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MAYO 2011
Edición No. 267
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Sábato, devorador de paradigmas

Arcelia Ayup Silveti.

¿Es posible tener una racionalidad extrema y buscar el regreso a nuestras raíces? ¿Cómo explicar una mente tan brillante y una vida plena inmersa en una profunda tristeza? ¿Se puede pensar en un hombre doctorado en física capaz de tener la mayor sensibilidad humana? Sólo Ernesto Sábato podía contar con todo lo anterior y mucho más. Sin duda un personaje único, combativo, polémico, quien arrastró a lo largo de su vida ser depresivo y argentino. Debido a una crisis existencial este escritor renunció a la ciencia para dedicarse de lleno al campo de las letras. Luchó muchos años para evitar ser encasillado en una tendencia literaria, afirmaba: “Tengo con la literatura la misma relación que puede tener un guerrillero con el ejército regular”.

Mi admirado escritor es considerado uno de los grandes de la literatura latinoamericana no sólo por sus obras literarias, sino también por su amplia obra ensayística sobre la condición humana. En 1948 escribe uno de los pocos libros que he leído más de una vez: El túnel. Sólo él pudiera iniciar su novela diciendo quién es el asesino: “Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona.” Esta aguda novela psicológica es irónica, tormentosa y pesimista, elementos que marcan su obra posterior, lo que le brindó un inmediato reconocimiento más allá de Argentina. El túnel atrapa, cautiva y descalabra. Es difícil parar de leer, ha sido traducida a más de diez idiomas y hay cientos de textos de estudio sobre esta maravillosa obra.

Otro de sus mayores logros para mi punto de vista es La Resistencia, un llamado urgente a recapacitar en el exacerbado individualismo, pobreza existencial, incomunicación, reverencias a los grandes tlatoanis que son la televisión, el internet y el culto a sí mismo. Sábato grita por recuperar los diálogos en los cafés, exigir en los restaurantes que apaguen las televisiones, que bajen el volumen de la música. Se refiere a los nuevos ídolos construidos al vapor: “No se pueden llevar a la televisión a sujetos que han contribuido a la miseria de sus semejantes y tratarlos como señores delante de los niños. ¡Ésta es una gran obscenidad!”. En mi familia paterna había una sola televisión, veíamos en familia programas de otras familias integradas, eran diversiones sanas, y fomentaban también los valores.

Recurro con frecuencia a La Resistencia porque es una sacudida para repensar que estamos perdiendo la brújula hacia los valores que nos inculcaron nuestros padres y los que vamos dilapidando con nuestros hijos. En mi niñez en Matamoros, Coahuila, mi padre siempre hablaba del valor de la palabra, no se necesitaba más para que otros supieran que cumplirías lo acordado. Sábato escribió: “La vida de los hombres se centraba en valores espirituales hoy casi en desuso, como la dignidad, el desinterés, el estoicismo del ser humano frente a la adversidad. Estos grandes valores, como la honestidad, el honor, el gusto por las cosas bien hechas, el respeto por los demás, no eran algo excepcional, se los hallaba en la mayoría de las personas.” Solamente el multipremiado escritor pudiera hacer un extraordinario regalo: presentar gratuitamente La Resistencia vía internet antes de su edición impresa.

Poseía una sensibilidad suprema que lo llevaba a sentirse aplastado durante horas, en un rincón oscuro de su taller, después de leer una noticia en la sección policial. Su vida y su obra no se comprenden sin su faceta de luchador por los derechos humanos y su compromiso contra la dictadura militar que gobernó Argentina entre 1976 y 1983. Sábato se espantó al conocer los continuos asesinatos y abusos contra los derechos humanos que protagonizaba la dictadura. La periodista Magdalena Ruiz Guiñazú escribió: “Sábato firmó todas las peticiones que pudo reclamando la aparición con vida de quienes habían sido secuestrados”. Al terminar la dictadura, Ernesto Sabato recibió el encargo del primer presidente democrático, Raúl Alfonsín, de encabezar la recién creada Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas.

Sobre héroes y tumbas (1961) fue su segunda novela y la última Abaddón, el Exterminador (1974). Escribió numerosos ensayos, entre ellos Uno y el universo (1945) centrado en la crítica de la deshumanización de la sociedad tecnológica y El escritor y sus fantasmas (1963). Son cientos de textos de análisis sobre la obra de Ernesto Sábato. Entre sus galardones más destacados están el Premio Cervantes, segundo autor argentino en ganarlo después de Borges. Premio de Consagración Nacional de la Argentina; Abaddón, el Exterminador fue la Mejor Novela Extranjera en París; Italia le condecoró con el premio Medici; España le otorgó La Gran Cruz al mérito civil. En 1983 a modo de epitafio, aseveró: “Soy un simple escritor que ha vivido atormentado por los problemas de su tiempo, en particular por los de su nación. No tengo otro título.” Algunos líderes de opinión creen que le otorgarán el Nobel de literatura, aunque para él era más importante ser leído que condecorado.

El último clásico de las letras argentinas tenía 99 años y padecía una bronquitis que no pudo superar. Sus allegados dicen que consolaba su dolor físico y del alma escuchando música mientras pintaba. Su poca visión lo obligó a tomar la pintura como amante. El pasado 30 de abril hizo su última reverencia a las pequeñas cosas valiosas que debemos rescatar. Pidió ser cremado y regar sus cenizas en su jardín. La última voluntad de este devorador de paradigmas no fue respetada.

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