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JUNIO 2011
Edición No. 268
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Polvo, calor y lumbre

José Flores Ventura.    

Una vaca moribunda marcaba el inicio de una excursión por un valle del norte de Ramos Arizpe, ésta yacía tendida en la orilla de lo que alguna vez fue un gran charco de agua y que alguna ocasión, hace 10 años, me sirvió de descanso y era habitada por tortugas, pero esta vez estaba seco y polvoriento. Un pequeño becerro no se le despegaba llamándole constantemente, el vínculo maternal no le hacía comprender la cruel situación.

Por el camino la evidencia de una vasta sequedad estaba por doquiera que mirábamos, ningún pasto asomaba más que los secos de la temporada pasada, los nopales lucen chupados en tonos opacos, verdes forzados de los agaves o la gobernadora entristecen el paisaje hasta lo lejos, no atinábamos a acordarnos de similar acontecimiento en 70 años sumados de experiencia en el campo. A pesar de ello nos fue grato observar diversos animales, sobre todo reptiles como a una joven tortuga (Gopherus berlandieri) que paseaba entre el polvo del suelo aunque también vimos algunos caparazones vacíos. Una única flor de lila dominaba el horizonte en kilómetros a la redonda, se mecía con la brisa matinal mientras una mariposa visitaba sus cónicos pétalos una y otra vez. Varias aves fueron vistas también, entre las que destaca el águila cola roja (Buteo swainsoni), halcones, gorriones pálidos y la silenciosa tapa caminos que anidan al ras del suelo, soportando altas temperaturas.

Paradójicamente las evidencias fósiles que íbamos divisando indicaba que algunos frutos se habían conservado magníficamente disecados antes de la fosilización definitiva dada la forma adquirida como pasas y con las semillas expuestas; también las extintas lagunas del Cretácico cuyos oleajes quedaron marcados y junto a ellos las pisadas de animales indican evidencia de pasadas sequías. Paso a paso y a través del día la temperatura fue incrementándose hasta los 42ºc crucero a los 45ºc en el suelo, haciendo insoportable el caminar, a lo lejos bocanadas de aire caliente y polvorientos remolinos hacían que las sierras en el horizonte parecieran elevarse por los cielos de azul grisáceo y lagunas fantasmagóricas aparecieran en los llanos de aluvión del valle, todos ellos efectos del espejismo prolongado en la lejanía.

De regreso al punto de partida me conduelo de la vaca moribunda y le doy de beber del agua embotellada que había guardado para ella la cual bebió muy poco, pero aliviada momentáneamente traté de darle un último consuelo antes morir. Más allá otras vacas se apiñan en las escasas sombras de los mezquites y correrán la misma suerte si en los próximos días no llueve. De vuelta en la carretera le dimos un “aventón” a una familia de féminas del ejido Santa Cruz, entre las charlas hacia Saltillo resaltaban las electorales y las climáticas sobresalían, la sequía prolongada, que al igual que nosotros no había memoria para acordarnos de una parecida. Para cambiar del tema triste la señora mayor hace referencia a la leyenda rural más oída por nosotros por doquiera que vayamos de que en varias ocasiones en los cerros de su localidad ha visto lumbre en señal de que ahí hay dinero enterrado, pensé en mis muy adentros: “señora, es la sierra que se está quemando”.

                       
                             
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