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Febrero 2011
Edición No. 276
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Historias de tesoros y bandidos

Rubén Dávila Farías

Si alguna región del noreste de México está llena de historias de tesoros enterrados y de bandidos, esa es la Sierra Madre Oriental, desde Santiago, Nuevo León y municipios aledaños, hasta Arteaga y Saltillo.

Las montañas, aparte de sus bellezas, tienen también innumerables escondites en donde se ocultaron en diversas épocas, grandes cantidades de dinero, la mayor parte producto de robos y asaltos y el resto para ocultarlo de revolucionarios, no sólo los de 1910 sino los que operaban desde la época colonial.

Recordemos que los hombres que vinieron a fundar las poblaciones del noreste de México eran generalmente aventureros, soldados de fortuna, perseguidos de la inquisición y judíos sefarditas que encontraron en las lejanas y desoladas tierras norteñas más libertad para realizar sus ceremonias. Con ellos arribaron también las tortillas de harina y el cabrito al pastor

Sin embargo todos llegaron con una finalidad, hacerse de tierras y dinero y muchos lo lograron y se crearon grandes latifundios, los más grandes del mundo, como el de la familia Sánchez Navarro y el marquesado de Aguayo, iniciado por Francisco de Urdiñola que no fue Marqués pero si pacificador de indios y logró amasar una considerable fortuna que mereció que a una de sus bisnietas, María Alceaga y Urdiñola, se le diera el primer título del marquesado.

Cuando ciudades como Saltillo, Monterrey y otras empezaron a progresar y a establecerse ranchos y haciendas, hubo necesidad de incrementar el comercio o la llegada de mercancías que, desde luego, se hacían a través de veredas y caminos de la sierra.

De puertos del Golfo de México llegaban hasta la comarca diversos productos de ultramar; el piloncillo que se consumía en la región era traído desde Jaumave, Tamaulipas, en recuas de mulas que también transportaban el dinero que compraba esos productos.

De las haciendas cercanas a Raíces, Nuevo León, salía la sal para Monterrey y Saltillo y el trigo para los molinos.
La región noreste no es rica en producción de metales como la plata y el oro, pero fue riquísima en la cría de ganado bovino y vacuno que se mandaba a las regiones mineras de Zacatecas, Aguascalientes y San Luis Potosí, y de allá para acá se mandaban cargas con plata y oro.

Los noresteños eran autosuficientes. Prácticamente no tenían más necesidades que comprar algunas mudas de ropa para todo el año pues sus alimentos se producian en casa y sobraba.

Pero junto con la prosperidad llegaron también los amantes de hacer dinero fácil, es decir los bandidos que lo mismo asaltaban pueblos que hasta las goteras de las ciudades más importantes.

Por ello, muchos ganaderos, hacendados, productores de trigo y otras cosas, escondieron sus fortunas en lugares tan seguros que incluso algunas allí se encuentran todavía.

En el asunto de los tesoros de la sierra, me consta del descubrimiento de al menos dos en la sierra y otro en Saltillo en donde al derrumbar una vieja casona  allá por el año de l967, los albañiles dieron con un gran tesoro consistente en doblones de oro. Lamentablemente en vez de distribuirse el dinero entre ellos, se pelearon y quien vino quedándose con el oro fueron algunas autoridades.

Pero regresando a la serranía, hacia el año 1880 apareció por el rumbo de Galeana  un hombre que venía huyendo de los rangers de los Estados Unidos.

Su nombre era Santiago González. Alto, delgado, 1.80 de estatura, pelo castaño, casi rubio con una edad que mediaba entre los 30 y 40 años. Los habitantes de la región lo apodaron de inmediato como “El Gringo” que en poco tiempo se convirtió en el más famoso de los bandidos del noreste mexicano.

La principal actividad de este hombre que formó una nueva gavilla con habitantes de los ranchos de la sierra era la de contrabandista de géneros que pasaba desde la frontera y los trasladaba hasta Zacatecas, Aguascalientes y otras ciudades.

Sus nuevos compañeros le enseñaron en poco tiempo todas las veredas y vericuetos de las montañas que sirvieron tanto para ocultar el contrabando como el dinero producto del mismo.

Sin embargo no desdeñaba los asaltos a haciendas y ranchos, desprendido y generoso con los pobladores de la región, siempre les llevaba un paso adelante a los rurales, a la gendarmería fiscal y a la acordada. Sabía siempre en donde se encontraban sus perseguidores gracias a la información que le brindaban sus amigos.

