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MAYO 2011
Edición No. 267
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Cañón Verde

Rufino Rodríguez Garza.

Aunque parezca risible, existe en la sierra Pinta uno que se llama Cañón Verde, no sólo eso, también una pequeña serranía de ese mismo nombre: Sierra Verde. Lo risible es que lo menos que hay son plantas de ese color. Fuera de algunos mezquites, oscuras gobernadoras, chaparros prietos y los cactus propios de estas latitudes, el color que más sobresale es el gris o el rojizo de las piedras que bordean esta cañada.

En estas sierras apartadas de las comunidades ejidales, se localiza una majada en un sitio que hace más de 60 años fue parcialmente habitada. Aquí como antes, se colecta candelilla y lechuguilla y se pastorea ganado caprino. La “nueva” majada cuenta con un modesto corral hecho de tarimas, un inacabado tejabán y la manguera acerca el agua desde unos 200 metros, desde un antiguo aguaje conocido como Chupadero. Este manantial le da nombre a un valle que pertenece a los ejidos Pelillal y Esperanzas: Valle de Chupadero.

Llama la atención que ahora se cuente con una “paila” (recipiente para hervir la candelilla), pero la sorpresa es que gracias al agua, el dueño de la majada tiene un pequeñísimo huerto en producción. Allí se recogen calabacitas cuarenteñas y en un mes más sandías y melones, y creo que “papas”. Las cabras, acompañadas de tres perros se cuidan solas. No siempre se localiza al pastor. El ganado entra y sale solo del corral y algunos animales se quedan fuera, en los alrededores del ranchito. Claro siempre corren el riesgo de que los linces y coyotes les mermen el ganado.

Chupadero fué para los nativos un lugar muy especial. El agua no se agota nunca, pese a que no llueve desde hace siete meses, el agua sigue brotando, suficiente para llenar una pileta y hacer charcos donde abrevan los animales y la gente. No hace muchos años, desde aquí se llevaba el agua. Se entubó hasta el ejido, pero la irresponsabilidad y el poco cuidado acabaron con esa posibilidad.

Aquí los indios, por generaciones, recurrieron a este sitio por el agua y los mezquites, las tunas y las pitahayas. Se observan tres morteros fijos en los que se molían frutos y semillas. En los alrededores del aguaje se pueden ver pinturas en rojo y muchos petrograbados.

En las pinturas observamos motivos abstractos, en un estilo que los norteamericanos denominan “lineal rojo”. En cuanto a los grabados, éstos son muy del estilo Pelillal, donde abundan las astas de venado cola blanca y sólo una de venado bura. Otro motivo recurrente en estos lugares es el de las herramientas, pues se observan cuchillos, lanzas, navajas enmangadas y puntas de proyectil. Entre los grabados se cuentan los “hongos” que son representaciónes de hondas, símbolos de territorialidad, algunos atlatls y cuentas a base de puntos. Otros motivos son representaciones solares y astronómicas. En el llano y al pie del monte hay cantidad de fogones y/o chimeneas, donde los nativos preparaban sus alimentos.

En un cañón paralelo al de Chupaderos, hacia el lado poniente se localiza el Cañón Verde. A partir del llano se camina medio kilometro y encontramos un sitio singular por el tipo de pinturas y la calidad de los motivos plasmados en las paredes del refugio. Lo hace especial el hecho de que juntos están un lugar de ritos y un abrigo que sirvió de habitación. A éste último se le agregó una barda de piedras debidamente acomodadas que los protegía de las inclemencias del tiempo, y también contra los ataques de otros grupos tribales. Este abrigo rocoso, con el correr de los años, fue utilizado como majada y aún se observan restos de trastos de barro y basura de los modernos vaqueros y pastores. Al lado oriente del mismo paraje, en donde los chamanes, jefes u hombres de medicina practicaron ritos propiciatorios pidiendo salud, lluvia y suerte en la cacería, está adornado con pinturas en su mayoría abstractas, donde resalta el color rojo y tonos del mismo color, amarillo, blanco, negro y naranja.

Una de las características o estilo, son algunas cuentas o cómputos a base de finos puntos que no los hay en otros sitios de Coahuila. Quizá se trate de cuentas del paso de la luna o el período de gestación de los venados. Las representaciónes solares son de pequeños círculos rellenos y con diferentes cantidades de rayos, también de dimenciónes modestas. Hay triángulos alineados y lo que nosotros (Ariel Colín,Ventura, Miguel A. Reyna y yo) llamamos el primer sarape del norte de México. Se trata de un rectángulo angosto pero largo con divisiones y con puntas en los dos extremos.

Este refugio visto desde abajo o de las lomas aledañas da la impresión de casas hechas en abrigos rocosos como las de Chihuahua o Durango. El techo de la parte habitacional está fuertemente impregnado de hollín de las antiguas hogueras. En general el vandalismo es en este momento mínimo, sólo algunas rayaduras en donde está el “sarape”. Quizá ayude que el sitio está fuera de los caminos y veredas. Por último diremos que este bello lugar tiene nombre: “Cueva de la Filomena”.

             
                             
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