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Septiembre 2012
Edición No. 283
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javier ciciliaLeyendas urbanas: ¡De Pelos!


Adolfo Olmedo Muñoz.


Cuenta una leyenda urbana de la ciudad de México que, época hubo en la que no había periódico que pudiera catalogarse como completo, bueno, eficiente, respetable, y digno miembro de del gremio periodístico entonces afamado y respetado, que no contara a una cuadra de distancia, con una “buena” cantina, piquera, pulquería o cualquier otro estanco para la concurrencia de fieles devotos de Dioniso, cuya inspiración nutrida de libaciones, terminaba bañando a las musas que copulaban luego con la creatividad de los jornaleros de la información, que entonces, hace ya “muchos años”, trabajaban en “vivo” reporteando, investigando y objetivando su información que, como debería de ser, compartían muy pocas ocasiones. No dependían en aquel tiempo del mediatizado punto de vista de un “don cualquiera”, que por arte de birlibirloque, o algunas otras mañas, llegan a ocupar un pomposo, como costoso cargo de “jefes de prensa”.

A la sazón, el periodista era un intelecto en libertad, cargado de una ética profesional firme, moral, y con un ingrediente que le ennoblecía más; se llevaba a pie juntillas un código de honor. Lo que importaba y estaba por encima de todo interés mezquino, era el bienestar social.

Excelsior, estaba rodeado por lo menos de siete magníficos “centros de salud”; El Universal con otro tanto, que de vez en cuando compartían, aunque con ciertas preferencias. Cuestión de empatías y antipatías o de “colores” según la casa editora de la que provenían.

Entre los parroquianos había quienes integraban el personal de la mesa de redacción, formadores, linotipistas, administradores, dibujantes y colaboradores de base y externos, entre los que se encontraban algunos de los personajes encumbrados de los círculos culturales del más alto nivel, conviviendo con “la tropa” de la que se sentían orgullosos de ser compañeros, o miembros de la misma cofradía, como dijera aquel.

El Heraldo estaba más retirado de aquel centro, conocido por la grey como la “torre de papel” ubicado en la calle de Bucareli (sí, la de Gobernación) casi para desembocar en la entonces Glorieta “del Caballito”, donde, en una de las esquinas se ubican las instalaciones de Excelsior.

Por el mismo rumbo, se localizaban las oficinas de Agencias de Noticias, como la de AMPE, Notimex, Informex, así como extranjeras como la United Press International (UPI), La France Press (AFP), la Roiters, la EFE.

Ovaciones estaba mucho más lejos, pero también contaba con más de una cantina, aunque un tanto de mala muerte, tal vez por aquello de que: “Según el sapo es la pedrada”.

Lo cierto es que en esas cuevas y no pocos cafés y restaurantes famosos como el Kikos, Sanborns o el Tampico Club donde se daban cita los grandes y afamados columnistas con gobernadores y secretarios de estado, o hasta aquel modesto café “La Flor” que se localizaba a la vuelta de la calle de López, donde alguna vez estuvo la CNC, en la época en que Fidel Castro Ruz, antes de ir a encabezar la revolución cubana, se iba a ese cafetín, acompañado de sus tradicionales habanos, a estudiar el Código Agrario mexicano que habría de servirle de inspiración para aplicarlas en su amada tierra.

En muchos de esos lugares se escribieron historias dignas de novelizarlas. Cuenta por ejemplo una de esas leyendas que muy cerca de las instalaciones del periódico Novedades había una cantina que daba abrigo a los reporteros de esa casa editora, pero no rechazaba a otros visitantes que se acercaban al término de sus funciones, o antes de llegar a la redacción a enfrentarse con los más temidos personajes de entonces: el jefe de redacción y el jefe de información. Claro que ya cuando gritaba el director o subdirector el nombre de un reportero había que temblar. Por tanto había que cargarse de un buen calmante, que podía ser una cuba o cualquier otra mezcla “amansalocos”, para hacer que se resbalaran los reclamos posibles o previsibles.

De esa cantina, me contó un entrañable amigo una historia, y como dicen que los niños y los borrachos siempre dicen la verdad, pues le creo. Estamos hablando de hace cerca de 50 años. La historia en cuestión, es que había un bar (anglicismo que se había enraizado ya en nuestra cultura en lugar de “cantinas”). En dicho lugar, “El Negresco”, atendían muchachas de “no malos bigotes”, quienes llevaban las bebidas a los parroquianos, y por su esmerada atención se ganaban buenas propinas en la medida en que agradaban a los consumidores que los más eran jóvenes, de cuya profesión se escribían fabulosas historias y eran muy queridos y respetados, por tanto los hacían codiciables presas.

Por ello se mostraron cada vez más atractivas y cambiaron poco a poco su atuendo, recortando sus faldas. No tardó en despertarse una rivalidad entre el personal femenino que atendía por lo que, aseguraba Nacho Álvarez -mi amigo de marras-, un buen día a alguna de ellas; de tez blanca y cabello muy oscuro, se le ocurrió llevar la charola de las bebidas, distribuirlas y a continuación se levantaba la faldita para mostrar las piernas, como una inocente reverencia.

