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Diciembre 2011
Edición No. 274
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toreroEl torero Bernardo Gaviño

Alberto Santos Flores.

La afición a los toros de Bernardo Gaviño tiene como causa el parentesco con el torero Juan León de quien recibió las primeras lecciones sobre la lidia de toros bravos y que a la vez fue maestro de Francisco Arjona Herrera, “Cúchares”.

En 1829, Bernardo emigró a tierras americanas tal vez para buscar fortuna o huyendo de alguna aventura amorosa. Estuvo en Montevideo, Uruguay, después se fue a Cuba donde ya era conocido como torero, luego se traslada a México donde se radica. Según el historiador taurino José Coello, en el semanario mexicano, el arte de la lidia encontró un dato en donde ubica al diestro en nuestro país en año de 1829. Desde ese momento y hasta 1886 año de su muerte, Bernardo se convierte en un personaje clave para el desarrollo de la tauromaquia nacional.

Su estancia en México dejó una huella profunda, enseñando la técnica de los grandes maestros de la escuela de Sevilla. En aquella época el modo de torear que en México se practicaba era muy diferente al que traía el coleta español; el conocimiento de las condiciones de los toros, los terrenos de la lidia, el repertorio de suertes y la manera de vestir tuvieron en este torero un gran trasmisor.

En nuestro país había toreadores enseñados por españoles que vinieron de la península como Tomás Venegas “El Gachupin Toreador”. Vale la pena mencionar que el estilo de torear se encontraba estacionado, sufriendo el retraso de muchos años ya que el sentimiento de odio que tenían a todo lo hispano, el odio secular a los gachupines les segaba al extremo de creer que el emporio de la tauromaquia estaba aquí. Aquellos toreros ridículos en vestir y toscos en la manera de torear poseían una indiscutible valentía.

Pero Gaviño alternó el toreo serio con las mojigangas e impone su toreo moderno repleto de un bagaje técnico heredado de los grandes maestros de la tauromaquia, y se convierte en el introductor de la gran reforma de la fiesta en México haciendo el toreo de una forma nueva sin abandonar las viejas formas del toreo autóctono, conservándolo y a la vez practicándolo.

Pronto alcanzó gran popularidad llegando a identificarse con el pueblo mexicano y ganando cuantiosas fortunas por sus actuaciones y por ser empresa de muchas plazas. Llega a ser director de lidia indiscutible y maestro de los toreros mexicanos (Ponciano Díaz el más distinguido. precursor de nuestra independencia taurina) que le dio forma a la lidia a pie en México. Señalando el camino de lo que ahora es el toreo.

Por lo que Gaviño impuso y lo que a él le impuso a nuestro medio, nació el mestizaje del toreo mexicano que evolucionó hasta adquirir un tipo perfectamente definido, con sello y personalidad muy propios. Abriendo una época nueva para el toreo en México.

Hombre valiente por idiosincrasia y profesión, Gaviño contrató a otros toreros de corazón bien puesto y juntos se dirigieron hacia Chihuahua. En Durango esperaron a que se formara un largo convoy de comerciantes que iba para Chihuahua y una vez que éste se alistó continuaron su ruta rumbo al norte .

Llevaban varios días de camino, hasta que una mañana una gran polvareda les presagiaba la llegada de una partida de indios comanches, poco tiempo tuvieron los viajeros para preparar su defensa ya que los salvajes pronto los redearon. Bernardo Gaviño se batía como un león, disparando su arma y combatiendo cuerpo a cuerpo contra aquellos indómitos de rostros pintados. Herido y casi desfalleciente seguía peleando. De las 64 personas que formaban el convoy todas quedaron heridas o muertas y sólo Gaviño y dos compañeros continuaron luchando, hasta que les llegó el auxilio de la Hacienda de la Zarca y los comanches emprendieron la huida.

Conducido Gaviño a la hacienda mencionada le hicieron las primeras curaciones, y pocos días después siguió su viaje a la Villa de Allende donde toreo 6 corridas. La hazaña de Gaviño se esparció rápidamente por toda la República, quedando la epopeya perpetuada en unos versos que le dedicaron en una corrida de beneficio en 1852 en la plaza El Paseo Nuevo de la capital.

Gaviño era el mimado de los aristócratas aficionados a los toros. El torero gaditano fue invitado a la residencia de los marqueses Calderón de la Barca, en donde trató a la autora de “Life in México” a la que le causó muy buena impresión, la cual asienta en su obra a pesar de que la dama era de origen escocés educada en Estados Unidos donde contrajo matrimonio con el español Ángel Calderón de la Barca.

Gaviño, guardó fuertes lazos con presidentes como Anastasio Bustamante, José Joaquín Herrera, Mariano Arista, Ignacio Comonfort y Miramón, entre otros. Actuó en múltiples corridas de beneficencia, una de ellas a petición de Margarita Maza de Juárez. Convirtiéndose en la figura central de los festejos organizados para celebrar a su alteza serenísima Antonio López de Santa Ana.

El 10 de septiembre de 1836 se anunció en la plaza de San Pablo en la capital, que el torero gaditano al momento de entrar a matar en lugar de muleta usaría un reloj para que el toro vea la hora en que va a morir.

Influyó en forma determinante en el desarrollo de las ganaderías de Atenco y San-Diego de los Padres, junto al padre de Ponciano Díaz, quien era muy jovencito. Se le apersona a Gaviño y le dice “Quiero ser torero como usted” y de ahí fue mentor de Ponciano y lo invitó a su cuadrilla, hasta que se formó en un torero que sería precursor de nuestra independencia taurina.

Como todo tiene un fin, dice don Artemio de Valle Arizpe: “(…) quebró la casa de comercio donde Bernardo Gaviño tenía depositados todos sus ahorros, y pronto como había hecho demasiados gastos quedó miserable para toda la vida. Pero no vino sola la pobreza, sino que se presentó acompañada de enfermedades y achaques que lo redujeron a un muy triste estado...”.

Muy pobre acepta un contrato para torear en Texcoco en completa decadencia a la edad de 73 años. La lidia del primer toro se llevó sin contratiempos. En tercer lugar sale un toro negro de nombre “chicharrón”, que resultó bravo. Tocaron a matar, y el diestro se dispuso a matar al toro, pero al rematar el pase de revolvió fue cogido por la espalda, suspendido y engatillado, recibiendo una herida en la proximidad del ano, en el hueco isquio rectal.

Por la gravedad de la herida, la infección sobrevino 48 horas después de la cornada. Y el viejo torero, por la fiebre deliraba asuntos de tauromaquia, recuerdos de sus campañas y percances sufridos. Fue trasladado a la ciudad de México, donde residía, y murió el 11 de febrero de 1886. Así fue el final de este singular patriarca del toreo moderno.

Bibliografía: José de J. Núñez y Domínguez, Juan Pellicer Cámara, Ignacio Solares-Jaime Rojas Palacios, José Coello, Roque Solares Tacubac (Carlos Cuesta Baquero)

 
asantosr38@hotmail.com
 
 
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

     
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