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Abril 18, 2010
Abril 2010, No. 253

La muerte de Venustiano Carranza

Mario Alonso Prado Cabrera.
Este próximo mes de mayo se cumplen 90 años del asesinato de Venustiano Carranza en una ranchería de la sierra de Puebla llamada Tlaxcalantongo; cuando estaba en la primaria y nos pedían estampas sobre la Revolución siempre llamó mi atención un dibujo que mostraba un jacal de palma y el pie que señalaba el sitio donde fuera sacrificado el Presidente de la República.

Años después, en una librería de viejo, comido por la humedad, adquirí el diario oficial de aquel mes de 1920, llamó mi atención que la última noticia era del 10 de mayo y volvía a aparece información hasta diez días después, en este periodo Carranza salió de la capital, quedando un vacío de poder hasta que las fuerzas agua prietistas la ocuparon.

En ese breve periodo de menos de dos semanas ocurrieron una serie de sucesos que cambiaron el rumbo del movimiento revolucionario y lo llevaron en un derrotero muy diferente al que el liberal decimonónico pensaba encausarlo.

Su decisión de imitar en todo a Benito Juárez lo llevó primero a redactar una nueva carta magna en 1917 y posteriormente intentar el paso que siempre obsesionó al oaxaqueño: otorgar el poder a un civil y evitar que los militares, que tanto daño habían hecho al país en el siglo XIX, se apoderaran de la presidencia; a Juárez la muerte le impidió dar ese paso, a Carranza se lo frustraron las ambiciones de quienes por méritos en el campo de batalla se sentían con derecho a ocupar Palacio Nacional.

En aquel breve periodo que Fernando Benitez retrata con detalle en “El rey viejo”, Carranza intentó por última vez rescatar la legalidad juarista en un siglo y una realidad que lo había rebasado.

La inútil y suicida marcha a Veracruz fue el último intento por rescatar una idea y un sueño basados en que México era un país donde aún podía privar el imperio de la ley, pero la traición le impidió cumplirlo.

Después de Aljibes, Rinconada y la defección de su cuñado el general Guadalupe Sánchez, al mandatario no le quedaba más salida que esconderse en la sierra de Puebla; ¿Cuál era su objetivo cuando prácticamente no tenía a donde ir?.

Al norte que era el único camino sólo le quedaba Hidalgo y Veracruz, perseguido por columnas al mando entre otros de Lázaro Cárdenas, sus esperanzas ya no de llegar a una ciudad donde establecer gobierno como en 1914 o 1915, sino simplemente descansar del acoso de los sublevados era casi imposible.

¿Qué lo mantenía entonces en pie de lucha?, para Alvaro Obregón era pura y simple terquedad, para los carrancistas que eran cada vez más pocos era el deseo de mantener en alto la bandera de la legalidad. Venustiano Carranza era el presidente por mandato popular y lo seguía siendo mientras estuviera vivo, por ello quienes se sublevaron no podían dejarlo vivo, su muerte los mancharía ante la opinión pública nacional e internacional pero les quitaria el único obstáculo para ir consolidando un gobierno como pacientemente lo fueron armando en los meses siguientes, colocando primero al pelele de Adolfo de la Huerta, luego llamando a elecciones amañadas, y finalmente alcanzando el aval de los Estados Unidos por medio de los tratados de Bucareli; y en este intermedio eliminando cualquier obstáculo en su camino, desde Francisco Villa a Lucio Blanco, Murguía, Buelna, Alvarado, entre otros muchos.

Carranza lo sabía, y lo único que le quedaba era mantenerse vivo el mayor tiempo posible; sentía que la historia y el pueblo estaban a su favor, pero tristemente la traición se atravesó en su camino de la mano de uno de esos personajes que sólo adquieren fama precisamente de esa manera; Rodolfo Herrero, testaferro pagado por Pablo González, con experiencia en este tipo de acciones, ya que un año antes había hecho lo mismo con Emiliano Zapata a través de Jesús Guajardo.

Tlaxcalantongo, la de los tejabanes de palma, fue pues el último sitio donde Venustiano Carranza intentó mantener la bandera de la legalidad contra el militarismo que finalmente triunfó de la mano de quienes lo llevaron al poder y luego se lo arrebataron por el derecho de las armas y la ambición.

Noventa años después pocos recuerdan el triste hecho y sus responsables son homenajeados con calles, avenidas, colonias, escuelas y hasta ciudades al lado de quien pretendieron “suicidar” para que la historia no los culpara de lo que al final fue simplemente un vil asesinato; y que los gobiernos emanados de dicho acto traicionero continuaron recordando, sacando los hechos de contexto y manipulando la historia a su antojo. Ya es tiempo de que la verdad y no la demagogia hablen por fin libremente, a nueve décadas de esta infamia.


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