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Enero 15, 2011
ENERO 2011, No. 262

Conspiración

Eloy Dewey Castilla.
He aprendido que un juego consta de libertades, barreras y propósitos y que uno elige participar o no en alguno de ellos.

Viene a mi memoria uno de mis juegos preferidos: el basquetbol, con el que estuve muy familiarizado y tuve la fortuna de ser integrante de un equipo que llegó a ser campeón nacional en su categoría.

Aprendí sus barreras, o sea sus reglas, a las que ambos equipos deberíamos respetar para no ser sancionados.

Aprendí que teníamos toda la libertad posible dentro de esas reglas: diseñar estrategias y jugadas para ser mejor que el equipo contrario. Practicar en lo individual y como grupo para estar en excelentes condiciones. Respetarnos y trabajar en equipo.

Aprendí que el objetivo era encestar el mayor número de canastas de tal manera que el marcador fuese superior que el del rival para obtener el triunfo.

Esa gran experiencia se inició cuando escogimos participar en el campeonato nacional y para lo cual habría que empezar por ganar la fase municipal, estatal y regional para tener al final el derecho a ir a su culminación nacional. Así fueron las etapas.
En cualquier juego el árbitro era el juez que imponía las reglas.

El principio básico era que el árbitro fuera imparcial y estuviera muy alerta a cualquier falta que se pudiera cometer por algún jugador.

Igualmente que el anotador llevará fielmente la cuenta de las canastas y las declaradas faltas por el árbitro imputables a algún jugador fueran exactas, así como el conteo del tiempo y los tiempos fuera.

Las protestas se dejaban sentir y se manifestaban airadamente cuando el árbitro abandonaba la imparcialidad contra o a favor de un equipo y a favor o en contra de algún jugador.

Más cuando eran por demás obvias y risibles para los espectadores.
Qué hermoso era ver a los espectadores que iban a corear al equipo, a motivarlo para su triunfo, y en la galería de enfrente la porra contraria hacía lo mismo por su equipo preferido.

Al final: el júbilo y la alegría para el triunfador en medio de la validación al contendiente por su esfuerzo y reto que representó.
Eran verdaderos partidos de caballeros, donde triunfaba el mejor.

El “arbitro vendido” era el que podía echar a perder la fiesta o las abrumantes y mal educadas porras que no toleraban una derrota de su equipo.

Quien gobierna debe ser imparcial y plural para dar certeza, transparencia y legalidad a su actuar en todos los órdenes y esferas de su gobierno.

¡Ese sería el mejor de los juegos que se llama democracia!

 
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