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Diciembre 2011
Edición No. 274
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Los indios de Norteamérica (3)

Rubén Dávila Farías.

Las guerras indias en Coahuila

La penetración europea al norte de México no fue como en el sur. Llegar a Zacatecas, Coahuila, Chihuahua, Sonora y Baja California fue un proceso lento, difícil y sangriento.

Los españoles dominaron con relativa facilidad a la cultura azteca y aliaron a la tlaxcalteca, pero llegar, pacificar y poblar el norte de México tuvo un alto costo de sangre.

Inicialmente el gobierno virreinal estableció presidios con dotaciones de soldados para defensa de la población civil y protección de las haciendas.

Pero la situación de los presidios era tan pobre y tan corruptos sus encargados que ciudades como Monclova, y otras del centro y norte de Coahuila tuvieron que ser despobladas en varias ocasiones ante los ataques de los indígenas.

Los encomenderos que tenían bajo su “protección” a grupos nativos fueron en gran parte responsables de los alzamientos de los guerreros,  al impedir a los frailes enviados a pacificar y cristianizar a los indios obtener el suficiente apoyo para mantener las misiones, algunas de las cuales fueron destruidas e incendiadas por los llamados bárbaros que mataron a varios sacerdotes. Los encomenderos esclavizaban a los que eran confiados a su cuidado y protección o los vendían para trabajar en la explotación de minas.

La guerra continuó durante todo el periodo virreinal y no se pudo apagar con la independencia. La falta de recursos y las guerras internas por el poder hacían imposible realizar efectivas campañas para terminar con los alzamientos.
Esta falta de apoyo dio pie al nacimiento de una raza especial de hombres: Los norteños. Las familias asentadas en ciudades fronterizas tuvieron que valerse de sus propios medios para hacer frente a la amenaza constante de los ataques indios.

El Presidio de Santa Rosa que a partir de 1850 pasó a llamarse Melchor Múzquiz, fue el hogar de muchos de esos hombres y mujeres que vivieron la constante amenaza de ser muertos por los guerreros nativos y se enfrentaron a éstos en múltiples ocasiones.

El Presidio de Santa Rosa fue igualmente el hogar del hombre que luego de ser capturado por los indios diera vida a uno de los más famosos jefes de los apaches: Miguel Múzquiz González.

El apache Alsate
En uno de los ataques indios al Presidio de Santa Rosa, fundado en 1739 por el capitán Miguel de la Garza Falcón, aproximadamente en 1809, los apaches se llevaron cautivo a Miguel Múzquiz González integrante de una de esas familias que llegaron casi desde la fundación de esa ciudad.

Miguel Múzquiz creció entre los apaches y fue casado con una apache mezcalero con la que tuvo varios hijos, pero uno de ellos al que nombró Pedro Múzquiz se convirtió en uno de los más aguerridos y temerarios jefes de los guerreros establecidos en las sierras del Carmen y Santa Rosa, y Chisos y Davis, en Texas.

Prácticamente todo lo que se ha escrito sobre Alsate o Arzate ha sido en inglés y hay pocos textos en español. Sin embargo se sabe que Alsate cuyo nombre apache se desconoce tomó el apellido del capitán Francisco Arzate, destacado en el Presidio del Norte, (hoy Ojinaga, Chihuahua, en honor de Manuel Ojinaga que luchó contra la invasión francesa y murió en 1865).

En México se conocía como Arzate, en los Estados Unidos como Alsate, ante la imposibilidad de los anglos para pronunciar la R.

Durante muchos años Arzate atacó con denuedo ranchos, recuas de mulas, caravanas y haciendas a ambos lados de la frontera.

En 1878 eran ya tantas las quejas en contra del grupo de Arzate, y los tejanos reclamaban el pago de los daños que causaban sus indios que después se refugiaban en México al grado de que estas incursiones por poco causan otra guerra con los Estados Unidos.

Los daños causados por los apaches de Arzate se cubrieron, pero Porfirio Díaz dio la terminante orden de que se le capturara y fuera llevado a la ciudad de México a la cárcel de La Acordada.

Se ordenó al coronel José Garza Galán que con una fuerza de 100 soldados saliera en persecución de Arzate al que rodeó y capturó en la ranchería que la tribu ocupaba en las cercanías del Presidio de San Carlos.

