publicación Online Marzo 11, 2011
 
 
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Edicion No. 264 , MARZO 2011
 
   

Vestidos ajenos


Arcelia Ayup Silveti.

Una de las ventanas de la casa donde vivo ofrece vista al jardín trasero. Tiene un par de bugambulias altas y arriba de la barda una hermosa enredadera, hogar de muchos pájaros que inician temprano a cantar y a gozar de la sombra. También hay arbustos con unas flores coloridas que alegran. Me agrada, pero en realidad no soy afecta a esta vegetación ni a un jardín sediento, el cual dicho sea de paso por conciencia ecológica no se riega tanto. Es difícil mantenerlo en buen estado con poca agua, una joven con visitas múltiples, dos perros y un topo.

En la banqueta se halla un gran ficus. He notado desde hace un par de meses que capta mayor población de chanates y desde entonces se ha convertido en su casa. Por las mañanas torreonenses en la confluencia de bulevar Constitución y calle José González Calderón se observan cientos de pájaros en vuelo fractálico, muchas aves descansan en un árbol opaco sin una sola hoja, en el cual las aves se arremolinan para descansar. En el aire forman asombrosos patrones que dejan ver siluetas de autosemejanza. La coordinación de su vuelo es un misterio. Aunque la teoría más reconocida afirma que en su comportamiento emergente no hay líder, sólo una constante reacción casi inmediata de cada individuo, sensibilizado interactivamente con su vecino, como una adicción coreográfica. No es casualidad que nuestros sabios ancestros estudiaran en el revoloteo de aves un lenguaje sagrado o de adivinación celeste. Lo cierto es que forman parvadas como medio para protegerse de los depredadores.

Pregunté a un par de especialistas en el tema. El primero me comentó que se debe principalmente a que muchos laguneros han talado sus árboles y las aves al carecer de cobijo se diseminan por la ciudad, en busca de otros abrigos. El segundo afirmó que el causante es el cambio climatológico, porque no están adaptados para subsistir en temperaturas tan bajas. Ambos razonamientos me parecieron convincentes.

En lo personal, me inclino más por la flora nativa de nuestro semidesierto, es una caja llena de sorpresas, son maravillosas, de una belleza discreta, no demandan mucha atención ni es necesario ponerles demasiada agua. A cambio, nos regalan una explosión de colores, contrastantes con el verde opaco de las cactáceas. En Arizona y Wisconsin por ejemplo, algunas universidades tienen especialidades de paisajismo exclusivamente para vegetación desértica. He visto lindos jardines creados por esas escuelas, no le piden nada a los de las colonias más exclusivas de Torreón. El Club Montebello es un buen ejemplo de manejo del conjunto de cactus y otros especímenes del desierto chihuahuense.

Debido a las temperaturas tan bajas suscitadas recientemente en Torreón la mayoría de la flora se secó, en especial la nativa de otras ciudades con climas diferentes al nuestro. He observado desde lo alto de edificios la gran cantidad de árboles secos, son cuadras enteras. Dar un paseo en la mayoría de la ciudad es atestiguar el empecinamiento de sus habitantes en plantas foráneas en lugar de respetar la vocación de nuestra tierra. Se observan árboles y plantas quemadas literalmente por el frío. Solamente ha sobrevivido lo que pertenece a nuestro semidesierto.

Es importante observar con más detalle el escenario geográfico y climatológico en el cual vivimos. Con un déficit cada vez más severo de agua, con mayores niveles de contaminación de hidroarsenicismo superiores al máximo tolerado por el organismo humano, con el clima extremoso característico del desierto, con una tierra árida y un sol quemador. ¿Cómo queremos seguirle robando agua al subsuelo que cada vez se obtiene de mayor profundidad?

Observé los mezquites afuera de la calle Mayrán y Claveles; y los huizaches por la calle Acacias, cerca de la calle Central de Torreón Jardín, el frío no les hizo ni cosquillas. En el Bosque Venustiano Carranza, la mayoría permanece en buen estado, porque fue diseñado con vegetación nuestra. Los álamos, huizaches, mezquites, casuarinas, cipreses, algarrobos, acacias retinoides, anacahuitas, eucaliptos, fresnos, álamos, truenos, anacuas, lilas, pinos, pirules, laureles mexicanos, pinabetes, palmas yucas, washingtonianas y datileras, y están poderosas, verdes, airosas. Agrego al bondadoso nogal, que sólo nos pide agua la mitad del año, duerme la otra mitad y además nos regala de maravillosas nueces ¿Qué más podemos pedir?

Recordemos que los pinabetes fueron plantados por los españoles como cortinas rompe vientos. Estos árboles son muy nobles, reforestan su entorno, dan una gran sombra, mejoran el oxigeno, es casa para muchos pájaros y a cambio no nos pide nada. Nunca he visto un pinabete con cajete ni que alguien le preste atención. El 12 de diciembre de 1997 vivimos “la helada negra” porque se quemó gran parte de la vegetación de varios estados del norte del país. La naturaleza nos vuelve a enviar otro mensaje: no disfracemos a la tierra con vestidos ajenos, aprendamos a rescatar y a querer lo nuestro, reforestemos con nuestra flora.

www.arceliaayup.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

     
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