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Edición No. 266 , MAYO 2011
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Saqueo y destrucción.
Silencio cómplice

José Luis Carrillo Hernández.

¿Qué pasa con el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) que permite que el patrimonio histórico y cultural de Coahuila sea arrasado por manos ignorantes, propietarios avariciosos y saqueadores locales que disfrazados de arqueólogos aficionados y de común acuerdo con traficantes de piezas arqueológica y paleontológicas surten un mercado negro que produce jugosas ganancias?

En la localidad se ha denunciado a personajes que tienen que ver con este saqueo, desgraciadamente la corrupción y la inoperatividad de las autoridades y del INAH, que convertido en refugio de burócratas cómplices y flojos, con el pretexto de que no hay suficientes recursos ni personal siguen agazapados en las nóminas, cobrando por estar chateando en la red como lo hacen hoy en día la mayoría de burócratas de los tres niveles de gobierno, mientras los saqueadores y sus cómplices locales se pasean libremente por el desierto coahuilense, explorando, saqueando y destruyendo nuestros sitios arqueológicos, que aunque no tienen pirámides como las construidas por las culturas sedentarias de Mesoamérica y Centroamérica, tienen una iconografía y símbolos ligados al pensamiento y modus vivendi de sus habitantes nómadas.

Tal es el caso de El Pelillal, sitio arqueológico situado en los rumbos de Paredón, Coahuila. Lugar rico en petrograbados, textos que los ancestros dejaron grabados en piedra, narrando aspectos de su vida y pensamiento, que poco o nada ocupó el interés de los cronistas españoles de su tiempo y que actualmente conocemos sólo algunos aspectos de ellos, gracias a historiadores o investigadores locales que se han dedicado a recopilar datos que nos permitan tener una idea más cercana de quiénes fueron esos habitantes del desierto llamados genéricamente chichimecas.

Este lugar, cuya serranía forma una represa natural de poca altura, fue en el pasado un lugar muy preciado por los ancestros, pues en las piedras que forman las cortinas de la represa se encuentran una gran cantidad de símbolos grabados por los que habitaron en el pasado. Entre los motivos ahí encontrados se encuentran venados, manos, pies, cuchillos, peyotes, entre otra gran cantidad de grabados de formas geométricas, unos no reconocibles y otros claramente reconocibles y con una clara significación, pues guardan una extraordinaria simetría con los símbolos de la religión teotihuacana o de la herencia maya-olmeca.

Entre esos símbolos estaban tres que son fundamentales en la relación que existe con las culturas de Mesoamérica y Centroamérica: el primero de ellos es una planta de maíz cuya base es el árbol de la vida en la cultura teotihuacana, significando que el producto que emana de su centro viene de la madre patria llamada tamoanchan (el paraíso, lugar mítico donde habita la pareja divina, el origen). Este petrograbado es de los poquísimos que sobre el maíz existen en nuestra región, y el que también prueba como estos grupos practicaban la agricultura temporalmente según el medio lo permitiera.

El segundo de los grabados que resaltan por sus características únicas, es un formato de mascarón antropomorfo de dos grandes orificios pareciendo un Tláloc o un Chac (foto) Dios de la lluvia, el mismo es pequeño y realizado en una gran roca, difícil de cargar, difícil de mover, difícil de robar. El tercer grabado es una gran cruz foliada de esas que los arqueólogos llaman “de Quetzalcóatl” de cuatro pétalos, señalando las cuatro direcciones y emanando de cada esquina un par de volutas, un símbolo presente en todas las culturas y pueblos mesoamericanos y centroamericanos, símbolo asociado también a las cuatro edades de la tierra y su centro que es el quinto sol, es decir la era actual, símbolo que resume la cosmovisión de los ancestros y confirma la unidad religiosa que existía entre los grupos chichimecas y los grupos sedentarios del sur.

Esta gran laja que discretamente fue tallada en lo alto de un conjunto de piedras que le permitían hacer sombra y cubrirse del deterioro que ejerce el medio ambiente, este valioso testimonio de nuestra cultura fue criminalmente substraído de su lugar, ya no existe! Ahora seguramente forma parte de una colección privada de alguien que la pago en dólares o euros. Pero no sólo se robaron este monolito, el lugar presenta una gran cantidad de grietas que anteriormente estaban rellenas de piedras y que en al antigüedad eran utilizadas por estos grupos como tumbas para depositar los envoltorios mortuorios. Los ladrones seguramente destaparon estas grietas con el ánimo de encontrar dichos envoltorios, ya que para los coleccionistas y museos del extranjero son piezas de altísimo valor.

El crimen ya se cometió, y el INAH no aparece, nadie lo denuncia, los altruistas aficionados arqueólogos locales que siguen desatados recorriendo estos lugares extrañamente callan. Mucho silencio cómplice en este saqueo y destrucción de nuestro patrimonio cultural, pero qué se puede esperar del INAH cuando son las instituciones fiel reflejo de sus directivos y sus intereses, el poder es negocio, son ganancia$.

Por otro lado, ¿Qué estamos haciendo nosotros como coahuilenses, como estado y municipio para defender, rescatar y preservar nuestro patrimonio cultural, esos símbolos que nos dan identidad, que nos ligan a esta tierra y a nuestros abuelos?

¿Estaremos perdiendo oportunidades al no entender ni valorar la herencia que los valientes e indomables habitantes de estas tierras nos legaron?

¿Acaso estos lugares no pueden ser protegidos y aprovechados para la investigación y la divulgación como sitios de interés histórico, cultural y turístico?

La respuesta la tienen las autoridades...

 
                         
                             
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