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Diciembre 2011
Edición No. 274
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La muerte de un orden social...

El matriarcado mexicano, la cara
oculta del machismo

Apolinar Rodríguez Rocha

La cultura machista, tan vilipendiada en el siglo XX, y casi erradicada en el siglo XXI, tiene una realidad ajena y distinta a la que ha revelado la siempre segadora luz de los reflectores de los medios masivos de comunicación, principalmente estadounidenses (ignorantes del término identidad nacional).

         No es este trabajo un ataque al feminismo, sino contrario a ello, cual mexicana que es mi cuna, hinca el autor la rodilla al suelo en pro de la mujer.

         La experiencia que da la vida, y el conocimiento que la misma permite, analizando mi cultura y la de otros. Me percato:

         En la realidad, en México la cultura machista no es, ni fue, una cultura de hombres; sino más bien tras la máscara de machista de la cultura, existe la mano dominante y determinante del género femenino que sutil y delicadamente movía y mueve el mundo de los hombres, subyaciendo en el machismo una cultura feminista.

        Procede el machismo de la naturaleza misma del hombre, tanto el varón como la mujer dependen en su infancia de los mayores; es así como por la natural necesidad de la preñez, el amamantar y el cuidado de la prole, obligan al ser humano a dividir las tareas. Esto genera, en forma natural, un pacto social entre géneros: La estructura fisica y biológica del varón, por naturaleza más resistente a las condiciones ambientales, más propio para la caza y a las inclemencias del clima propios de los nómadas, como en las demás especies del reino animal, le prodigaron las características de proveedor de alimentos.

         Ese rol social, condicionó o relegó a la mujer a la vida de sedentaria del hogar, siendo sedentaria antes que al varón, la vida de nómada permite una relajación mayor de las reglas sociales, por ejemplo la apropiación de los animales y de los bosques; es la convivencia de la vida sedentaria propias de las tribus de agricultores y ganaderos, la que reclama nociones jurídicas, como es la propiedad; la obligación para con la prole no nace para con el varón de forma natural, como en la mujer,  que de por si debe soportar la gestación y la crianza por amamantamiento del retoño.

         La indefensión propia de la especie humana, sin límite en el tiempo, obligó a la mujer, no al varón, a  tomar la rienda  y crear la cultura machista, el sistema de reglas de convivencia. Creando entre ellos el matrimonio, siendo como es, la necesidad sexual, una real necesidad para el ser humano. Fijaron en esta particularidad la base para obligar al rebelde varón a someterse a las reglas sociales de la cultura sedentaria, a través del matrimonio. La cultura empieza en casa, dedujeron, es preciso entonces educar a los varones como proveedores y protectores de los hijos y de la mujer. La familia, es la estructura física y naturaleza del hombre propia para la defensa del hogar; de tal forma se van originando los principios básicos del machismo mexicano, manipulando principios y valores en los varones desde niños, en pro de la mujer, de los hijos y de la comunidad, hasta incluso al grado de sacrificio de sus propias vidas, al grito de “Mujeres y Niños Primero”.  
    
           Es precisamente la organización social mexicana del machismo, producto de esa cultura feminista subyacente milenaria, de la que dan cuenta los libros de Historia Prehispánica, poshispánica, moderna, posmoderna y contemporánea.

          Las cualidades del varón mexicano, de macho, mujeriego, parrandero, peleonero. Tenían un equilibrio social real, frente a la venerada, sumisa, abnegada, “dócil” mujer mexicana (la docilidad de la mujer es más bien un dominio silencioso, inteligente y callado) un equilibrio social, natural y artificial pactado.

          Con base en tan (catalogada por culturas extranjeras) “bárbara cultura”, yacía un orden social, el respeto mutuo entre varones y seres humanos. Donde el varón era: 1.- El sostén y respeto del hogar. 2.- Donde el varón faltaba se abría en el hogar la caja de pandora a la vejación, humillación y abuso de las mujeres y de los hijos.

         Sembrar el machismo, sin embargo, no era cosa de hombres, por el contrario era cosa de mujeres, era la madre quien inculcaba en los hijos el valor de su género (el padre generalmente ausente, se encargaba de educar a su hijo desde cuando era ya grandecito, le servía de consejero y guía) siempre bajo la autoridad de madre, porque se debe saber, que el macho sería muy macho pero a su madre se le doblegaba. “Las cachetadas de la madre son sagradas” diría un buen amigo. 

         Por auto protección el varón debía mantener al exterior de su hogar la fama de fuerte, valiente, indomable; esta fama no era siempre un deseo propio, sino un deseo social de proteger a su hogar, una necesidad, de protección y auto protección; sobre el hombre que no tenía fama de valiente e indomable yacía siempre el peligro de ser atacada su casa, despojado, violentada su familia, robadas sus propiedades.

