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Mayo 2012
Edición No. 279
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Apuntes para una historia de la educación en Torreón

Alfredo Velázquez Valle.

La Comarca Lagunera tiene en Torreón el ejemplo de una población que hizo del paraje agreste del semi desierto coahuilense un lugar para vivir y desarrollar las actividades agrícola, industrial y comercial bajo el cobijo inicial del ferrocarril del cual la ciudad fue creación directa.

El notable, acelerado crecimiento de la ciudad, que desde la llegada de las paralelas de acero al Rancho del Torreón en septiembre de 1883 a su erección en Villa en febrero de 1893, propició la necesidad apremiante de ofrecer a los habitantes de esta Villa los servicios públicos que demandaba.  

Así, al finalizar el primer lustro del nuevo siglo, Torreón contenía una población de casi quince mil habitantes y las gestiones para organizar las primeras escuelas primarias oficiales corrieron a cargo del Director General de Instrucción Primaria del Estado, Profesor Andrés Osuna Hinojosa quien desde septiembre 14 de 1899, por medio del Inspector Escolar del Distrito de Parras y Viesca, profesor Gregorio Osuna,  se dio a la tarea de dar forma al naciente sistema educativo elemental.

En el Archivo Histórico de la Secretaría de Educación se encuentran los primeros informes rendidos por los directores de las escuelas oficiales, particulares y rurales de la municipalidad torreonense y por medio de ellos podemos dar fe de las condiciones bajo las cuales dio inicio la escuela primaria; condiciones que reflejan de manera fiel aspectos sustantivos de la misma y que a  continuación presentamos en distintos momentos de su desarrollo.

Al iniciar el ciclo escolar en septiembre de 1898 existían sólo dos escuelas oficiales, una para niñas y otra para niños, que en total sumaban 255 alumnos y las materias de enseñanza que se impartían eran las de Moral, Lengua Nacional, Enseñanza Intuitiva, Geometría, Aritmética, Dibujo, Canto, Gimnasia, Caligrafía, Geografía e Historia Patria.

Los nombres de los directores de estos primeros establecimientos  eran para la Escuela Oficial de Niñas la profesora María C. Forrea y en la de Niños el profesor Francisco Cárdenas sustituido meses después de manera interina por el profesor Gabriel Calzada.

El crecimiento acelerado de la población, impulsado por el auge económico que se vivía en  la región, llevaron a la administración del Lic. Miguel Cárdenas a elevar la Villa de Torreón a ciudad en el año de 1907, y de dos modestas escuelas urbanas se pasó a atender una población escolar sumamente numerosa que era atendida en las siguientes escuelas del novel municipio:

Escuela Oficial No. 1  para Niños, Escuela Oficial No. 1 para Niñas, Escuela Oficial No. 2 para Niños, Escuela Oficial para Niñas No. 2, Escuela Rural Oficial para Niños “La Constancia”, Escuela Oficial Rural para Niñas “San Joaquín”, Escuela Oficial para Niños No. 4 “La Metalúrgica”, Escuela Rural No. 1 para Niños, Escuela Oficial  para Niños No. 3 “La Fe”, Escuela Rural para Niños “Jimulco”, Escuela Rural Mixta “La Partida”, Escuela Oficial Rural No. 1 para Niñas, Escuela Rural No5.  para Niños “Torreón”, Escuela Rural Mixta “La Concha”, Colegio “Coahuila”,  Colegio “Zaragoza” y Colegio “Bolívar”.

Estas escuelas elementales funcionaron en sus inicios como escuelas urbanas, semi urbanas y rurales dependiendo del lugar geográfico donde se localizaban y, además de quedar divididas en tres tipos de clases por la cantidad de docentes que en ellas trabajaban así como por el número de alumnos y del género o sexo que atendían.

Los años posteriores a la primera década de siglo y que abarcan los acontecimientos generados por la Revolución, son escasos en información. La Inspección Escolar del Distrito de este Municipio ofrece para esta época un mínimo de información estadística que irregularmente envió a la entonces Dirección General de Instrucción Primaria. De igual manera, de octubre de 1911 a abril de 1916 los apartados para notas de dichos informes que debían detallar el estado que guardaban las escuelas de la Municipalidad de Torreón están parcial o totalmente vacíos.

