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Enero 2011
Edición No. 275
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ponciano diazPonciano Díaz Salinas, el torero con bigote

Alberto Santos Flores.

En la entrega anterior escribimos que Bernardo Gaviño deja una huella profunda en las prácticas taurinas de esa época, ya que el modo de torear en México era muy diferente al que se practicaba en España. Pero de lo que Gaviño impuso y lo que a él le impuso nuestro medio y nuestras costumbres taurómacas, nació el mestizaje del toreo mexicano, que evolucionó hasta adquirir un tipo definido, con sello y personalidad propia, abriendo una época nueva para el toreo de México, cuyo depositario es Ponciano Díaz Salinas el precursor de nuestra independencia taurina.

Ponciano nace en la hacienda de Atenco el 19 de noviembre de 1856. Fue hijo del caporal de la ganadería don Guadalupe Díaz y de María de Jesús Salinas, el haberse criado entre toros bravos fue el principio para que más adelante no les temiera. De niño lo llevaba su padre a los herraderos del ganado, donde se acostumbraba torear con la manga o cobija algún novillo.

Ponciano, recibió su educación primaria en la propia hacienda y en la edad de la pubertad se ejercita en todos los trabajos de ganado bovino y en las diferentes maniobras que se ejecutaban en el campo con los animales bravos, de manera que a la edad de 15 años ya era un completo caporal y torero de primera.

En una novillada que se verificó con motivo del cumpleaños del dueño de la finca, fue cuando se vistió Ponciano por primera vez con un traje antiguo de los andaluces; lo bien plantado del joven, su enorme simpatía y gran personalidad, impactaron a la concurrencia que se desbordó en demostraciones de afecto, y recibía aplausos en todas las suertes que ejecutaba, tan emocionado estaba que desde ese día decidió hacerse torero de profesión.

En la propia ganadería se le apersona a Bernardo Gaviño y le dice “quiero ser torero... como usted”, y éste se vuelve su mentor y lo invita a su cuadrilla. A los 19 años se viste de luces para presentarse como novillero en Santiago Tianguistengo lidiando reses de Atenco, la ganadería más antigua de México, fundada en 1528, siete años después de la conquista.

Esta valiente determinación, precoz en su época, supuso al novillero de Atenco un agrio enfrentamiento con sus compañeros de profesión, que veían con malos ojos la irrupción de jóvenes mal preparados. Sin embargo Ponciano Díaz constituía una excepción dentro de los noveles toreros, y pronto pudo acreditar méritos más que sobrados para pertenecer por derecho propio, al escalafón superior del oficio.

A partir de entonces, Ponciano se desenvuelve como todo un gran ídolo. “Cuando ya galopaba seguro de sí mismo por cuanta plaza, por cuanto pueblo y ciudad pudo pasar, la multitud se le rendía incondicionalmente, hasta el punto de la glorificación” (José Coello Ugalde). El público no solamente lo veía como una figura taurina, sino como una identidad nacional, casi un símbolo patrio.

Para que tengan una idea de la extraordinaria popularidad de Ponciano Díaz, narro la siguiente anécdota: En los días de mayor auge del lidiador aborigen, el sabio Doctor don Porfirio Parra (gran humanista mexicano nacido en Chihuahua), decía al poeta Luis G. Urbina. (Entonces bisoño pretendiente de Calíope con sus “versos”. libro prologado por don Justo Sierra.):
-Convéncete, hay en México dos Porfirios extraordinarios: el presidente y yo. Al presidente le hacen más caso que a mí es natural. Pero tengo mi desquite. Y también hay dos estupendos Díaz y nuestro pueblo aplaude y admira más a Ponciano que a don Porfirio.

Narra el Historiador Heriberto Lanfranchi, que Ponciano fue el primer torero mexicano que actuó en Estados Unidos en unas corridas simuladas en Nueva Orleáns en 1885, produciendo gran admiración tanto por los lances a pie como conduciendo sus caballos. Hizo campañas en las plazas de Durango, Puebla, Chihuahua, Zacatecas Jalisco, dentro de su repertorio de suertes clavar banderillas a caballo, matar de rodillas, gran ejecutor de la suerte de matar a la mexicana (metisaca) en 1885 comenzó a herir al estilo español al volapié y arrancando.

Inauguró el coso de San Rafael el 20 de febrero de 1887, época en la que se incrementaba notablemente la fiesta en el país llegando a funcionar hasta tres plazas en la ciudad de México: la misma san Rafael, la de Colón y la del Paseo. En enero siguiente nació la de Bucareli, propiedad del mismo Ponciano. Según Carlos León, las plazas que existían en esa época daban un aforo total de 40,000 localidades para una población que era entonces de 340,000 habitantes, lo cual demuestra que jamás hubo una población más taurina.

Ese mismo año de 1887 viene a México el torero español Luis Mazzantini, quien debuta en la capital el 14 de marzo, cuya presentación fue un fracaso y produce una bronca fenomenal que acrecienta el nacionalismo de los aficionados a los toros, por la competencia que venía de ultramar. Decían que era tanta la popularidad de Ponciano Díaz que su autentica biografía estaba en los corridos populares:

Yo no quiero a Mazzantini
Ni tampoco a cuatro dedos
Al que quiero es a Ponciano
Que es padre de los toreros.

Ya que falta narrar los trazos más interesantes y epopeyicos de la vida Ponciano Díaz. Esta Historia continuara.

En la espuerta: falleció el pasado 10 de diciembre el fotógrafo Armando Rosales Gámez, “El Saltillense”. Torero, promotor de la fiesta brava y de la ciudad de saltillo, que a través de su lente nos hereda la historia taurina de México de los últimos treinta años, creando un concepto gráfico único de la fiesta de los toros, una gran pérdida para la sociedad y para el arte, desde aquí un sentido pésame a su esposa, hijos, hermanos y sus padres que aún le sobreviven.

 
asantosr38@hotmail.com
 
 
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

     
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