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Octubre 2012
Edición No. 284
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Virtudes y desviaciones del
sindicalismo en México (II)



Jesús M. Moreno Mejía.


Retomando lo expuesto en la parte I de esta serie, el problema obrero durante el Porfiriato, para lograr la justicia social del asalariado se tuvo que transitar por un largo camino lleno de problemas.

En tanto que los capitales nacionales y extranjeros consolidaban la industria moderna en nuestro país, los artesanos sintieron ser incapaces de poder competir con los novedosos sistemas de producción mecanizado, y para ello tuvieron que abandonar sus herramientas y convertirse en asalariado de los capitalistas.

Sin embargo, el proletariado se convirtió rápidamente en víctima de la explotación de los empresarios y tuvo que organizar la defensiva, primero mediante la formación de sociedades mutualistas y poco más tarde en cooperativas, que fueron los antecedentes del sindicalismo y las luchas del proletariado.

Los obreros mexicanos, tomando como ejemplo la lucha emprendida por los trabajadores de Chicago, E.U.A. (los famosos mártires de Chicago del 1 de mayo de 1886, que el sistema capitalista del vecino país del norte no ha querido recordar), iniciaron su lucha por lograr sus justas demandas contra la explotación de los empresarios extranjeros en suelo de México.
En 1905 apareció un manifiesto dirigido a toda la clase proletaria, firmado por Manuel Ávila y los hermanos Flores Magón, mediante el cual se daba a conocer el programa del nuevo Partido Liberal Mexicano, en el cual se solicitaba: jornadas máximas de ocho horas, salario mínimo de un peso, higiene en fábricas y talleres, prohibición del trabajo infantil, descanso dominical, indemnización por accidentes laborales, etc.

Dichos postulados se difundieron ampliamente en el país y sirvieron de estímulo a la clase trabajadora, creándose centros obreros que luchaban por hacer efectivas sus demandas.

En 1906 los mineros de Cananea, Sonora, reclamaron de la empresa estadounidense Cananea Consolidated Copper Co., sus derechos laborales y como respuesta se dio una brutal represión.

Por su parte, los socios capitalistas del Centro Industrial de Puebla intentaron imponer un reglamento que prohibía toda organización obrera, pero los asalariados hicieron estallar la huelga y también fueron reprimidos brutalmente por la fuerza pública.

Otro problema social de aquella época era la explotación de la gente del campo, que databa desde la época de la Colonia, pues desde entonces los hacendados eran los explotadores de la clase trabajadora del medio rural.

Entre las grandes haciendas del país estaban la de los Terrazas en un amplio sector del norte de México, la de los Olegario Molina en Yucatán, la de los Garza en Durango, la de Lorenzo Torres en Sonora, la de los Madero en Coahuila, entre otras.
Y gracias a que las leyes de Porfirio Díaz los protegían, pudieron expandirse comprando terrenos a precios irrisorios para la extensión casi ilimitada de los hacendados, constituyendo, incluso en superficies de hasta millones de hectáreas.

Los latifundistas se hicieron inmensamente ricos, pero a base de la explotación del débil, o sea del peón que cultivaba la tierra para el patrón, y que vivía en condiciones miserables.

El sueldo que se les pagaba a los peones, a través de las tiendas de raya, apenas les alcanzaba para mal comer (tortillas y frijoles) y algo de ropa de manta. El trabajo de las haciendas era muy duro y no había servicio de atención médica, por lo que la gente del campo estaba “a la buena de Dios” en materia de salud.

Había que empezar la jornada con la salida del sol y terminaba a la puesta del astro rey. El dinero no alcanzaba y muchas veces los peones debían tanto a las tiendas de raya, que morían antes de poder cubrir lo que tenían de adeudo, e incluso sus hijos heredaban lo que sus padres debían.

La situación de los obreros y de los peones desencadenó en la lucha armada de 1910, si bien desde la víspera de la revolución hubo algunos levantamientos, como el ocurrido en Viesca, Coahuila, y en la frontera norte de México, alentados por los hermanos Flores Magón, pero especialmente por Ricardo.

Junto con sus hermanos Jesús y Enrique, Ricardo Flores Magón fundó el periódico Regeneración en 1900, cuya publicación sería su principal arma política en la lucha contra la opresión y la explotación, pero su actividad periodística se expresó también en otras ediciones, tales como El Demócrata, El Hijo del Ahuizote, Excélsior y Revolución, provocando que las autoridades prohibieran sus publicaciones.

Ricardo fue sistemáticamente perseguido por sus ideas, incluso en el extranjero, y fue hecho prisionero en E.U.A., siendo condenado a 20 años de prisión, donde pasó varios años enfermo y casi ciego. Murió estando en la cárcel, presumiblemente envenenado o ahorcado.

(Continuará).

 
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