Marchaba generalmente a la retaguardia de su gavilla que se adelantaba con los contrabandos. En cuanto aparecía un rural le disparaba y siempre daba en el blanco. Numerosos difuntos dejó a lo largo y ancho de las montañas.

Tanto lo llegaron a odiar las autoridades y hacendados que en Monterrey decidieron otorgar una recompensa de mil pesos oro a quien capturara o entregara al delincuente.

Su osadía no tenía límites y llegó a viajar hasta Puebla llevando manadas de mulas que se dice compraba en haciendas y ranchos y otras que “se juntaban” por el camino. Evitaba siempre cruzar las ciudades por temor a ser reconocido y las rodeaba por veredas y caminos.

A su regreso de estos viajes traía las cantinas de su montura llenas de oro que según las leyendas dispersaba por los escondites que tenía dispuestos para ello.

En alguna ocasión fue capturado por la policía de Saltillo que, extrañamente, en lugar de llevarlo a la cárcel, lo alojaron en el Mesón del Huisache, en donde ahora se ubica la Sociedad Manuel Acuña, en pleno centro de la capital coahuilense, supuestamente  para que llegaran por él los policías de Monterrey y llevaran consigo los mil pesos oro que ofrecían como recompensa por la captura de “El Gringo”.

Con ayuda de alguien, “El Gringo” escapó por la noche y fue a parar hasta los llanos de Navidad, Nuevo León, en donde tenía una de sus guaridas en un bosque de cedros y de allí nuevamente para sus lugares preferidos de las montañas de Galeana.

Las actividades delictivas de este hombre duraron apenas seis años pero dejó una serie de leyendas e historias que aún persisten. Esta la Vereda del Gringo, la Cueva del gringo -al parecer son varias- el Puerto del Gringo, etc.

El afamado bandolero tenía mujer y al parecer un hijo en una casa de San Antonio de Las Alazanas y la historia romántica de sus acciones señala que allí fue muerto debido a la traición de uno de sus antiguos compañeros apodado “El Tuerto” que a cambio de su propia libertad denunció a los rurales la ubicación de su ex jefe.

Sin precisar fechas, la leyenda afirma que los rurales y gendarmes llegaron por la noche al jacal donde se escondía “El Gring”, lo rodearon y lo conminaron a la rendición.

El prófugo salió disparando con rifle y pistola tratando de llegar hasta su caballo que mantenía ensillado en las cercanías, mató a varios rurales, entre ellos a un jefe policíaco llamado Antonio Aldaco  pero antes de llegar a su cabalgadura recibió diez y nueve disparos que acabaron con su vida.

La versión oficial de este acontecimiento es muy diferente. Don Jacobo M. Aguirre escribió en la edición del periódico El Coahuilense con fecha del 15 de mayo de 1886 lo siguiente:
                              
Muerte de un bandido

“Santiago González (a) El Gringo famoso bandido y audaz contrabandista que tenía asolados los ranchos de los Distritos del sur de Nuevo León y algunos de este Estado, limítrofes de aquellos, fue muerto en San Antonio de Las Alazanas, jurisdicción de Arteaga de este Distrito, por fuerzas de la gendarmería fiscal y algunos rurales de Galeana. Se nos cuenta que el 4 de mayo asaltó sin éxito la Hacienda de Ciénega y resultó herido en el tiroteo que sostuvo con nuestros amigos los Sres. Manuel y José López y que estaba curándose cuando fue alcanzado el 9 del actual por las fuerzas que hemos indicado. En el combate que se libro para aprehenderlo resultaron muertos: El Gringo que recibió diez y nueve balazos, dos personas que lo acompañaban y un celador de la Gendarmería Fiscal y herido un vecino de Las Alazanas.

Ya las autoridades de Arteaga hacen las averiguaciones respectivas con relación a este suceso y de su resultado informaremos a los lectores de este periódico”.

El cuerpo acribillado de El Gringo -se cuenta- fue atravesado en un burro y trasladado hasta la cabecera municipal de Arteaga para que se diera fe ministerial de su muerte. Alguien compró un  cajón y en él fue colocado el cuerpo que apenas cabía por la altura del difunto.

