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Abril 18, 2010
Abril 2010, No. 253

“Un Capo di tutti Capi”...
Las miserias de la manoseada democracia a la mexicana

Adolfo Olmedo Muñoz.
En la edición número 248 de este medio, bajo el título de “¿Guerra de guerrillas, guerra fría o guerra sucia?”, me permito presentar una conclusión que hoy refrendo: “El crimen organizado, si sabe lo que está haciendo en nuestro país y a dónde va; el Presidente Calderón no sólo no sabe a dónde va, tampoco se imaginó lo que generaría con su temeraria ‘declaración de guerra’ contra el crimen organizado”.

Con el aval incluso de la brillante pluma de Julio Scherer García, pero quizá tan solo como medio de expresión de la más cínica, pero puntual, declaración de inmoralidad, de “El Mayo” Zambada, exhiben -como lo hemos venido planteando- la ridícula, bravera, pendenciera, bocona, arrabalera, chisporrotera, pero totalmente estéril postura con la que al fin de cuentas se somete a los boquiflojos, que como Calderón se paseó por todo el país diciendo que acabaría con el crimen organizado, refiriendo siempre al narco- tráfico. Mismo renglón que significa tan sólo una parte de la “globalizada” corrupción que desde hace casi 500 años, ha metido sus raíces en nuestra cultura y no tan sólo a los 70 que le endilgan al PRI.

Ha sido la mafia hoy detentadora de esa inmoralidad endémica en nuestro sistema y que demencialmente se siguen (las autoridades) negando a reconocer, pues de hacerlo, tendrían que incluirse dentro de la cloaca que resume lo peor de nuestra sociedad y desde luego, las costumbres que desde la llegada de los europeos flagela a nuestra nación, la que pone UNA VEZ MÁS el dedo en la llaga y nos recuerda (no os hagáis pendejos, casi ha dicho), que somos una nación gobernada por corruptos, y que por tanto, nuestro sistema es corrupto. Y si el sistema es corrupto, nuestra cultura, como producto social, se nutre de corrupción.

Pero Scherer, de la mano de “El Mayo Zambada, han descubierto el hilo negro. Muy ad oc, pues “el que primero lo huele…”, no sólo sabe el origen del mal, sino de los posibles remedios, ya que como en la física, cuando se emprende una acción se sabe, por lo menos empíricamente, de la intensidad de la respuesta. Zambada sabe de las debilidades del sistema y don Julio de nuestras raíces históricas.

La corrupción en nuestro país es todo un tema aparte dentro de un enfoque eminentemente sociológico, pues tampoco nos hemos atrevido a reconocer que ya no somos los indios sometidos por la espada y la cruz de los gachupines, ni la ingenua sociedad primitiva que sucumbió a la codicia de los sajones gringos en 1847.

Hasta hoy, hemos sido otra clase de “ingenuos”. A veces muy acomplejados porque nos han hecho sentir como basura culpable desde la cuna, y no es cierto: Los Yanquis son tanto o mucho más corruptos que los más corruptos de los mexicanos.

La gran diferencia está, y también lo hemos aludido ya en otras ocasiones, en nuestras bases socioculturales que como nación independiente, nos heredó una cultura. En este año del bicentenario, sería bueno que se hiciera una muy buena introspección para reconocernos no sólo como una nación que se desligaba de la corona española, sino que se estaba emprendiendo la invención de una nueva nación.

Una nueva nación sin kukluxklanes, sin tráfico esclavista de negros, sin oro de la usurera banca holandesa, sin la rapiña “corsaria” sistemática y auspiciada por la corona inglesa, sin la perfidia e intriga fundamentalista del destino manifiesto de la raza judía, sin el sometimiento hambreador a millonarias corrientes migratorias de famélicos pueblos europeos.

Pero lo peor de todo: sin los milenarios antecedentes de culturas que tan sólo se transplantaron a América, con un ideal de libertad aun a costa del genocidio de los pueblos indoamericanos. Esto no se trata de una diatriba producto de un chauvinismo ramplón o a un antisemitismo, como muchos petizos se apresuran a calificar, ante el asomo de su vasta ignorancia.

Charles Wrigh Mills, el destacado sociólogo norteamericano, desde la década de los cincuentas legó a la humanidad un documento verdaderamen- te importante para, algún día, escribir la verdadera historia, no sólo de nuestro país sino del mundo, pues en su libro “La Élite del Poder”, hace un compendio de los altos círculos del poder en la nación, que a pesar de su riqueza (sobre todo cultural que arrastraba) no ha tenido empacho, desde el arrebato de más de la mitad de nuestro territorio (en 1847), en parasitar nuestras riquezas, de miles de formas, por sofisticadas o simples que sean.

