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Marzo 2011
Edición No. 277
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La Comuna de París

Alfredo Velázquez Valle

    Marzo de 1871: los trabajadores de París se hacen con el poder en la capital francesa. Surgía la “Comuna de París” y con ella la desmitificación sobre la incapacidad de los proletarios por hacerse cargo de su destino.

En efecto, lo que los obreros en aquel 18 de marzo lograron fue más que oponer una heroica resistencia a las imposiciones que una guerra perdida obligaba a cumplir; conquistaron el inalienable derecho a establecer un gobierno emanado de sus propios sectores. “Un punto de partida de peso histórico universal fue conquistado”, diría Carlos Marx.

Derrotada Francia por una Prusia militarista, los costos por indemnización encarecían la vida de los sectores marginados de la población gala. Estos sectores comprendidos en lo que se conoce como clase obrera decidieron levantarse en armas en la capital del país, ya que no estuvieron dispuestos a afrontar los costos de una aventura bélica fracasada en la cual no habían tenido asunto, pero que el gobierno provisional burgués de Adolfo Thiers pretendía imponer a la población en comunión con sus vencedores, los ejércitos prusianos de Bismarck.

Sesenta días duró este primer intento de los trabajadores por establecer un gobierno propio y por sacudirse el yugo de grupos y sectores parásitos que lucrando con el flagelo de la guerra incrementaban, a costa de sufrimiento y muerte, sus privilegios y sus bolsillos. Aristócratas, alta burguesía y funcionarios públicos de alto rango, apoyados por el ejército de Versalles, comandado por el sanguinario general Patrice de Mc-Mahon lograron el 28 de mayo de ese año la derrota y rendición de la heroica Comuna de París.

Dos meses apenas en que la auto gestión de los proletarios logró lo que ningún gobierno anterior en la historia de la humanidad había logrado siquiera proyectarlo: auto gestión de las fábricas, creación de guarderías para hijos de obreros, la laicidad del Estado, la obligación de las iglesias de acoger las asambleas de vecinos y de sumarse a las labores sociales, la remisión de los alquileres impagados, la abolición de los intereses de las deudas, reducción de la jornada de trabajo, proclamación de la libertad de prensa, asociación y reunión, prohibición del trabajo nocturno y pensiones a viudas y huérfanos de integrantes de la Guardia Nacional, entre otros.

En este mes, en que se cumplen 140 años de aquellos sucesos, adquiere relevancia agigantada el ejemplo dado por la población parisina que demostró al mundo la posibilidad de ejercicio de un sistema de gobierno, cuyo norte estaba no en los intereses de grupos reducidos sino en las demandas y aspiraciones de los trabajadores que, a fin de cuentas, son los creadores de la riqueza de los pueblos.

Fue también el ejemplo del cual tomaron lección los grandes teóricos revolucionarios del siglo XX (Lenin, Trotsky, Mao, etc.) para emprender las acciones que llevarían a la conquista del poder por la clase trabajadora en los países en que se desarrollaron estos grandes acontecimientos sociales llamados Revolución.

Efectivamente, relevante es sin duda aquel hecho histórico para los acontecimientos que actualmente se han dado a raíz de los desordenes financieros globales, la pérdida de beneficios sociales colectivos y la asfixia democrática que experimentan no sólo los pueblos árabes sino también otras regiones del mundo como la misma Latinoamérica.

¿Acaso no hay un paralelismo sorprendente que hermana, en sus demandas, a aquellos obreros parisinos por una mejor calidad de vida y los movimientos anti-sistema que a nivel global hoy realizan los pueblos que habitamos esta Tierra tan profundamente lacerada por los males que acarrea un sistema económico que, impuesto por una casta neoliberal y militarista, acaba a grandes bocanadas con vidas y paisajes?

Aquellos, ausente el poder del estado burgués, edificaron en la capital francesa un modelo de auto-gestión que legisló y tomó medidas para beneficio de las clases trabajadoras, que defendieron a éstas con el fusil en mano. Hoy, los trabajadores del mundo entero comienzan a lanzar agudas críticas y realizan movilizaciones que concientizan y rechazan al mismo Estado capitalista que no sólo no ha podido hacer nada por elevar las condiciones de vida de un sin número de habitantes del orbe, sino que sume en la miseria más espantosa a poblaciones enteras de grandes regiones del mundo llamado “subdesarrollado” y del cual México es tristemente parte integrante.

Aquél primer estado obrero que hubo existido en la Historia de la humanidad terminó aplastado por los ejércitos reaccionarios de una camarilla que pretendía (como hoy pretenden las élites económicas del FMI, del BM y la Unión Europea con los trabajadores de Grecia, Italia, España, etc., etc.), seguir sangrando a su nación sin el menor cargo de conciencia.

Hoy, la pretensión de los gobiernos neoliberales sigue tan invariable como en tiempos de los “communards” y también hoy como ayer las condiciones, ahora globales, se presentan de aguda crisis para las fuerzas hegemónicas.

En efecto, el sistema capitalista se agrieta en no pocos de sus pilares y, hoy como ayer, las masas cada vez más conscientes de su responsabilidad histórica han comenzado su tarea demoledora del ancien régime y la edificación de modelos alternativos que ponen en duda la ya de por si cuestionada supremacía del capital sobre el trabajo.

Aquí es precisamente donde embona la pertinencia de las lecciones ofrecidas por los comuneros de París; si la ausencia de una dirección lúcida y centralizada desembocó en la derrota de la heroica Comuna de París, hoy la urgencia de organizaciones proletarias que orienten la lucha por la emancipación de los trabajadores del yugo capitalista, es más que palpable. El infortunio que sería el presenciar que las luchas que se entablan en todos los órdenes de la vida contra este sistema económico irracional no dispongan de partidos de clase sólidos, disciplinados y apegados a las necesidades de las masas sería de un costo incalculable, quizá fatal para la supervivencia del género humano.

“Quebrar” el sistema no es tarea fácil y toda la energía del actual descontento social no debe terminar diluyéndose, por falta de una dirección revolucionaria, entre las arenas movedizas del parlamentarismo burgués.

En 1921 León Trotsky escribía un opúsculo acerca de las lecciones que la Comuna de París había aportado al movimiento obrero mundial, y al referir la heroicidad con que los trabajadores de aquel primer estado obrero se habían batido por defenderlo, alertaba:

“La burguesía lo ha deslumbrado (al obrero francés) muchas veces con todos los colores del republicanismo, del radicalismo, del socialismo, para cargarlo con las cadenas del capitalismo. Por medio de sus agentes, sus abogados y sus periodistas, la burguesía ha planteado una gran cantidad de fórmulas democráticas, parlamentarias, autonomistas, que no son más que los grilletes con que ata los pies del proletariado e impide su avance.”

Ojalá que la ignorancia y el desconocimiento de las lecciones que la historia nos ofrece acerca de nuestras luchas pasadas por liberar nuestra existencia de flagelos como lo son la economía de mercado y su forma política: el neoliberalismo, terminen por ser conjurados tomando la experiencia como referencia obligada de las actuales luchas que muy probablemente sean la última oportunidad que tengamos por salvarnos de la fatalidad.

 
filodenecrus@live.com.mx
 
 
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

     
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