Para esas fechas Arzate tenía ya unos 60 años y era calificado como el indio más astuto y audaz en ambos lados de la frontera en donde infinidad de ocasiones robó, mató y huyó a las serranías en donde era prácticamente imposible encontrarlo.

Garza Galán logró capturar a la mayor parte del grupo y los trasladó a Múzquiz. Entre ellos estaba el padre de Arzate, Miguel Múzquiz ya viejo y ciego con aproximadamente 80 años de edad.

Al llegar a Múzquiz el viejo Miguel pidió hablar con Manuel Múzquiz con quien se identificó como el hermano que siendo pequeño se habían llevado los apaches.

Manuel exigió a Miguel que se quitara el mocasín izquierdo debido a que una de las señas particulares de la familia era que muchos de sus miembros tenían un sexto dedo en el pie izquierdo.

Miguel mostró un pequeño muñón en lo que debiera ser el sexto dedo que dijo se cortó cuando joven porque le molestaba al andar por las montañas.

Entonces Manuel quedó seguro de que se trataba de su hermano raptado por los indios y demandó que lo liberaran por ser mexicano y llevado por la fuerza a su cautiverio de muchos años.

Sin embargo Arzate no fue liberado y se le trasladó a la ciudad de México. Sus parientes le dieron una carta para el general Miguel Blanco Múzquiz, miembro del gabinete de Porfirio Díaz y que venía siendo primo de Arzate para que le tuviera consideraciones.

No se sabe si con ayuda de Blanco o no, el caso es que poco después del cautiverio Arzate y otros apaches presos lograron escapar de la prisión y de alguna forma llegaron hasta sus lugares de correrías, en donde no tardaron mucho tiempo en volver a los asaltos, robos y asesinatos.

Finalmente el 4 de marzo de 1880 la Secretaría General de Gobierno del Estado de Coahuila expidió la circular número 14 a los municipios de la entidad en donde se ordenaba a las autoridades de todos los municipios emprender sin excusa e inmediatamente la captura de Pedro Múzquiz, alias Alsate.

Las autoridades estaban seguras que era imposible capturar a Arzate por medio de las armas por lo que un coronel Ortiz del Presidio del Norte decidió tenderle una trampa.

Con un indio renegado que conocedor de los lugares donde se ocultaba el grupo de apaches, envió un mensaje al jefe Arzate proponiéndole Un tratado de paz que de aceptarse se firmaría en el Presidio de San Carlos.

El mensaje indicaba que si los apaches aceptaban la paz se les darían regalos a los indios y provisiones mensuales para su alimentación.

No tardó mucho tiempo cuando Arzate y su gente llegaron a San Carlos y se les preparó una fiesta la tarde del día de su arribo. Se les invitó barbacoa y mucho, mucho licor.

Al anochecer la mayoría de los indios estaba muy embriagado y se acamparon a dormir junto al presidio. Al amanecer un fuerte contingente de soldados mexicanos rodeó a los apaches y los conminaron a rendirse y no pelear.

Sólo unos cuantos indios lograron tomar sus armas pero de inmediato fueron abatidos por los soldados. Los demás se rindieron y el capitán Ortiz logró capturar prácticamente sin lucha a 63 guerreros y 150 mujeres y niños.

Todos fueron trasladados al Presidio del Norte en donde se determinó que Arzate fuera ejecutado y el resto de su grupo se mandara a la ciudad de México para ser dispersados y vendidos como esclavos.

Algunas crónicas señalan que Arzate murió prácticamente al mismo tiempo que Victorio en tanto otros datos indican que fue ejecutado hacia 1882 en Presidio del Norte, ignorándose si allí mismo está sepultado.

Quienes viven en el parque nacional del Big Bend en la frontera de Coahuila y Texas o bien que lo han visitado, se dan cuenta de que por allá el nombre y la historia de Arzate no es tan desconocida.

En ese parque existen lugares con su nombre como el Charco de Alsate, la Formación de Alsate, la cara de Alsate y Luces del Espíritu de Alsate, entre otras cosas que mantiene viva la leyenda de este otro jefe mestizo de los temibles apaches.
Miguel Múzquiz padre de Arzate vivió hasta los ochenta años y dado a que los indios no eran afectos a la monogamia, se estima que el cautivo de Santa Rosa dejó una vasta descendencia aunque después de su captura y muerte nadie se adjudicó parentesco con este guerrero.

 
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