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Diciembre 2011
Edición No. 274
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Hace 101 años

Alfredo Velázquez Valle.

La Revolución Mexicana de 1910 es un hecho histórico que dio a nuestro país un conjunto de respuestas a demandas añejas de la población, en particular de las clases desposeídas.

Iniciado este gran movimiento social dentro de estrechos marcos burgueses (Francisco I. Madero y su movimiento anti reeleccionista) pronto se desbordó a ámbitos que ahondaron sobre los graves problemas que aquejaban a una población cada vez más castigada y sacrificada a los intereses de un grupo que, amparado bajo una dictadura férrea, se enriquecía a costa suya.

Una larga lista de injusticias como demandas se habían acumulado en un período de tiempo relativamente largo -más de treinta años-, que al final de la primera década del siglo XX hacían insostenible el “orden” establecido por el régimen del privilegio y la explotación, y que hoy conocemos por el calificativo de “porfiriato”.

Con una población eminentemente rural (más del 90% del total de habitantes) el país había alcanzado un desarrollo inusual que colocaba al mismo como un ejemplo de lo que el “orden y progreso” lograba en un régimen fundado en una “pax romana”, incuestionable.

La inclusión de la economía nacional al mercado internacional mediante la exportación de materias primas (henequén, azúcar, café, plata, etc.) y la expansión del sistema ferroviario para el traslado de productos agrícolas y minerales a los grandes mercados potenciales de Norteamérica, agrandó en modo considerable la brecha entre ricos propietarios de haciendas y desposeídos campesinos sometidos a un régimen de vida en nada diferenciado al esclavismo.

En efecto, el desarrollo económico porfirista descansaba sobre la espalda de un proletariado que a base de su trabajo sobre explotado y sin derechos de ningún tipo sufría más que soportaba dicho “crecimiento” económico.

Se ha dicho que el desarrollo de un pueblo no lo es tal si éste no llega efectivamente al mismo pueblo y esto fue lo que aconteció finalmente, porque los beneficios del crecimiento se quedaron atrapados dentro de los bolsillos de un grupúsculo aristocrático que, indiferente, nunca vio más que por sus intereses.

Señalaba el Lic. Francisco Bulnes (diputado federal y senador porfirista) poco tiempo después de finalizado el movimiento armado que:

“El progreso de un pueblo se mide por la situación de sus clases populares y al llegar la Dictadura a su apogeo, la mayoría del pueblo mexicano se aproximaba al nadir sepulcral, por la miseria, más que nunca cruel y desvergonzada”

En efecto, las urgencias económicas del país traducidas en la ausencia de alimento y vestido fueron las causas que fundamentaron, en última instancia, la toma de las armas más con la esperanza de construir una nueva realidad, un nuevo pacto social, que con el afán malvado de destruir o acabar con vidas y recursos.

Seis años de lucha armada y un millón de víctimas fueron apenas suficientes para cambiar la fisonomía del país en no pocos aspectos que garantizaron una mejor calidad de vida a sus habitantes.

Decía el escritor romántico francés, Víctor Hugo, que las revoluciones eran crueles pero que al final de ellas se reconocía que el género humano había avanzado.

Ciertamente, la lucha armada que conmovió hasta los más profundos cimientos del México de inicios del siglo XX terminó por encaminar al pueblo a la conquista de derechos, legítimas aspiraciones, de los cuales jamás había gozado.

El derecho a la salud, el derecho a la tierra, la protección al trabajo y el acceso a la educación gratuita y laica son, en suma, lo que la revolución mexicana heredó a un pueblo largamente sacrificado a la avaricia de sectores privilegiados que sólo supieron velar por sus mezquinos intereses.

El 21 de marzo de 1906 vio la luz pública en Guadalajara, “El Obrero Socialista”. De carácter opositor al régimen porfirista, destaca en este periódico una poesía firmada por las iniciales P.M. cuyos últimos quintetos presagian lo que cuatro años después vendría:

“Levántate pueblo obrero / y no te rindas jamás.
Ya no aceptes esa paz / que te lleva al matadero
Mejor lucha como león / para hacer tu redención.
¡Oh valiente clase obrera! / con nuestra Roja Bandera
Combatamos la opresión.

 
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