Progresó la “suerte” hasta el punto en que los reporteros osaron pedir ¡más!, por debajo de la pantaleta. El día que la chica accedió y se dejó ir más allá, se acuñó una expresión que hoy es vox populi: ¡De pelos! A partir de entonces y por algún tiempo, borrachines como mi entrañable amigo llegaban pidiendo “una cuba con pelos”, y terminaban su ronda, “ni más de tres ni menos de tres”, (bebidas) calificando su parada por ese oasis, con eufórico ¡De pelos!.

Pienso que mi querido Nacho, también conocido entonces con el sobrenombre de Pompín por su parecido con el comediante Pompín Iglesias, deambula aun por esas calles del Distrito Federal, si alguien duda de esta leyenda pueden buscarlo, pues presumo que sigue siendo adorador de Baco.

Ya en la labor de investigador también podría investigar por El Negresco o La Universal, o el Tíbet, afamado café que frecuentaban David Alfaro Siqueiros, Vicente Lombardo Toledano, Renato Leduc, Rius, El Chango Cabral, y muchos otros personajes.

Francamente hoy no se dónde abrevan su doctrina social los “jóvenes”, de la 132 por ejemplo; como no se cuándo los hombres de ideas socialistas dejaron de hablar, en aquellos románticos “centros de salud”, de filosofía social, para hablar de campañas, de cuotas de membresía en las cámaras del Congreso de la Unión o de cuántos “plurinominales” les tocan.

Las luchas sociales de aquellos periodistas de combate hoy son leyendas cubiertas entre la hojarasca de los “nuevos medios de comunicación” y peor aun, entre los “nuevos comunicadores sociales” que no tienen empacho en decir que “no cubren la información de la violencia, porque tienen derecho a cuidar su integridad”.

Y me temo también, que pronto la lucha bizarra de los miembros del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, pasará al subconsciente colectivo como una cuasi leyenda, aunque aun no se bajo qué distintivo, pero me atrevo a suponer que será tildada con una expresión parecida a ésta: ¡de cojónes!, ligeramente debajo de la ¡de pelos! pero merece un sitio en la memoria social, pues hay que reconocer que se necesitan muchos… para ir ante el monigote ese del condado de Maricopa, y restregarle en su cara el racismo rabioso con que tratan los yanquis a los mexicanos que viajan a los Estados Unidos en busca de trabajo, lo cual para los gringos es un “delito”.

Los miembros de dicha agrupación, y algunas otras adherentes, recorren en caravana el territorio norteamericano, esperando ser escuchados por las autoridades estadounidenses, para que reconozcan su responsabilidad, en las consecuencias funestas del “combate a la delincuencia organizada” que ha cobrado, en lo que va de la administración de Calderón, más de 52 mil “bajas”.

La “noticia” está siendo “cubierta” con desdén, refundiendo en páginas interiores el desarrollo de la jornada, pues a pesar de representar lo más digno y orgulloso de nuestro humanismo, no “paga” (dinero, tráfico de influencias y otras dádivas) tan jugosamente como los mamotretos montados escenográficamente para el servicio de la imagen “presidencial” de Calderón, con la que se prepara su futuro, pues amenaza con continuar en la política.

Por fortuna, la firme posición de Javier Sicilia, advierte también que no dejará de exhibir el despotismo calderonista, que pretende emascular la Ley General de Víctimas, reemplazándola por un panfleto presidencialista, donde se presuma la responsabilidad de todos los sectores, excepto la del Estado, que según la derecha calderonista; “se mide con otra vara”

La inseguridad en Coahuila
Respecto a los hechos regionales, creo que es pertinente que el alcalde Abramo, y desde luego el gobernador Rubén Moreira, pongan sus barbas a remojar, pues aunque ellos no lo crean (ya sea porque cierran los ojos o por que su estatus social privilegiado no permite que les ensucie la maturranguiza), la delincuencia, EN TODOS SUS GIROS, va en peligroso aumento.

Existen diversas formas de la delincuencia “organizada” y si no que le pregunten a los aparachuecos que pululan entre talleres de venales mecánicos, de inmorales taxistas, cerrajeros, y buhoneros de muy diversos mercados; en el comercio informal donde hallan refugio los malvivientes que hoy pone en mal a los miembros honorables de aquellos añejos oficios. Así, esa otra leyenda urbana que decía: “La policía siempre vigila”, hoy es más pertinente exhibirla como: ¡La policía siempre en vigilia!

Se tarda la delincuencia .07 por ciento del tiempo en la comisión de un atraco o latrocinio en domicilio o sobre todo en vehículos, que lo que tarda (el restante 97.3 %) en tiempo de días “hábiles”, la atención a las víctimas, por parte de las autoridades de la “seguridad pública”. Tan sólo en la instancia de “escuchar sus quejas” porque de resolver los casos… ¡NUNCA!

Por eso casi no hay demandas y por eso parece que no hay problemas. Se pierde demasiado el tiempo, para no obtener ningún resultado. Así les hacen creer los mandos medios a las autoridades, que “todo está bien”.

Mucho cuidado. La seguridad en Saltillo (y otras ciudades del Estado) está pasando, rápido, a ser una leyenda urbana más. O me puede usted negar que tiempo hubo en que podía dejar su carro abierto y no pasaba nada?

 
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