La última determinación de las autoridades, fue que el bandolero fuera sepultado en la entrada del cementerio de Arteaga, para que todos los que entraran al lugar pasaran sobre sus restos como castigo póstumo por todas las fechorías que cometió, aunque esta versión no ha podido ser confirmada plenamente.

Así concluyó la vida y la historia de este bandido pero quedó su leyenda y sus tesoros que aguardan por allí en algunas partes de la inmensa serranía en espera que algún afortunado los encuentre.

Sin embargo muchos habitantes de Arteaga son intransigentes defensores de El Gringo y de ninguna manera aceptan que se le llame bandido y, por el contrario se habla del famoso personaje como una especie de Robin Hood que ayudaba mucho a la gente.

Existe una novela con tintes románticos sobre la vida y correrías de  Santiago González y apareció allá por los años cincuenta del siglo XX. Lamentablemente prácticamente no existen ejemplares de este libro y quienes poseen alguno, no lo sueltan a nadie. Esta novela fue escrita por un señor de nombre José Lobatón, supuestamente originario de Parras de la Fuente y emparentado de alguna manera con alguno de los hacendados de la sierra y por ello conoció la vida y andares de “El Gringo” Santiago. Lamentablemente no se pudo localizar ningún antecedente de este escritor y si el libro citado fue su único trabajo, aunque al parecer el CONACULTA ya se ha encargado de rescatar esta obra tan interesante para la historia regional.

Aparte de que la obra relata las hazañas de González, nos permite conocer el nombre de montañas, veredas y  de rancherías por donde se movía.

En Lo personal me ha tocado visitar dos de las cuevas que presuntamente eran guarida de El Gringo. Una está por el rumbo de la Hediondilla, Nuevo León y cuando comencé a investigar sobre ésta se le denominaba la Cueva de los Madriles, un periódico regio la ubicaba como la Cueva Lamadrid y finalmente como la Cueva de los Mariles sin que se sepa realmente de donde viene el origen del nombre.

Está en la cima de unas lomas no muy altas y en la entrada  había huesos dispersos que no pudimos saber si eran de humanos o animales. Para bajar a la cueva está un pequeño escalón en donde milagrosamente nos salvamos de al menos tres serpientes de cascabel que espantamos para poder ingresar.

No había nada, solo estalactitas y estalagmitas y ya había sido visitada por otras personas, según los rastros que allí encontramos.

Otra de las cuevas, es mucho más interesante, está por el rumbo del Puerto de Artesillas. Es bastante grande e incluso tenía espacio para varios caballos. Una parte de esta última cueva está tapada y por allí empezamos. Cada golpe de la barra hacía salir chorros de aire lo que nos hacía suponer que íbamos por el rumbo correcto hacia la parte oculta de la caverna, donde se supone que están ocultos algunos tesoros.

Según algunos relatos, parte de esta cueva fue dinamitada para ocultar el acceso a la parte que servía para ocultar hombres y tesoros.

Lamentablemente esta exploración fue en septiembre de l985 y allí, en la sierra nos sorprendió la llegada del huracán Gilberto que nos obligó a refugiarnos durante toda la noche en los vehículos en que nos habíamos trasladado.

Al amanecer todo aquello estaba inundado, incluso la cueva a donde entró gran cantidad de agua por el lado de las caballerizas. No quedó más que recoger las herramientas y retornar a Saltillo lo que tuvimos que hacer por caminos del Cañón de Los Ángeles ya que la carretera 57 había desparecido en el área de Los chorros.

Finalmente llegamos a nuestras casas en donde estaban preocupados por nosotros acordando que luego exploraríamos nuevamente la cueva. Lamentablemente luego la zona donde se ubica pasó a ser una propiedad privada y consecuentemente sin acceso.

Lo único sacado de aquella cueva fue la parte inferior de una mandíbula humana cuyos dientes estaban en perfecto estado lo que indicaba que perteneció a una persona muy joven. Allí mismo enterramos de nuevo esos restos.

De lo que si estoy seguro es que aún quedan muchas  historias por contar y tesoros por encontrar pero la edad y algunos males nos han limitado pero no extinguido y continuaremos hasta donde se pueda.

Posteriormente contaremos las historias de algunos poderosos hacendados que patrocinaban el bandolerismo e incluso ellos mismos eran bandoleros. No se pueden dar nombres porque existen descendientes de los mismos cuya susceptibilidad podría verse afectada al conocer la verdadera historia de sus fortunas y sus antepasados.

 
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