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Agosto 2013
Edición No. 294
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niños con armasPalabras mayores

Regreso a clases... ¿con nuevos juegos?




David Guillén Patiño.

“¡Dios mío! ¡Ya no puedo más!”, grita la parturienta, al tiempo que su ginecóloga le pide: “No te desesperes, ya viene en camino, veo su cabecita, puja un poco más ¡y deja de llorar!” Al poco rato, de entre sus piernas, surge el producto “anhelado” que, sin cordón umbilical, rígido y carente de residuo alguno, pronto es tomado por la partera. Enseguida, lo envuelve en algo parecido a una sábana de hospital... ¡El bebé ha nacido!”, exclama emocionada la enfermera, que a su vez seca con ternura la frente de la doliente madre, la cual se promete a sí misma: “¡Tengo que publicar esto en mi feis!”.

En otro lugar, causa sobresalto lo que parecen ser detonaciones de armas de fuego de alto poder. Cesa el tiroteo y, tras un pesado silencio, se escuchan los pasos de un “comando armado”. Todo indica que los maleantes están de regreso... “No dejen que se les escape --indica el jefe a sus secuaces--. Si regresamos con vida a este tipo podemos ganar muchos billetes, si no, lo desaparecemos”.

Ambas anécdotas no corresponden a ninguna película o telenovela. Son hechos reales que llegaron, de primera mano, a mis oídos. Los escenificaron de manera espontánea grupos de niños que hace unos meses jugaban en los patios de sus respectivas escuelas, bajo la curiosa mirada de sus docentes. En este nuevo regreso a clases, ¿con qué otros juegos nos asombrarán y harán reflexionar?

No sé a usted, pero a mí me sorprende sobremanera que ciertos juegos infantiles tradicionales hayan dado paso a extrañas maneras de divertirse, no siempre recomendables para nuestros hijos, por razones de salud física y mental. Ciertamente, estos son otros tiempos. Para empezar, ellos viven en la era de las telecomunicaciones. Sus novedosos juegos y sofisticados juguetes son una representación de lo que hoy vivimos, sea bueno o malo, pero que al fin se trata del mundo que les estamos heredando.

¿A qué jugábamos en nuestra infancia? Si mi quincuagenaria memoria no me falla, pasábamos largas horas con carritos, aviones, trenecitos, trompos, yoyos y canicas. Pero cuando no los teníamos, jugábamos a “la uñita”, a “las luchitas”, a “los arriones”, a “se va la bala”, al “numerito”, a “indios y vaqueros...”, o bien, coleccionábamos rarezas naturales o intentábamos ser uno de los súper héroes.

En nuestros primeros años, niñas y niños participábamos (con pena y todo) de otros juegos, como “hilitos de oro”, “los encantados”, “víbora de la mar”, “lobo-lobito”, “escondidas”, “bote pateado” y otras ingenuidades. A más de ello, siempre había una pelota o un balón qué compartir.

En la pre adolescencia, “jugar” a “la mamá y el papá” o atreverse a fumar un cigarrillo o probar alguna bebida embriagante, era cosa de precoces, casi siempre mal vistos por el resto de la chiquillada. Los padres ponían el grito en el cielo cuando se enteraban de esos “pecados capitales”. Hablo de los años en que el fantasma de Martin Luther King aún nos rondaba, en que The Beatles estaban próximos a su fin, John Travolta estaba por irrumpir en el escenario musical, enérgicos jóvenes de todas las latitudes proponían cambios al mundo y el hombre llegaba a la Luna a bordo del “Apolo 11”.

No teníamos tantas distracciones, como hoy. Mientras la televisión daba sus primeros pasos, la radio era la reina de los medios de la comunicación masiva (porque aún podía hacer “soñar”). Le seguía el cine, la prensa escrita y los seductores impresos ilustrados, que contaban historias románticas, cómicas y de héroes fantásticos, hasta de vaqueros y personajes de la lucha libre... Sí, otros tiempos.

 
 
 
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