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Septiembre 2012
Edición No. 283
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Historia olvidada


Rufino Rodríguez Garza.


Cuando uno revisa un libro de historia escolar, de primaria hasta educación superior, lo que se le dedica a las culturas prehispánicas norteñas, no pasa de que un párrafo, una o dos modestas páginas cuando mucho a los que habitaron el desierto mexicano. Tal parece que no hubo más que las culturas del centro y sur de la república; pero de los aguerridos y bravos nativos del Norte los historiadores los ignoran o los desprecian olímpicamente.

Las poblaciones del desierto, gente recia que se hacía vivir en situaciones de escasez de alimentos, fueron numerosas y además aguerridas. A diferencia de las avanzadas culturas del centro y sur de la república que se entregaron a los españoles casi sin pelear, que se unieron a los invasores en buena parte para aplastar al imperio azteca, que gozaban de los privilegios de climas benignos, de abundancia de agua, lo que permitió la domesticación de plantas como el maíz, el frijol, la calabaza y el chile, etc.

En cambio las culturas norteñas eran menos en número, tenían una necesaria movilidad pues buscaban permanentemente aguajes, frutos y plantas comestibles estacionales y una difícil cacería de reptiles, aves, peces, algunos mamíferos y hasta insectos.

Mientras los especialistas prefieren elaborar ensayos sobre el desarrollado sureste mexicano, al Norte de México y sur de Estados Unidos, es hasta épocas muy tardías cuando los historiadores “descubren” la inhóspita región y le empiezan a dedicar sus artículos y libros a las tribus olvidadas. Todo para la parte Sur de la república.

Los investigadores (nacionales y extranjeros) prefieren hablar en sus ensayos de los Olmecas, Mayas, Huastecos, Aztecas, etc. porque ellos construyeron pirámides, manejaron metales, trabajaron la cerámica y construyeron majestuosas tumbas mientras que acá era otra la situación, eran los modestos cazadores-recolectores que no produjeron más que flechas, lanzas, pinturas, geoglifos y miles de grabados.

Sin embargo, para ser unos “barbaros” se hacían vivir en localidades extremas, aunque ellos tenían una parte del territorio donde enterraban a sus muertos, donde compartían fiestas o mitotes para el intercambio de mercaderías, también para los enlaces matrimoniales y celebraciones de batallas ganadas a otras tribus que se atrevían a invadir sus lugares de recolección, cacería, aguajes y lugares sagrados donde celebraban sus rituales. Eran muy celosos de su territorialidad.

Un símbolo grabado con un motivo especial servía para marcar sus territorios. En el caso del Norte del estado de Coahuila usaron la pintura, pues el grabado en aquellas latitudes es más que imposible porque las rocas son de conformación diferente que no permitieron el rayado. En el suroeste del estado (de Torreón a Paredón), donde son abundantes los petroglifos, a base de observarlos una y otra vez, hemos podido identificar algunos de estos extraños símbolos.

En el caso de la zona arqueológica del Pelillal, el símbolo de territorialidad es una especie de “hongo”, esa figura que parece una medusa; y en el caso del sitio de Narigua se trata de unas líneas onduladas paralelas (entre 4 y 5) que sería el símbolo de territorialidad de esa parcialidad que habitó en la región de General Cepeda.

La palabra nómada no la usamos para referirnos a los habitantes del desierto, pues éstos tenían una movilidad limitada, no se trasladaban como los nómadas de África y de Medio Oriente que constantemente caminan buscando pasturas para sus ganados. En el caso de las culturas del desierto, preferimos usar el término de cazadores-recolectores, que retrata mejor a estas culturas prehistóricas, pues su movilidad era cerrada, circular, siempre se regresaba a los primeros sitios según la estación del año, ya fuera para la recolección o para la caza.

A la llegada de los europeos al Norte de la Nueva España en el siglo XVI, se encontraron con la novedad de que en algunos lugares ya se sembraba el maíz y la calabaza, (Francisco Cano, 1568). Esto nos indica que aunque incipiente se dio un modesto intercambio con las culturas sedentarias mesoamericanas.

A diferencia de éstos, que manejaron el barro (cerámica), los grupos del Norte prescindieron de este adelanto, pues en su permanente movilidad se les hubiera roto. Para el caso de Coahuila hay una excepción, se trata del Charcos de Risa y Tres Manantiales del municipio de Francisco I. Madero donde se ha localizado cerámica. Fue una cerámica muy especial, adornada con motivos incisos, en algunos casos pintada y al decir de la estudiosa Herfield Green, es cerámica con clara influencia de las culturas Chalchihuites de Zacatecas, Conchos de Chihuahua e Indios Pueblo del Sur de Estados Unidos.

Esta investigadora norteamericana (Green) logra determinar que este grupo no sólo cultivaba maíz, sino también calabaza. Hasta este momento no hay referencias de otros sitios de Coahuila con este adelanto.

Practicaban una religión animística, tenían gran respeto por los muertos y son muy importantes los descubrimientos de tumbas, generalmente en cuevas donde el difunto era envuelto en una manta de fibras duras o en pieles de venado fuertemente atado, acompañado de sus herramientas de sobrevivencia, me refiero a su arco y flechas, quizá lanzas, navaja enmangada, sus adornos plumarios o de astas de venado junto con comida para el viaje al inframundo de donde nunca se regresa.

Fueron cuidadosos de celebrar ritos, algunos de tránsito a la edad adulta o ritos de fecundidad, pues por las mismas condiciones de su vida trashumante, los pequeños frecuentemente fallecían. Otros ritos que tal vez fueron practicados pudieron ser los referentes a la cacería.

A diferencia de los sedentarios del sur, en estos áridos territorios la economía es de subsistencia basada en la recolección de frutos, raíces y tubérculos que la poca flora del desierto proporciona, además de la cacería de diferentes animales, que como mencionamos anteriormente eran mamíferos, reptiles y cuanto animal representase proteínas para poder sobrevivir. Había un equilibrio ecológico pues nunca les faltó fruta o carne para llevar a sus asentamientos temporales.

Recientemente José Flores Ventura y el que escribe, localizamos un par de sitios que hasta la fecha no habían sido mencionados en alguna fuente, ni por las autoridades de INAH o por algún aficionado a la arqueología.

En estos nuevos sitios destacan las figuras grabadas que nos remiten a cuestiones astronómicas, el sol está abundantemente representado. Otro motivo que hay que destacar es lo que los especialistas relacionan con el peyote. Aclaramos que en ambos sitios el peyote es inexistente, lo que nos indica que para sus ritos o mitotes tenían que llevarlos desde lugares alejados.

Por largo tiempo los petroglifos y pinturas fueron considerados un mundo reservado a los eruditos. Últimamente se ha llegado a interpretar una pequeña parte de esos enormes cuadernos del pasado.
Ahora sabemos que tenían símbolos para marcar sus territorios, que obser- vaban los astros y que los representaban y en algunos casos nos dejaron calen- darios o representaciones de venus o la luna en alguno de sus movimientos.
El sol frecuentemente lo grabaron pues con seguridad lo consideraban como un ente superior, creador de vida y de la muerte.

Gracias a las pinturas y grabados ahora sabemos qué tipo de fauna se localizaba en estos territorios que habi- tamos, como es el caso de los bisontes, el borrego cimarrón y el oso. En los petroglifos el hombre antiguo nos dejó sus huellas, sus astas y/o el cuerpo del venado, animal que lo consideraban sagrado.

El tema da para más observaciones que en próximas colaboraciones iremos ampliando.

 
                         
       

         
                             
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