pensaban como mexicanos y veían por sus intereses particulares desde el centro o los estados, además de carecer de un verdadero sentimiento de pertenencia.

Probablemente Antonio López de Santa Anna se dio cuenta de eso cuando viajó a los Estados Unidos tras ser enviado por los texanos a Washington en 1836, vio un estado en proceso de consolidación y crecimiento, con una industria pujante y una emigración avasallante que trasponía fronteras, y al compararla con México entendió que en caso de conflicto no teníamos la menor oportunidad, como en efecto sucedió.

Santa Anna no era mejor o peor que el resto de los militares y políticos mexicanos, sólo estaba mejor informado de la realidad exterior, y lo aprovechó en su beneficio quizás irónicamente salvando a México de ser absorbido entero por Estados Unidos, dándole una mitad y quedándose a mandar en la otra como dictador, hasta que quienes lo encumbraron decidieron sacarlo de la jugada y colocar nuevas caras, igual de ambiciosas pero quizás más crueles llamadas Miramón, Mejía, Osollo, Márquez y por el otro lado, Ortega, Lerdo, Ocampo; los cuales en su momento estuvieron a punto de convencer a Winfield Scott de nombrarse
Presidente de México.