Sin embargo, aún con la poca información disponible para este agitado periodo resaltan aspectos que de manera franca nos hablan del abandono y poca calidad en que había caído el quehacer educativo. Las condiciones de los locales en los cuales se impartía la enseñanza se reportaban entre regulares y malas, pocas veces buenas y jamás en excelente estado.  En cuanto a las aptitudes y métodos de enseñanza de los maestros con respecto a su desempeño en el salón de clases, las calificaciones otorgadas por el Inspector conservaron una variable de entre el 6 y 7, rara vez algún 8 o 9.

Las bajas notas recibidas para los profesores de estas escuelas se debían en gran medida al hecho de que en su mayoría no eran maestros de profesión y, mucho menos titulados en alguna Escuela Normal. Sin embargo, podemos saber de la preparación de algunos de ellos ya que en el apartado de “procedencia” del cuadro correspondiente a la Hoja de Servicios de dichos Informes, se anotó que habían hecho sus estudios en la Escuela Normal de Coahuila, en la Escuela Presbiteriana de Saltillo o en el Instituto Madero. Algunos otros maestros sólo  daban como referencia el lugar de donde provenían: Durango, San Luis Potosí, Nuevo León o Zacatecas.

Comenzaba el mes de abril de 1916 y después de casi cinco años de desconocimiento sobre el estado que guardaban las escuelas del Municipio, aparece como única nota, al margen del concentrado estadístico,  un breve comentario del Inspector que informaba sobre la clausura de la Escuela No. 2 para Obreros “por no haberse matriculado más de un solo alumno”.

Por último, la resaca revolucionaria al finalizar ese año de 1916 iba en franco retroceso y los ejércitos campesinos villistas y zapatistas, derrotados y diezmados por el constitucionalismo no volverían a tener la fuerza militar que los había impulsado y llevado a terminar con la dictadura porfirista. Sin embargo, su heroica, gigantesca obra de redención social había hecho raíces en tierra fértil y las transformaciones que dignificarían al pueblo mexicano estaban recién promulgadas en una nuevo Pacto Social firmado en Querétaro el 5 de febrero de 1917. 

La paz y la tranquilidad volvieron a Torreón y la Región Lagunera y el nuevo espíritu de las reformas impulsadas por el Artículo 3° Constitucional pronto comenzó a penetrar las anquilosadas estructuras de una época ya superada y la nueva escuela, producto genuino de la lucha armada, pronto se volvió más humana, menos rígida y elitista y, sobre todo mucho más interesada en la dignificación y desarrollo integral del alumno como lo consigna la parte última del Informe del Inspector de Distrito Escolar de Viesca para el Municipio de Torreón en mayo de ese año:

“A todos los profesores de las escuelas del Municipio se les hicieron las siguientes indicaciones:

Hay que hacerse obedecer más por convicción que por fuerza; trátese a todos los alumnos  con igual cariño; no se permita que los niños rebajen la dignidad de sus compañeros; no se excite demasiado el amor propio de los educandos. Destiérrense los apodos y las palabras vulgares que los niños usen; no se guarde rencor a los niños que se hubiese castigado. Procúrese no hacer amenazas, cúmplanse las promesas; No se tolere ninguna falta por pequeña que sea; califíquese a conciencia.”

“Inspírese el amor a la Patria, a la Escuela, a la familia, a sus semejantes, al trabajo, al orden y al bien. Procúrese que todas las disposiciones tengan por objeto preparar niños para el gobierno de él mismo.”

“Al aplicar los castigos téngase presentes las siguientes indicaciones: 1- Cerciórese de sí, en efecto, el alumno ha cometido la falta que se le imputa. 2- Investigar las circunstancias que la motivaron. 3- Fijarse en las consecuencias que pudiera acarrear. 4- Estudiar el estado mental del niño. 5- Estudiar la constitución física del mismo. 6- Tomar en cuenta el grado de educación del alumno. 7- Tomar en cuenta el estado de ánimo del alumno al cometer la falta. 8- Relacionar la falta con la pena. 9- Reflexionar antes de imponer el castigo. 10- Aplíquese el castigo después de que se haya hecho comprender al alumno que lo merece por su mal comportamiento y de haberle puesto de relieve las consecuencias de éste.”

 
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