En su libro, que fue el primer intento logrado, de analizar a fondo las estructuras del poder real en la unión americana, pone al descubierto: las perfidias inherente a los restringidos círculos de la sociedad neo aristócrata, a los 400 de Nueva York (por cierto antes Nueva Holanda); las celebridades y su inclusión en tan reducido círculo, a los inmensamente ricos y poderosos capitalistas, a sus ricos “cooperativos” e impulsores de la democracia …en el resto del mundo…, a la ascendencia militar cuasi imperial románica en su estructura, pero de astuta perfidia en sus mandos al más añejo estilo semita, y un mezquino directorio político.
Pero por contradictorio que parezca, por encima de todas esas características, cuentan con una gran virtud, para ellos, aunque una gran desgracia para el resto de la humanidad, especialmente nosotros los mexicanos, sus vecinos más próximos.

Esa virtud se refiere a su sólida estructura básica. La Élite del Poder, constituye eso: un poder, merced al respeto que desde sus inicios le han brindado a sus ordenamientos legales; a sus leyes, escritas y no escritas, a los códigos, pero sobre todo a las costumbres, pues como sajones acarrean la milenaria tradición de respeto a las leyes consuetudinarias, que por más nefandas que sean, se cumplen hasta que el mismo pueblo con otras costumbres, las derroca.

“Ahí está el detalle”, como dijera cantinflas, o “ai’ta el handy cap” como dijera un pocho. Ismael (a) “El Mayo” Zambada, por conducto de Julio Scherer, le acaba de restregar en el rostro al Presidente de México, su profunda ignorancia, no sólo de la historia del país que gobierna, sino su mediocridad por la que se escuchan vacías todas sus peroratas neopopulistas y electoreras.
El mal de nuestro país es la corrupción. El narcotráfico es tan sólo una parte de ella. El mismo mafioso interlocutor de Scherer, se ubica (dentro de lo que se le ha dado en denominar “el crimen organizado”), como poco menos de una décima parte de la población de nuestro país, de los cuales, menos del cinco por ciento forman los cuadros “activos”, esto es los pistoleros, porque el resto son burreros, traficantes, enganchadores, tratantes, “contactos” y toda la parafernalia que conlleva esa “industria”.

Con más que sorna se burla del Presidente (¿de qué poder podemos hablar en México?) y da un rotundo mentís a los tres años de inútil propaganda partidista “del cambio” al retarlo a que con hechos “desaparezca” de la geometría política mexicana, al crimen organizado.

Se trata, le recuerda el mafioso al Presidente, de un mal endémico a nuestra sociedad depauperada, pues aunque no haya una vocación viciosa entre la población, el comercio, y sobre todo un comercio mucho más rentable que cualquier otra actividad fabril en la que los obreros tengan que estar peleando con mezquinos patrones mexicanos unos cuantos mendrugos, habrá siempre quien tome la estafeta de aquellos que, “en su vital desarrollo” van ejerciendo los malos (por prohibidos) usos del narcotráfico.
Si un “capo” cae, será reemplazado por otro… le sentenció.

Pero lo verdaderamente patético para la nación mexicana, no es siquiera que haya corrupción, sino que no contemos con una estructura institucional fuerte y ya ni siquiera débil, que combata de raíz a la corrupción. Le duela a quien le duela, el único partido que pudo haber llevado al país a una madurez como nación, lo ha satanizado la mediocridad.

Es cierto, se contaban algunos corruptos, pero identificables al fin. Como los ha habido con el Tío Sam, como Nixon o Bush, o qué decir de la escoria de Polk y muchos otros. La diferencia es el sistema, fuerte, capaz de sortear los vaivenes partidistas.

Que pena, que en nuestro país no tengamos una élite de poder. No como la que retrata C. Wrigh Mills (aunque pragmáticamente hablando le ha funcionado a los gringos; al menos al margen de ser detestados por el resto de la humanidad).

Lo que nuestro país requiere es un nuevo imperio. No ya como el azteca por más respeto que nos merece o como el de la corona española, mucho menos como el racista imperio británico. Tampoco se trata de un imperio político, sino de un imperio normativo, un imperio de leyes susceptibles de regularse a sí mismo incluso.

La corrupción es inevitable, es cierto, porque forma parte de un proceso de vida, como negación de la misma. Es el proceso involutivo de todo cuerpo; Pero cuando es más lo involutivo que lo evolutivo, el organismo se muere. México no está muerto (a pesar de los panistas), es tiempo de refundar a la nación con el nuevo imperio, el del respeto a la ley, y para ello se van a requerir; manos firmes sí, pero más allá: mentes creativas, no tan sólo pendencieros.

Hubo también otro libro interesante del propio escritor norteamericano, que también sacudió a la orgullosa USA con su “Escucha Yanqui”… En nuestro chicharronero medio, bastó una seudo entrevista a un capo del narcotráfico, para bajarle los calzones y mostrar las miserias de nuestra manoseada “democracia”… No fue una petición de “Escucha Mexicano” se oyó más como un: ¿Me estás oyendo inútil?...

Con sus “asegunes”, el ejercicio de don Julio es muy respetable, pero hacen más falta buenos sociologos (y yo digo que también “psiquiatras sociales”), para que hagan un diagnóstico más profundo que la crónica periodística aludida, y sienten las bases, de una vez por todas, para la refundación de nuestra nación.


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