         La palabra güey era alta ofensa digna de muerte, porque se refiere la palabra a nombre que adquiere el toro al ser castrado; el ser considerado afeminado o joto era poner en peligro la propia seguridad y la de la familia; pocos se atrevían a atacar el domicilio de un hombre valiente (macho); así la mujer madre, hermana, esposa, hija, tenía como obligación de auto protección, guardar los secretos e intimidades familiares, guardar la imagen de respeto y veneración al padre y a los varones de la casa.

         Un dicho popular dice “Sin caballeros no hay damas”, así las mujeres se cuidaban muy bien de difundir la imagen de macho de los varones del hogar, al grado incluso de las esposas de ser sus cómplices, tolerando a ojos vistos, las aventuras amorosas de sus machos, el varón más codiciado para matrimonio no era el más educado, sino el más fuerte y valiente, por ser fuerte se apreciaba que sería buen proveedor, de ahí que fuera muy mujeriego, hasta que llegaba la dueña de su voluntad, cosa difícil eso de atinarle. Los varones de las otras familias se cuidaban de no otorgar la mano de sus mujeres a “pelaos flojos u ociosos y mantenidos” la fuerza no era garantía de ser proveedor, aun cuando no siempre obtenían conseguir su finalidad.

          Durante el matrimonio, el adulterio era algo común en el varón, y poco igual a necesario aun después de casado debería conservar la imagen y fama pública de conservar su fuerza y vigor y ser indomable.

          Para el cortejo, era de por si toda una odisea, dado que los familiares de la amada, cortejada o pretendida, de verse ofendidos por aquella relación, generalmente clandestina; porque ha de verse, que a los varones de la casa correspondía velar por el honor y reputación de las mujeres de la casa, de ello dependía su propio respeto, dignidad en su imagen y fama pública.  

          Como se observa, no se trataba el machismo de un patriarcado, sino de un MATRIARCADO, los hombres eran utilizados a través de la educación (programación social, para ocupa un rol determinado) machista para servir de custodios y guardianes de las mujeres y de la prole, manipulado su conducta para ello, bajo la falsa imagen o estereotipo que se les inculcaba del macho.

         De esta forma democrática, estaba organizada la sociedad, donde cada cual cumplía su rol social.

         Sin embargo, a lado de esas imágenes existía la real del varón, macho y sabio, respetado, por su valor y su sabiduría, generalmente le distinguía su templanza ante las tentaciones mundanas.

         Esta comodidad, que la seguridad del machismo otorgaba a las mujeres, cambió drásticamente con la liberación femenina. El macho mexicano, el machismo mexicano, esa cultura milenaria, ha desaparecido para dar lugar a los nini, al homosexual, al bisexual, al metrosexual y otros productos de la no violencia o “civilización” de la globalización. 

         Queda el peso de la Historia, al juicio del historiador, si fue un avance o un retroceso. Ya que el beneficio de la invasión cultural con la contaminación cultural, del liberalismo, vino a terminar con el machismo, y no únicamente con el estereotipo, sino también con el orden social que bajo de él yacía.

         La crítica es efímera a la verdad, el alto índice de suicidios que se presentan en nuestra localidad, de ordinario en el siglo XXI, son precisamente producto de la contaminación cultural, la falta de identidad y de estatus o roles sociales establecidos, o estables, conlleva a la desorganización social, al desorden, y a caos social imperante, la confución psicológica y social, creando problemas existenciales que terminan en el hospital, en la cárcel o en la tumba, padece tanto a mujeres como a hombres en una cultura liberal de la corrupción y la degeneración, social y sexual de la globalización, donde el mexicano busca ahora su propia identidad cultural.

          El ataque al machismo mexicano no viene por parte ni de los hombres ni de las mujeres, ¿pero como colaboramos?  ¿Será de parte de los homosexuales, bisexuales, lesbianas? ¿Acaso por los de clóset?, ¿quiénes no caben, ni cabían, ni cabrán en un mundo de machos y de hembras?

         La libertad sexual será muy derecho humano, sin embargo mal entendida vino a destruir y destruyeron toda una estructura social y una cultura milenaria.

         “Ahora, no hay caballeros, tampoco damas” “no hay roles sociales, ni seguridad familiar, ni social… sólo desubicados, rebeldes, frustrados, pesimistas, neuróticos, suicidas, delincuentes, hipócritas, enfermos y muertos“

  ¿Qué no bastaba con combatir los vicios de machismo y sus excesos?

¿Será esta ruptura cultural lo que siempre provocan leyes importadas, impuestas negligentemente por imitación, como el pacto civil de solidaridad? 

 
 
 
 
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

     
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