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Febrero 2012
Edición No. 276
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Vestigios rupestres en el sureste coahuilense

Rufino Rodríguez Garza.

Las huellas de nuestros antepasados en el sureste de Coahuila: Saltillso, Parras, Ge- neral Cepeda, Ramos Arizpe y Arteaga, son abundantes y guardan entre sí tantas diferencias en su técnica, estilo y materiales que nos hacen exclamar que lo que estamos descubriendo son retos continuos para desentrañar el pasado y comprenderlo.

Ya adelantados en el siglo XXI seguimos encontrando vestigios de aquellos “gallardos bárbaros del norte” que don Vito Alessio Robles consagró, afianzando su leyenda. Chuzos (puntas de flecha), chimeneas, petrografías y pinturas rupestres, enterra- mientos (por lo regular saqueados), morteros y metates desperdigados en casi todo el territorio, son algunos entre los miles de objetos que pueden localizarse sin demasiado esfuerzo.

Al decir de los cronistas e historiadores, las tribus o las pequeñas bandas fueron numerosas. Los españoles registraron más de mil nombres en todo lo que es el Coahuila actual, lo que nos lleva a conocer que había diferencias entre los indígenas y, además, que ellos mismos se sabían diferentes. Nos percatamos también de que en nuestro actual territorio se hablaban lenguas pertenecientes a tres grandes troncos linguísticos.

Las correrías en busca de alimento y para desarrollar sus rituales religiosos en grandes extensiones territoriales, ayudaron a dispersar muchísimos vestigios que hoy nos producen verdaderos enigmas. Por ejemplo, en algunos cañones del municipio de Ramos Arizpe aparecen miles de petrograbados que obedecen evidentemente a un estilo artístico y técnico, mientras que en cañones aledaños podemos encontrar grabados que difieren de aquellos y, un poco más lejos, dibujos con estilos mezclados de entrambos estilos. Además, existen grabados muy antiguos sobre los cuales se labraron sobrepuestos otros en fechas muy posteriores; entre unos y otros median probablemente siglos y, quizá, en más de un caso, mil o más años, por lo que puede verse, respecto al desgaste natural de la roca, sus quebraduras y las marcas de lluvia, soles e inviernos.

Aquellos antepasados no levantaron grandes monumentos arquitectónicos ni trabajaron metales, tampoco hicieron uso de la cerámica, razón por la que los arqueólogos se ocuparon poco de ellos, si se compara con el interés mostrado en las zonas arqueológicas mesoamericanas que atrajeron la atención de mexicanos y foráneos. Los primeros trabajos realizados en Coahuila, de los cuales existen escritos de consulta, provienen de extranjeros que al final del siglo XIX incursionaron en nuestro territorio y se refieren a cuevas mortuorias de La Laguna. Para mediados del siglo XX, al descubrir la Cueva de la Candelaria en el municipio de San Pedro de las Colonias, el INAH tomó cartas en el asunto y coordinó los primeros estudios serios sobre los cazadores-recolectores del desierto coahuilense.

De los asombrosos resultados de esta investigación, realizada en los años cincuenta del siglo pasado, se derivaron numerosos ensayos y algunos libros que se han convertido en obras fundamentales para el estudio de las culturas nómadas del norte de México. Entre estas obras se encuentran: La cueva de la Candelaria y Los textiles de la cueva de la Candelaria, el primero de la autoría de los arqueólogos Pablo Martínez del Río, Luis Aveleyra Arroyo de Anda, Francisco González Rul y otros especialistas. El segundo, sobre los textiles ahí localizados, pertenece a la señora Irmgard W. Johnson y sabemos, gracias a ella, que la colección de tejidos que se obtuvo es la más importante de México.

Después de este episodio, que resultó aislado, con el paso del tiempo se organizaron exploraciones de aficionados que empezaron a documentar los vestigios materiales descubiertos. Algunos llevaban un diario de campo y un registro gráfico de los grabados, pinturas rupestres y objetos que encontraban de manera abundante y, con frecuencia, se acompañaban de una cámara fotográfica para conservar las imagenes.

El trabajo acumulado demostró que Coahuila ocupa un lugar muy importante en vestigios arqueológicos en nuestra República. De esos estudiosos independientes que pusieron en alto el gran valor de los cazadores-recolectores, vale la pena mencionar al licenciado Federico Elizondo Solís, quien dio aviso al INAH sobre la importancia de la cueva mortuoria de la Canderaria y, en coordinación con el ayuntamiento de Torreón y el gobierno del Estado, impulsaron las exploraciones en el norte del Estado.
Otro personaje que dejó importantes ensayos y libros fue el doctor José de Jesús Dávila Aguirre, cuya obra Chichimécatl. Origen, cultura, lucha y extinción de los gallardos bárbaros del norte es indispen- sable material de consulta.

Contemporáneo de los anteriores es el profesor Carlos Cárdenas Villarreal, quien se ha preocupado por difundir la importancia de nuestro pasado prehispánico en libros y conferencias. En épocas recientes se establece en Torreón la arqueóloga Leticia González, autora de libros y ensayos sobre el tema. El primer museo dedicado a la arqueología y antropología de La Laguna se inaugura en Torreón, donde se exhiben piezas de la región y buena parte de lo rescatado en la Cueva de La Candelaria.

Durante el gobierno de Rogelio Montemayor se inauguró la oficina del INAH, una de las últimas instaladas en una entidad federativa. Esta dependencia se ha consolidado y cuenta con especialistas para hacer estudios y atender denuncias de hallazgos y saqueos de sitios arqueológicos.

(Continuará).

 
 
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